Ya había caído la noche y en la iglesia se estaba celebrando la despedida del día. En ese ritual los habitantes del pueblo daban gracias por el día. Nora había explicado que se hacen dos rituales al día, uno al amanecer y otro al anochecer. Y además tenían que ir a rezar al menos dos veces cada cuatro días.
-Hermanos, -dijo solemne el sacerdote. - Recemos hoy una oración más por el alma del marido y padre de nuestros visitantes.
Los presentes se sumieron en un murmullo uniforme que se asemejaba al ronroneo de un gato. Antes de que el cura pudiese dar por acabada la misa, alguien golpeó las puertas de la iglesia. Entraron siete soldados armados.
- Este lugar es una iglesia, los soldados del reino no son bienvenidos a menos que vengan a rezar.
- Lo sentimos mucho y rogamos nos perdone, pero esto se trata de un problema mayor. -dijo uno que parecía el jefe.
Una de las sacerdotisas se acercó al soldado y le susurró algo. El soldado le respondió en el mismo tono. Evelyn noto que Nora y Alan se ponían tensos.
- Prepárate. -le susurró Nora. - Puede que nos toque salir huyendo.
La sacerdotisa dejo pasar a los soldados. Dos se quedaron en la puerta y los otros cinco se acercaron al altar y, tras dedicar un gesto de respeto al sacerdote y al mural, sacaron un trozo de papel escrito que parecía contener las órdenes.
- Se comunica que hace unas semanas dos esclavas escaparon de sus dueños con la ayuda de otros dos criminales buscados. Un comerciante dio aviso de haberse encontrado con uno de ellos en Itsas. Los criminales son conocidos como El rey de los ladrones y la Bruja sangrienta; se han colocado retratos en la entrada del pueblo. Aquel que los identifique ha de avisar a las autoridades inmediatamente. El que los encuentre será recompensado con cien mil monedas de oro por cada uno de ellos. Van armados y son peligrosos.
El soldado volvió a guardar el papel e hizo una pequeña reverencia. Después se unieron a sus compañeros a la entrada.
En la iglesia se había convertido en un gallinero. La gente comentaba asustada con sus vecinos. Unos temían por sus vidas y otros discutían sobre el botín. Los gemelos estaban tensos y Nora se acercó a las hermanas. Y fingiendo un gesto de protección materna susurró.
- En cuanto te lo diga coge a tu hermana y corre todo lo que puedas hacia la entrada del pueblo. No pares hasta que encontréis la primera señal de caminos. Allí os están esperando.
-Hermanos. -interrumpió el sacerdote. - Recordad que estamos en la iglesia. Esos criminales son considerados herejes e impíos. Ljudski, el primero y verdadero dios, les castigará. Ahora, pueden marchar.
Los gemelos agarraron a las hermanas y se confundieron entre el gentío para salir de la iglesia, mientras mantenían vigilados a los soldados con el rabillo del ojo. No habían avanzado más de unos metros cuando el sacerdote se acercó a los soldados y les dijo algo mientras los miraba.
-Seguid caminando hacia los establos...-susurro Alan.
El soldado dudo durante unos segundos. Estaba a punto de apartar la mirada cuando un fuerte golpe de aire tiro el velo que tapaba el cabello pelirrojo de Nora. Como activado por un resorte los siete soldados se giraron y desenfundaron sus armas.
- ¡CORRED!
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Las campanas de la prisión sonaron con fuerza cuando llegó el amanecer, pero no despertaron a Kyros. El dolor no le había dejado dormir. Pero prefería el dolor a las terribles pesadillas que le atormentaban.
Tres días atrás, después del juicio, le arrojaron en una jaula pequeña junto con Júpiter. Los llevaron a una plaza donde había un palco. Era la plaza del hombre muerto, donde los criminales eran ajusticiados. La multitud no tardó en reunirse curiosa. Los criminales eran ejecutados después del anochecer, así su alma se perdería en la noche y jamás llegaría al sol. Kyros nunca se había preocupado por eso, le parecía un castigo justo, pero ahora era una atrocidad a sus ojos.
Vio indefenso como se llevaban a Júpiter y la ataban al pilar metálico ennegrecido sin importar cuanto gritaba o luchaba la muchacha. Kyros lloraba a lágrima viva. Ya no le importaba mantener la dignidad. Imploro a todos los dioses que conocía, se revolvió, golpeó los barrotes, tiro de las cadenas; pero todo lo que logró fue que la multitud le arrojase fruta podrida. Pero, cuando el verdugo prendió la pira que habían formado alrededor de Júpiter, paro de golpe. Todo lo que podía hacer era observar impotente como las llamas atacaban los pies de Júpiter. Los gritos de la muchacha eran lo único que se podía oír.
Kyros apartó la mirada. No era capaz de ver como ella se consumía. Los gritos de Júpiter cesaron de golpe y la multitud estalló agitada. Kyros alzó la cabeza y vio el cuerpo inerte de Júpiter atravesado por una flecha. Las llamas seguían consumiendo su cuerpo, pero ella ya no estaba allí. El muchacho cerro los ojos y emitió un cantico imperceptible, agradeciendo la muerte rápida e indolora de Júpiter y suplicando que su alma encontrase un lugar en el sol.
Los soldados actuaron rápido y comenzaron a buscar al tirador, dejándolo allí. El joven tomo su oportunidad e intento forzar la cerradura, sin embrago una segunda flecha silbo pasando peligrosamente cerca del rostro del muchacho y la tercera acertó en el hombro. Kyros emitió un grito ahogado revelando a los soldados el objetivo del arquero. No tardaron en evacuar la plaza y llevarse a Kyros de vuelta a la prisión.
A partir de ese momento todo se ponía borroso. No recordaba bien que había pasado desde que llegó a la prisión. Sabía que los guardias atiborraban la comida de los presos de drogas para evitar que se movieran, pero lo que más nublaba su mente era el castigo que le habían impuesto a él.
Todo alado que cometía traición era despojado de sus alas y de su cabello, los símbolos de honor de su raza. Esa era la ley. Le ataban a una mesa mientras un aparato creado por la más retorcida de las mentes tiraba de sus alas. Desgarrando, rompiendo, arrancando. Luego un médico te desinfectada y cosía las heridas, asegurándose de que vivirás, dejando muñones deformes que marcaban tu traición para el resto de tu vida.
El doctor visitaba su celda dos veces al día y le daba potentes analgésicos. Kyros pasaba la mayor parte del tiempo en un estado entré el sueño y la vigía, incapaz de dormir, pero incapaz de permanecer despierto. La tristeza que le asolaba por la muerte de Júpiter había sido sustituida por odio y amargura, y, aunque apenas podía moverse, fantaseaba con ver su venganza cumplida. "Pronto..." Se dijo "Saldré de aquí y me aseguraré de que todos y cada uno de ellos muera".
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Los fragmentos del tiempo: El Palacio de Cristal [Completa]
FantasyHay muchas leyendas en este mundo. Cientos. Miles. Algunas prohibidas por los reyes, otras por los dioses. Pero solo una de ellas se repite en todas las culturas. Y solo una está prohibida en todo el mundo. Más allá del Bosque Maldito, pasando la Ci...