Matteo Balsano había visto a muchas mujeres desnudas en su vida. Conocía el cuerpo femenino por dentro y por fuera. Después de todo, era médico.Pero, cuando Luna Valente puso los pies en su consulta, vestida por completo, Matteo reaccionó como hombre y no como médico.
–Tome asiento, señorita Valente –invitó él, refugiándose detrás de su escritorio.
Ella actuó como si no lo hubiera oído. Con paso rápido y nervioso, se acercó a la ventana que daba al bosque, dándole la espalda.
Matteo aprovechó la oportunidad para observarla. Estaba delgada, quizá demasiado. Sin duda, era por influencia de la moda que imperaba en Hollywood. Luna Valente era una estrella. Y, al verla en carne y hueso por primera vez, entendió por qué. Era exquisita. Etérea. Llevaba el pelo recogido en una sencilla cola de caballo que resaltaba sus hermosos rasgos y la delicada curva de su nuca.
Matteo se acomodó en la silla, un poco inquieto. El silencio no le molestaba. Podía esperar a que ella quisiera hablar. Lo que le molestaba era su erección. Llevaba años sin estar con una mujer. Había aprendido a dominar su sexualidad a voluntad y casi nunca dejaba que su instinto tomara las riendas. Sin embargo, en presencia de aquella musa sexual de la gran pantalla, tuvo que reconocer que también era humano.
–¿Cómo ha sabido dónde encontrarme, señorita Valente? –preguntó él al fin, intrigado por su silencio.
Ella se giró un poco, dignándose a contestar.
–Conoce a Ramiro Ponce, ¿verdad? El actor.
–Un poco. Mi cuñada Jimena, es amiga suya.
Luna asintió y volvió a posar la mirada en el bosque que se veía
por la ventana.–Me vio en una fiesta hace poco y me dijo que tenía un aspecto de m… –comenzó a decir ella y se interrumpió de golpe. Miró a su interlocutor a la cara–. Lo siento. Digamos que lo que me dijo no fue muy halagador. Me aconsejó venir a verlo e insistió en darme sus datos de contacto.
–Hay médicos en Hollywood, también.
–Ramiro dice que, a causa de lo que su familia ha sufrido con la prensa a lo largo de los años, es usted muy discreto. ¿Es así? Sé muy bien que la prensa del corazón daría una gran suma de dinero por tener mi informe médico. No tengo nadie más a quien recurrir. No confío en nadie.
–No necesito su dinero, señorita Valente. Y mi familia y yo despreciamos a la prensa amarilla. Así que no se preocupe, su secreto está a salvo conmigo.
–Gracias –repuso ella y dejó escapar un suave gemido–. No sabe lo que eso significa para mí –añadió y se rodeó la cintura con los brazos.
El vestido le llegaba a las rodillas y dejaba entrever unas piernas interminables y esbeltas. El fino tejido se ajustaba a sus pequeños pechos y dejaba traslucir la silueta de sus pezones. Lo más probable era que no llevara sujetador, pensó Matteo con la boca seca.
–Tengo que decirle, señorita Valente, que no tengo mucha experiencia con desórdenes alimentarios. Pero podría aconsejarle un centro especializado.
–Mi aspecto debe de ser peor de lo que pensaba –señaló ella, sorprendida.
–Es usted preciosa –observó él, tratando de sonar distante–. Pero es obvio que está enferma. Un médico como yo se da cuenta de esas cosas.
Ella lo miró a los ojos con la cabeza bien alta.
–Me encantan los batidos, las patatas fritas y la pizza. Mi metabolismo funciona a la perfección. Y no me gusta vomitar. No tengo ningún desorden alimentario –afirmó ella y esbozó una sonrisa casi imperceptible–. Muéstreme un plato de comida basura y se lo demostraré.
Matteo se sintió aliviado. La anorexia y la bulimia eran muy peligrosas. Además, no estaban dentro de sus especialidades.
Entonces, le asaltó otra idea. ¿Sería adicta a las drogas? Su reputación de amante de las fiestas era bien conocida por todos, incluso por un hombre que vivía recluido en su fortaleza. Pero Matteo no era tonto. Sabía que a la prensa le encantaba exagerar, para lo bueno y para lo malo. Así que le daría el beneficio de la duda.
–Por cierto, ¿quiere algo de comer? Puedo prepararle un bocado rápido aquí o llamar a la casa principal para que nos envíen algo.
–Estoy bien –aseguró ella y posó la atención en las fotos que había en la consulta. Tomó un retrato enmarcado de la mesa–.¿Quiénes son estos?
–Mis hermanos y yo, cuando éramos adolescentes –contestó él. Esa foto era una de sus favoritas–. Nuestro padre nos llevó a hacer rafting al río Colorado. Que yo recuerde, fueron nuestras únicas vacaciones juntos. Nuestra madre y nuestra tía fueron secuestradas y asesinadas cuando éramos niños. Mi padre siempre ha temido que sus hijos fuéramos los siguientes.
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●Los capítulos no serán tan largos como en la otra historia. Quiero que ésta sea mucho más extensa.