El cuento de la campesina

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-Una bella chica que vivía allí. A pesar de que ella vivía en una aldea alejada del pueblo y con pocos habitantes eso no impedía que ellos se quisieran y cuidaran entre sí. Mientras tanto, en Francia había un enorme castillo en el que vivía un solitario príncipe- inicio su cuento.

-¿Era guapo?- preguntó una pequeña alzando la mano entusiasta

-¿Guapo?- se pausó un segundo el cuentacuentos- Bueno, a decir verdad él no se consideraba así- se sinceró extrañándole la pregunta.

-Pero sería más interesante la historia si fuera un príncipe guapo- siguió diciendo la pequeña. Sonreí de lado esbozando una risita casi inaudible.

-¿Te agradan los príncipes guapos?- le preguntó el cuentacuentos, la pequeña asintió jugueteando nerviosa con sus manitas

-Así la historia es más romántica- Suspiró la pequeña bajando su manita, parpadeo rápido como coqueteando con el techo y junto ambas manos poniéndolas debajo de su mejilla izquierda

-¡Ba! ¿A quién le importa que sea romántica o no?- respondió un niño con un poco de asco.

-Eso dices ahora-le regañó la pequeña- Pero ya verás después.

-¡Por favor paren!-interrumpió otra pequeña enfadada de no poder terminar de escuchar la historia por culpa de ellos dos

- Gracias- agradeció el cuentacuentos- Como los decía, en el castillo vivía un solitario príncipe

-¡Guapo!-gritó la pequeña del inicio rápidamente.

-Un solitario príncipe guapo- añadió el cuentacuentos para terminar la pelea- A pesar de que vivía rodeado de lujos y con los mejores servicios él no se sentía feliz porque seguía solo.

Desde su ventana veía a los aldeanos ir al mercado, y ser felices con sus amigos y familia. En las fiestas veía a la gente bailar y sonreír, pasarla bien... pero él no podía estar allí.

-¿Era cojo?- interrumpió la pequeña nuevamente.

-¿Cojo?- se pausó un rato- No, no lo era

-¿Entonces porque no podía estar allí?- volvió a decir la pequeña.

-Por qué le habían enseñado que un príncipe no podía juntarse con los aldeanos, era una regla- le explicó el cuentacuentos.

-¿Una regla? ¡Qué tontería!- concluyó la pequeña- Si yo fuera el príncipe rompería esa regla e iría a jugar con los demás

-Muy bien dicho-continuó el cuentacuentos, volvió a ver a los niños y siguió- De hecho eso fue lo que pensó y puso manos a la obra para hacerlo. Pero como era algo que le habían dicho que no hiciera él se disfrazó de un aldeano común y corriente. Tomó un burro del establo y salió al pueblo.

-A mí no me gustan los burros- dijo una pequeña al fondo- Hacen un ruido extraño de "¡IA! ¡IA! ¡IA!" y me asusta- finalizó con ojitos abiertos y jugueteando los dedos.

-¿Y que no te asusta?

-Los conejos- dijo ella con grandes ojos.

-Pero el príncipe no podía montar un conejo ¿O sí?- dijo el cuentacuentos.

-No, lo aplastaría todo. ¡No! Un conejo no, mejor un caballo-pensó la niña

-¡Un caballo! Buena elección. Entonces el príncipe tomó un caballo del establo y salió al pueblo. Empezó a caminar y caminar a través de las calles viendo a la gente ir y venir. Las madres comprando en las calles concurridas de Francia, los hombres trabajando en las carnicerías y barberías con empeño y los niños correr libres por las calles jugueteando por allí.

TITANIC. Si Jack hubiera sobrevivido (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora