Treinta y siete

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Salieron juntos y entraron en la limusina que el estudio de grabación le había enviado a Luna, junto con un gigantesco ramo de flores. Ella lo ignoró durante cuarenta y cinco minutos y Matteo no quiso interrumpir su silencio, ni hacer nada que pudiera molestarla.

El lugar donde se celebraba el funeral estaba lleno de amigos y conocidos de Luna y su madre. Fueron dos horas interminables, en las que Matteo no se separó de ella más que para llevarle un vaso de agua. Ella no se lo presentó a nadie, actuando como si fuera invisible. Cuando el coche fúnebre iba a salir hacia la capilla, Luna respiró hondo. Matteo le puso la mano en la espalda para darle ánimos.

–Puedes hacerlo, princesa. Estoy orgulloso de ti.

Entraron y se sentaron juntos en los bancos de la primera fila. La misa empezó. Una famosa cantante entonó una hermosa melodía. Cuando el sacerdote terminó, las luces se hicieron más suaves y una pantalla de vídeo bajó del techo con el rostro de la señora Valente.

–Muchos de vosotros trabajáis en el mundo del celuloide. Por desgracia, la vida real no es tan fácil de manipular –comenzó a decir la imagen grabada de la difunta–. Todos experimentamos momentos dolorosos. Yo nunca me he sentido desafortunada. Mi vida ha estado llena de bendiciones y la mayor de ellas es mi hija Luna. Te quiero, ángel mío –continuó el vídeo–. A todos vosotros, quiero transmitiros la lección que he aprendido. La familia es lo más importante y, aunque hay familias de distintos tipos y tamaños, hay que estar al lado de los seres queridos. Nunca se sabe cuánto vamos a vivir. No dejéis que la amargura, la envidia y las penas del pasado definan vuestro presente. Cuidad de aquellos que os aman y dad gracias.

La pantalla se quedó en blanco.
Cuando Luna se puso en pie, Matteo se dio cuenta de que le temblaban las rodillas.

–Gracias por haber venido –dijo ella a los asistentes–. Ha
significado mucho para mí –añadió. Entonces, le tendió la mano a Matteo –. Sácame de aquí… por favor –le susurró.

Matteo la condujo por una puerta adyacente. Allí los estaba esperando su chófer. Ella parecía a punto de derrumbarse. Una vez dentro de la limusina, con su privacidad protegida por los cristales tintados, él la abrazó.

–Ya está, princesa. Lo has hecho muy bien.

Luna empezó a llorar, aferrada a él. A Matteo también se le humedecieron los ojos.

–¿Quieres irte a la cama? –preguntó él cuando amainaron sus lágrimas–. ¿O prefieres comer algo? Dime qué necesitas.

–Llévame a la playa, en mi coche –pidió ella, limpiándose los ojos–. Quiero ver el mar.

El conductor los dejó en casa de Luna.

–Ve a cambiarte. Puede hacer frío –aconsejó él.  Ella negó con la cabeza y le entregó las llaves del coche.

–No. Vámonos.

No estaban lejos de la costa. En voz baja, Luna le dio indicaciones para llegar. Aparcaron delante de una casa en la playa.

–Es de una amiga mía que se ha ido a Europa. Me ha dejado las llaves para que se la cuide.

Sin embargo, en lugar de ir hacia la casa como Matteo había esperado, Luna se dirigió a la playa. Se quitó los tacones y los dejó en el suelo.

–¿A dónde vas?

Sin responder, ella siguió caminando hasta la orilla, todavía con las medias puestas. Su figura parecía diminuta y solitaria enmarcada en la inmensidad del océano. El agua debía de estar helada, pero Luna no se inmutó cuandolas olas le tocaron los pies. Matteo se quitó los zapatos también y la acompañó. Se quedaron callados, hombro con hombro, contemplando el horizonte.

–¿Sabes por qué me gusta venir aquí? –preguntó ella con un suspiro.

–No. Dímelo.

–Me recuerda que soy insignificante en el gran esquema de las cosas. El mundo podría seguir girando sin mí. Eso me consuela en cierto modo.

–Te equivocas –replicó él, tomándola por los hombros para que lo mirara a la cara–. Sin ti, mi mundo se detendría.

–Parece la frase de una película barata, doctor. Actúas muy mal.

–Siento haberte dejado sola en Antigua –se disculpó él, sintiéndose avergonzado y merecedor de su sarcasmo–. Estaba asustado.

–¿De qué?

–Llevo toda la vida buscando la felicidad y nunca he logrado alcanzarla. Contigo, ha sido diferente. Puedo imaginarme a tu lado por toda la eternidad. Pero me aterroriza pensar que puedas dejarme.

El próximo capítulo es el final.

Imposible Resistirse [Lutteo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora