Capítulo 4.

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No dices nada romántico
Cuando llega el atardecer
Te pones de un humor extraño
Con cada luna llena al mes

Pero a todo lo demás
Le gana lo bueno que me das
Solo tenerte cerca
Siento que vuelvo a empezar 

Julieta Venegas.

4 | Limón y sal

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4 | Limón y sal.

Había pasado una semana desde que inició las clases. No sabía si era bueno o no que Julián no se hubiera aparecido en las dos prácticas de voleibol que tuvimos. Por una parte, me evitaba hacer alguna estupidez y, por la otra, me dolía porque quería verlo, que me diera una de sus sonrisas, por lo menos.

¿Pero saben quién sí estaba? Abel.

Dios, no sé cómo todo el mundo se paraba cuando él llegaba. Todos tenían la esperanza de entablar una conversación con él, aunque tenía fama de arrogante. Había personas que decían que, por lo general, él siempre era cortante o que simplemente se quedaba callado cuando no quería que lo molestaran. Pero, desde mi experiencia, solo podía decir que era un grano en el culo. Siempre se esforzaba por hacerme quedar mal.

Me corrigió tres veces en clase de historia, me interrumpió cuando estaba en medio de una explosión de biología solo para ir al baño, dijo que mis formulas estaban mal y, lo que más me enfadó, me dejó como un zapato en el entrenamiento. Pero mi excusa es que estaba demasiado ocupado con la pregunta de dónde se encontraba Julián.

Bueno, mis formulas sí habían estado mal, pero lo del baño me pareció la cosa más malvada porque me hizo perder la idea. Decidí que no iba a dejarme estresar con ese imbécil.

—Leí algo curioso, es sobre una leyenda japonesa —dijo Sofía. Estábamos en la cafetería, ella sentada frente a mí. Celeste nos había mandado un mensaje en el que nos decía que se retrasaría un poco—. Decía que tu actual rostro es el rostro de la persona que amaste en tu vida pasada.

—Si eso es verdad, qué asco —dije y me llevé una papa frita a la boca.

Ahí era el único lugar donde comía todo lo que tenía en frente. Por lo general evitaba que me hicieran preguntas sobre si estaba bien. Odiaba que me preguntaran sobre mi peso. Odiaba que ellas vieran mis sacrificios para poder gustarle a un chico. Así, también, me ahorraba de dar explicaciones.

—Yo creo mucho en las vidas pasadas.

—¿Por qué nos iban a mandar otra vez al mismo infierno?

—La vida no es un infierno. La vida es bonita. —La miré raro mientras masticaba mis papas: como Rosalía.

—Ay, yo no sé, yo quiero morirme pronto.

—Cállate, nunca digas eso.

—Es una broma.

—Hay tantas cosas por hacer. Si te soy sincera, si existieran los vampiros, amaría que me convirtieran en una. Amaría tener todo el tiempo suficiente para hacer las cosas con más calma y para probar nuevas experiencias.

Un Amor Del Carajo Ⓓ [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora