Capítulo 2

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Capítulo 2: Kiara

Kiara se graduó con honores de la universidad. Tiene su propia empresa, era pequeña pero comenzaba a hacerse de un nombre. Ganaba lo suficiente para vivir cómodamente y para algunos gustos, le encantan los bolsos y zapatos de marca. Puede que fuera un tanto perfeccionista en todo lo que hacía y nada escapaba fuera de su control.

No tenía idea de lo que su inconsciente hermana quería que hiciera con su prometido.

Will escondió su rostro entre sus manos, no podía decir si lloraba. Kiara no sabía cómo lidiar con las lágrimas. El padrino del novio irrumpió por la puerta con brusquedad.

—Las personas se comienzan a inquietar. ¿Cuánto más se va a retrasar la boda?

Nadie le contestó. Kiara se concentró en su teléfono, revisó su agenda y los últimos mensajes que intercambió con su hermana. La nota solo decía que lo sentía y que dejaba la situación en sus manos. Como no, la menor de las hermanas Queen siempre recurre a sus hermanos mayores para solucionar sus problemas.

—Hay que dar el aviso de que la boda se cancela.

El padrino jadeo horrorizado. Will no se movió.

—¿Cancelar? ¿Por qué? —Levantó un dedo acusador—. ¿Te enamoraste de Will? ¿Vas a arruinar su boda?

Kiara bajo su mano con firmeza. Se conocieron la noche anterior, pero no recordaba su nombre. No es que le importara.

—¿Hay algún lugar donde pueda ir William? Donde los reporteros no puedan llegar con facilidad.

El padrino lo pensó por un momento antes de darle la dirección de la casa de la madre de Will. Una vez anotado en el teléfono, le pidió que mandara su equipaje luego de que diera la noticia. Kiara se encargaría de sacar al novio.

Will no opuso resistencia, parecía ido. Se subió al coche sin protestar y se mantuvo en silencio el resto del viaje. El teléfono comenzó a sonar con insistencia. Los padres de Will. Sus padres. En el asiento de atrás estaban las pertenencias de Kristen. ¿En qué habría pensado esa niña para irse de esa forma? Esto solo le daba la razón a Keaton, quién siempre se quejaba de que la consentían demasiado.

Después de conducir por horas lo que menos esperaba encontrar era una pequeña granja. La casa daba la impresión de que se podía desmoronar ante un viento fuerte. Will bajó del auto y se perdió en el interior, tan silencioso que le dio mala espina. Kiara rodeo la casa para inspeccionarla. En la parte de atrás había dos corrales, dos cerdos le devolvieron la mirada en la oscuridad y el otro estaba vacío.

¿Por cuánto tiempo tendría que quedarse en ese lugar? El único motivo por el que no se marchaba era porque necesitaba asegurarse que Will estaba bien y no iba a cometer una locura.

El escalón chirrió en cuanto puso un pie encima. La planta alta solo disponía de dos habitaciones y un baño. Will salió de este último sin mirarla y se metió a una de las habitaciones. Bien, el voto silencioso seguía.

Más tarde, cuando trataba de conciliar el sueño, escuchó la puerta de la entrada cerrarse.

***

Will entró al bar ignorando las miradas, no se trataba de las miradas coquetas a las que estaba acostumbrado recibir. Eso era lo malo de crecer en un pueblo pequeño, todos te conocían. Se preguntaban qué hacía el inquieto Will, como solían llamarlo, de nuevo en casa. Se sentó en los taburetes de la barra dándole la espalda a las miradas curiosas.

Ni siquiera tuvo el valor de verlo a la cara sino que mandó a la hermana para que se hiciera cargo. ¿Qué esperaba con eso?

Tomó un trago. Nadie en ese lugar podría hacerse una idea de lo mucho que lo necesitaba. Marco el número de Kristen aún sabiendo que no iba a contestar. Quiso reír de lo ridículo que se debía de ver bebiendo solo. Confiaba en ella. Sabía lo intensos que podían ser sus familias y por eso le dijo que podía esperar. ¿Ese era el amor que se tenían? ¿Es que nunca lo amo? No podía comprender a Kristen.

Los susurros fueron subiendo de volumen, incapaz de seguir soportándolo se bebió el resto del whiskey y se fue. El aire frío hizo que se le erizaran los vellos del brazo. Cerca de la entrada, una pareja se besaba apoyados en un auto.

Will sonrió cuando otro auto pasó a toda velocidad con el letrero de «recién casados».

—Tiene que ser una broma —levantó la pierna y le dio una patada al tacho de basura. —¡Maldita sea! ¡Maldición! ¿Por qué carajos?

Lo hizo una y otra vez hasta que solo quedó la absurda realidad. 


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