Treinta y tres

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 –Sí, la verdad es que sí –admitió él, sonriendo–. Pero ahora ya estoy en mis cabales. Prepárate.

Se inclinó sobre el pubis de ella, listo para rendirle homenaje.

–Oh, cielos –musitó ella.

Fueron sus últimas palabras antes de llegar al éxtasis. Matteo se dedicó a explorar cada milímetro y cada pliegue, descubriendo cómo reaccionaba el cuerpo de ella. Con sumo cuidado, le acarició el clítoris con el pulgar y el dedo índice. Con la otra mano, prestó atención a sus pechos, haciéndola estremecer. Luego, le acarició el vientre y las piernas. Cambiando de posición, le chupó los dedos de los pies.

Luna gritó, retorciéndose, tratando de llevarlo adonde ella quería. Cuando parecía a punto de volverse loca, Matteo le introdujo dos dedos, tocándole el clítoris al mismo tiempo. Fue suficiente para llevarla al clímax.

–¿Matteo? –llamó ella, cuando se hubo recuperado de los últimos espasmos de placer.

–Duérmete, pequeña –le susurró él, después de una pausa, y la cubrió con el edredón–. Tenemos todo el tiempo del mundo para hablar.

Tenían todo el tiempo del mundo, eso le había dicho Matteo. Sus palabras todavía resonaban en los oídos de Luna cuando se despertó. Ojalá fuera cierto, pensó. La experiencia de dormir con un hombre era nueva para ella. Él la abrazaba con fuerza, con una pierna encima de ella. Le gustaba.

–¿Es hora de ir al hospital? –preguntó él, desperezándose.

–Aún, no. Vuelve a dormirte.

–Prefiero hablar.

Vaya, iba a ser difícil escaparse de esa, pensó Luna.

–Tú primero –pidió ella, insegura.

–¿Cómo puede ser que seas virgen? –quiso saber él. Entrelazó con ella su mano–. No tiene nada que ver con la imagen que venden de ti en la prensa.

–Mi madre era y es muy protectora –admitió ella, después de una pausa y de acurrucarse en su abrazo–. Cuando, con trece años, ganas en una semana más de lo que muchas familias ganan en todo un año, la vida puede ser muy confusa. Mi madre me ayudó a no salirme del buen camino.

–¿No intentaste nunca rebelarte?

–Lo habría hecho, de no ser por algo que pasó cuando tenía quince años.

–¿Qué? –inquirió él, tenso.

–Un director intentó violarme en mi camerino –contó ella, ante la mirada horrorizada de su interlocutor–. Por suerte, mi madre volvió a tiempo. Le dio una patada en los testículos y juró que llamaría a la policía si volvía a acercarse a mí.

–¿Y tú qué hiciste?

–Estaba muy asustada –recordó ella, incómoda por rememorar aquella terrible tarde–. Creo que la experiencia me traumatizó durante mucho tiempo, pero mi madre me llevó al psicólogo. Conseguí superarlo, más o menos, pero construía barreras a mi alrededor. Mi madre se esforzaba porque siempre hubiera chicos de mi edad en casa para que pudiéramos comportarnos como adolescentes
normales.

–Tu madre hizo una labor admirable contigo. ¿Pero qué pasó cuando cumpliste veinte años? ¿No querías mudarte de casa?

–Podría haberlo hecho. Tenía dinero de sobra. De hecho, mi madre me lo sugirió en una ocasión. Creo que temía que no pudiera tener una relación normal con un chico a causa de lo que pasó.

–¿Salías con alguien entonces?

–Claro. Salía todo el tiempo y me divertía. Pero conocía mis límites y no quería entregarme a cualquiera. Tomé lecciones de defensa personal y evitaba las drogas a toda costa para no perder el control. El vicio abunda en mi campo de trabajo.

Matteo se quedó callado, como si necesitara digerir su historia.

–¿Y por qué yo? –inquirió él, sin andarse por las ramas–. ¿Porqué ahora?

Ese había sido el momento que Luna había estado temiendo. No podía decirle que lo amaba. Si lo hacía, su rígido código de honor le dictaría que se quedara con ella por haberse llevado su inocencia. Y eso era lo último que ella quería. Luna se tragó las lágrimas y reunió fuerzas para representar el papel más difícil de su vida.

–Ya era hora. No quería ser un bicho raro. Me has resultado útil, no te ofendas –afirmó ella con tono desapegado–. Y sabía que podía confiar en ti. Además, no me has decepcionado.

–Bueno, algo es algo –repuso él, malhumorado, y se levantó de la cama–. ¿Te importa pedir el desayuno al servicio de habitaciones? Voy a prepararme. No quiero llegar tarde a las horas de visitas.

Matteo intentó actuar con normalidad el resto del día, aunque sus sentimientos eran un caos desmadejado. La señora Valente fue trasladada a una habitación en la planta normal e insistió en que su hija volviera al trabajo. Al fin, Luna decidió hacerlo. El jet los llevó a Antigua para la hora de la cena.

Imposible Resistirse [Lutteo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora