Capítulo 4

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Capítulo 4: Viejos amigos

En aquella ocasión Frank no se encontró con perro sino con una mujer llorosa que no dejaba de sonarse la nariz ruidosamente. Miro la valija, un claro indicativo de cómo le fue en la reunión con sus padres.

Con su bastón golpeó la valija.

—¿Dónde vas a guardar todo eso? No voy a desocupar el closet de la habitación de invitados.

Kristen lo miró con unos enormes ojos enrojecidos de tanto llorar. Frank masculló algo inentendible antes de seguir con su camino.

—Fu-fueron muy fríos —le contó entre hipidos, pese a que Frank nunca preguntó. Le dijo lo injusto que fue Keaton al arrojar sus cosas y como deseo que Kiara estuviera ahí para apoyarla.

—¡Ja! ¿Pues qué has hecho niña? ¿Saturaste la tarjeta de crédito?

El olor a pan recién horneado lo hizo detenerse en seco, miró con adoración la vitrina, luego recordó la advertencia de su médico. Ese hombre lo único que hacía era quejarse, que si la presión, que la tiroides, el colesterol, al final Frank salía de peor humor del que entraba. Frank esquivaba los hospitales y por ende, a los doctores mismos, como si estuviera en una carrera de autos.

—Si se lo digo, promete que no se lo va a contar a nadie.

—Como si me importara. No quiero que me cuentes tus problemas. Ya tengo suficiente con los míos.

—¿Cuáles? ¿Habla de limpiar la popo de los perros? Su problema es que tiene demasiados perros.

—Es libre de marcharse primero —atacó.

Sin necesidad de verla, supo que le hizo un gesto grosero. Esa era la juventud de hoy, más preocupados por cosas materiales, sin nada de respeto a sus mayores y el teléfono... Oh, ese maldito teléfono. No podían vivir sin uno. Era la razón por la que se negaba a comprar un teléfono móvil, con el de su casa bien que le bastaba.

—Iba a casarme, por eso el vestido de novia.

—Qué sorpresa —murmuró con sarcasmo.

El recibimiento al llegar a casa fue el mismo que el día anterior, cinco caninos apretándose contra la puerta con la intención de tirarla abajo.

***

Robert parpadeo varias veces, no porque tenía algo en el ojo sino porque no podía dar crédito a lo que veía. La novia sentada frente a Frank, los dos vigilando la entrada del edificio, como viejos amigos.

—Es horrible, parece que Lock vomito encima.

Frank gruñó fuerte, su manera de decir lo mucho que lo molestaba aquello.

—No se llama Lock.

—Es mejor que llamarlos: perro uno, perro dos.

—Pamplinas. Ya tiene nombres. Macchiato, Chocolate, Pollo, Churro y Albahaca.

—Oiga, ¿tenía hambre cuando los nombro? No me sorprende, si todo lo que come es comida congelada.

La interacción entre ambos le causó desconfianza.

—Lamento interrumpir —la novia por poco y se cae de su asiento, haciendo notable lo inmersa que estaba en la conversación. Robert buscó una manera educada de preguntar qué hacía ella en su edificio, como no la encontró fue directo al punto. —No esperaba volver a verla.

—Tampoco yo —escupió Frank—, lo único que hace es criticar mi saco y usurpar la habitación de invitados de mi casa.

Las mejillas de la novia enrojecieron. Robert, a quien no le hacía falta escuchar dos veces la misma cosa, de hecho odiaba cuando eso sucedía, tuvo que pedir a Frank que lo dijera de nuevo.

Locuras de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora