Capítulo 8

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Nathan y yo llegamos juntos al hospital esa mañana y todo pintaba ser un día normal de trabajo. Después de saludar a Grace en la recepción fuimos hasta los vestidores para ponernos los uniformes.

Mientras nos preparábamos Mia llegó y fue directo a darnos un beso como saludo de buenos días. Estaba de buen humor.

Me cambiaba en modo automático ya que tenía que hacerlo en forma rápida sin prestar atención a los detalles. Mientras lo hacía pensé que antes de que me asignaran un área de trabajo debía de ir con Audrey y comprobar que todo estaba en orden. El día anterior no había pasado por ahí y era mi deber estar al pendiente de ella. Aunque saber que Alex no estaría me hacía sentir rara, esa emoción que sentía al saber que me toparía con él estaba ausente, quería verlo. Recordé entonces que yo misma le había dicho que pasara unos días fuera del hospital; fue lo mejor tanto para él como para mí.

Sin embargo, no tuve tiempo de pasarme por la habitación de Audrey ya que el doctor Sean nos reunió a todos los internos y comenzó a darnos las asignaciones para el día. Tendría que encontrar otro momento del día para hacerle una visita a mi paciente.

Me asignaron de nuevo al área de urgencias, pero al equipo que recibía las ambulancias. Nathan y Mia se ocuparían de otras áreas así que me sentiría un poco sola ese día.

En cuanto me puse el atuendo adecuado para el trabajo, que consistía en una bata amarillenta y de material desechable que cubría todo mi torso y se amarraba por la espalda, guantes y un gorro del mismo material de la bata, se escuchó el sonido de las sirenas de la ambulancia anunciando que llegaba a toda velocidad al hospital.

Corrí junto con mis compañeros a las puertas que daban al estacionamiento de las ambulancias y cuando estuvimos afuera me di cuenta que ya bajaban al accidentado, o más bien en este caso accidentada.

—Mujer, veintidós años. Un camión se atravesó en su camino y la golpeó —explicó rápidamente el paramédico, como si recitara algo de memoria—. Tiene algunas costillas rotas, también su tibia está rota y cuenta con severos golpes en el rostro.

Mis compañeros y yo comenzamos a atenderla rápidamente. Me acerqué a ella y pude notar que a pesar de los golpes estaba consciente y aun conmocionada. Sus ojos color azul intenso estaban ligeramente abiertos. Entonces, en cuanto me vio, se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Trató de levantarse, pero los internos no la dejaron. Comenzó a respirar entrecortadamente.

—¿Qué me pasó? ¿Qué me pasó? —repetía.

—Tranquila, por favor —le pedí, mientras los demás la inmovilizaban—. Hay que preparar el quirófano en cuanto antes, tenemos una fractura expuesta —les dije a los demás observando bajo la gasa que cubría su pierna.

—Localicen al traumatólogo —gritó alguien.

Entonces, entre los cinco que estábamos ahí, comenzamos a empujar su camilla en dirección al quirófano.

Reacomodar huesos era algo que se veía doloroso, no imaginaba el dolor que podían llegar a sentir las personas. Sí, yo había pasado por algo como eso, me había roto el brazo cuando era más pequeña, pero era tan pequeña que no recuerdo mucho. Afortunadamente a la chica accidentada la durmieron con anestesia.

En menos de lo que esperaba ya estábamos enyesando y vendando su pierna y su torso. El doctor había sido relativamente rápido. Ella por fin podría descansar. Era tiempo de llevarla a una habitación. Y entonces una idea cruzó por mi mente, sabía a dónde llevarla y esperaba que no le molestara la compañía de un chico guapo, coqueto y galán.

Little bit of medicine, little bit of love. [Disponible en Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora