Capítulo 26: Dile adiós al dinero [Aiden]

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     —No, no, no, no…—musitó Aaron caminando de un lado a otro con las manos cruzadas sobre su pecho.

     —¡Para ya Aaron que me pones nervioso!—espetó Jean dejando de morderse las uñas unos segundos.

     El ojiazul señaló el horno—si es que ahora se le puede llamar así—desprendiendo un montón de humo y, seguramente, a punto de crear una pequeña llama en la bandeja que contenía nuestra cena.

     —¿Te crees que puedo quedarme tranquilo con semejante movida?—tragó saliva y se sentó en el suelo.

     —¿Podéis dejar de comportaros cómo unos críos?—negué con la cabeza.

     —Lo dice el que está aportando mucho—Jean me fulminó con la mirada.

     Vale, es cierto que estamos en problemas. Deberíamos apagar el horno, pero ninguno se atreve a hacerlo. ¿Y si nos quemamos en el intento? Desde luego, a Lynn no le haría ninguna gracia que, aparte de quemar su horno y llenar su casa de humo, tenga que llevarnos a alguno de nosotros al hospital.

     Bufé un poco molesto y abrí las tres ventanas de la cocina.

     —A ver, pensemos, ¿cómo podríamos apagar el horno?—pregunté al aire.

     Aaron se encogió de hombros.

     —Creo que sé que podemos hacer—Jean sonrió y se dirigió a unos de los cajones.

Caminé hacia la puerta, de espaldas a los otros dos

     Me giré sobresaltado y me di un golpe sobre la frente cuándo vi el resultado de la “gran idea” de Jean.

     —Hijo de…—gritó el mayor mirando todo el agua de la pota tirada por la cocina.

     Me siento mareado, de veras. La cocina está bañada en un denso humo blanco provocado por el roce entre el agua y la alta temperatura que tiene el horno. El suelo está empapado, el horno sigue encendido y no tenemos ni la más mínima idea de cuándo regresará Lynn.

     Jean lo fulminó con la mirada.

     —Por lo menos yo doy ideas, mira—pulsó el botón del horno con total tranquilidad y lo apagó—Puede que lo haya mojado todo, pero por lo menos esto ya está solucionado.

     Suspiré y fui hasta un pequeño armario, en el que Lynn usa distintos elementos de limpieza. Cogí un cubo y la fregona y corrí de nuevo hasta la cocina.

     Aaron y Jean se encontraban sin hacer nada, en silencio, mirando el humo que poco a poco se iba yendo por la ventana.

     —Jean, ya que das unas ideas geniales, limpia el agua—me acerqué a él y le coloqué el mango de la escoba en la mano.

    Él alzó la ceja y la soltó mientras soltaba un bufido.

    —¡Tienes que estar de coña! Dile a Aaron que la haga, que aún no lo he visto hacer algo útil.

    —¿Perdón?—se echó a reír irónicamente— Te volviste rematadamente loco…

    Volqué los ojos.

     —Dejadlo estar, lo haré yo… total, mejor eso que aguantaros haciendo el imbécil.

     Comencé a pasar la fregona seca por el suelo, empapándola por completo. La escurrí en el cubo, y volví a pasarla por el suelo.

     —Mientras lo hagas tu…—Aaron sonrió de lado.

     Negué con la cabeza y seguí con mi tarea. Jean abrió el horno con cuidado y sacó nuestra “comida” completamente chamuscada. Contrajo su rostro en una mueca de asco.

Hermana MayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora