CAPÍTULO 16

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EMMA

Ha pasado una semana en la que no me levanto de la cama y me la paso comiendo como cerda y atragantándome un libro tras otro. Las cuatro paredes de mi habitación se han convertido en mis confidentes y la almohada en una amiga para llorar. Las noches frías son las más volubles, y el reloj parece detenerse en cada hora como si fuera cómplice de los malos presentimientos. No es fácil cuando pensé que era un capricho. La soledad me confunde y supongo que todo esto es el duelo que creo que toda pareja debe de superar al romper. Pero esto es lo más conveniente para sentirme culpable. Más que segura, esto será un bien para cada uno de nosotros y si mi padre quiere hacerme daño, será lejos de ellos. Mi madre ha estado conmigo en estos días y siempre inventa cualquier excusa para entretenerme. Tengo que buscar la manera de distanciarme y buscar la manera de salir de esta habitación.

Recordarlo es fácil, pero no puedo romper el esquema y actuar como si nada pasara nada. Mi madre me repetía que tenía que dejar de ser egoísta y escuchar mi corazón, si lo amo con tantas fuerzas para desgastarme en las noches, debo de ir hacia el camino correcto, el problema es que, si corro hacia esa dirección más tarde estaré arrepentida de lo que pueda llegar.

Cuando era pequeña, no tenía las fuerzas para defenderme o tomar una decisión por las causas más insignificantes; el miedo era más horrendo que pensar que había un monstruo debajo de la cama o, sin saber que era más riesgo entre decirle a mi madre o morir por los golpes y las veces que Jaime me violaba como un animal. Era una niña que no conocía el pecado, ni me daba cuenta las veces que mi padre me mentía para llevarme a ese sótano. Ahora de mayor, no puedo creer ciertas cosas que han pasado en mi vida; de pasar hacer una chica aburrida y solitaria, a un mundo que desconozco como si pisara país nuevo. El héroe que deseaba tener de pequeña existe y fue quien me enamoró con tan solo poner sus ojos encima de mí. No obstante, no puedo descrestar que ciertas cosas conviven en mí. Mi padre, es un maldito, un estafador que me hizo creer que era el mejor hombre de mi vida para hacerme daño, y que este dolor de años, como la niña que aún vive en mí, no se puede borrar. No quiero morir en sus brazos, pero algo me dice que mi final, no será feliz.

Me derrumbo de nuevo en la cama pegando la mejilla en la húmeda almohada, cohibida y triste. No tengo otra que más pensar en lo que vendrá, preocupándome mi familia. En esta semana Sara tuvo otra recaída no tanto como las anteriores, pero un buen susto me lleve. Ahora está en casa tomando reposo y dice que no se quedara en casa conociendo mi bajo ánimo. Las chicas han estado pendientes y siempre me invitan a salir, pero siempre me niego. Por otro lado Sam no deja de llamar todos los días, con el fin de que acepte una de su invitación, y con breves palabras me invento cualquier excusa que me libre de él.

Parezco con mil bultos de arena encima, no puedo ni soy capaz de levantarme a ver el sol del día. Los gemelos se la pasan entrando y saliendo de mi habitación, según Simón para confirmar que aún sigo viva.

De tanta intensidad de los gemelos salgo del lugar arrastrando los pies contra el suelo y con los brazos a casa lado sintiendo que la cama me grita que vuelva a ella. Mi madre sale de la cocina con una bandeja llena de galletas de mantequilla que huelen a mil dioses.

-Te vas a enfermar. – inquiere en tono bajo y muy serio.

-No quiero hacer galletas. – manifiesto.

-Pues vas a compartir con tus hermanos y con tu amorosa madre. – se inclina para darme un beso en la mejilla. – Tus hermanos requieren ayuda. – hace gestos hacia ellos y cuando la sigo, están los dos sobre el sillón con cuadernos y colores por todos lados.

ESTOY CONTIGO #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora