XXIII

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Llegó el viernes por fin. Por la tarde las chicas y yo nos fuimos de compras. Teníamos que estrenar esa noche. Alejandro (mi novio no novio), decidió dormir la siesta para tener fuerzas para la ''gran noche''. 

Me compré un vestido rojo ceñido que, a decir verdad, marcaba todo lo que tenía y dejaba poco a la imaginación. Pero era mi noche y nadie iba a poder decirme que no me lo pusiera. 

Después de una intensa tarde con las chicas me fui a casa. Me tiré en la cama y, aunque no quería reconocerlo, tenía una mala sensación para esa noche. Me puse una serie para dejar de pensar un rato y cuando vi la hora, no tuve más remedio que correr. Si, correr. Había quedado en una hora y media y yo ni estaba duchada, ni maquillada ni vestida. 

A las 21.25 ya estaba lista, cinco minutos antes de la hora a la que había quedado Alejandro en que venía a por mi. Como ya os dije antes, Alejandro era un poco mayor que yo, así que para mi gran suerte tenía coche. No era un audi, pero tenía cuatro ruedas y con eso era más que suficiente. Además, me había prometido que no bebería para luego llevarme a casa, así que aproveché y me puse los tacones más altos que tenía. 

Cuando Alejandro me miró me devoró con la mirada.

- Wow, nena, estás increíble. Porque tenemos prisa que si no... 

Sonreí y le di un beso. La verdad es que Alejandro era el típico chico que todo lo que pensaba lo decía, no tenía filtro. A veces eso me incomodaba porque decía las cosas delante de cualquiera, pero es lo que yo he decidido tener, ¿no?

Pronto llegamos a la casa de Nina. Sus padres habían salido y podíamos cenar y hacer previa antes de ir a la discoteca. Cuando llegué estaban ya todas allí, y entre gritos me saludaron. Era la primera del grupo en ser mayor de edad, y no sé por qué eso les causaba especial ilusión. 

Cuando ya estábamos a tono y los amigos de Alejandro habían llegado, nos fuimos a la discoteca. Allí el gorila que estaba en la puerta (que no era un gorila, si no un tío enorme de grande) nos dejó pasar sin poner ninguna pega. Dentro ya había ambiente y no tardamos mucho en comenzar a bailar. 

Y os tengo que confesar una cosa, si pensáis que ya me he olvidado de David estáis equivocados. Lo sigo teniendo en mente. Día a día. ¿Qué por qué os cuento esto? Pues porque estoy medio borracha y porque me he acordado de él. 

Y hablando del rey de Roma... allí estaba él, apoyado en la barra pidiendo una copa. 


Mi profesor de francés.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora