Capítulo 38

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En cuanto la Doncella abrió sus labios un nuevo paisaje les envolvió. Seguían en el mismo lugar, pero la doncella no estaba allí. Solo ellos. Ellos y ocho soldados. Lucían cansados, pero sus rostros solo mostraban triunfo. Habían roto la puerta, que era de cristal como el resto del palacio, y caminaban formando un círculo, vigilando las espaldas de sus compañeros. Continuaron caminando hacia el trono. Cuando llegaron a la altura de los jóvenes, Kyros reconoció a dos de ellos. Una versión más demacrada de Este y Sur caminaban de espaldas, atentos de cualquier cosa que se moviese a su alrededor. Sus rostros eran iguales al de los guardianes, sin embargo, eran diferentes, transmitían un aura muy diferente.

Cuando llegaron al trono la imagen cambio. Estaban en una habitación totalmente blanca con dos pedestales en las esquinas opuestas y expuestos en ellos había una gema en cada uno. No había ventanas, pero las joyas brillaban con la intensidad del sol e iluminaban la estancia. Se colocaron cuatro enfrente de cada pedestal.

"¿Preparados?" Pregunto uno de ellos, que parecía el líder. "Cuando de la señal..." Los ocho tragaron saliva y se prepararon para sacar las gemas de su lugar. "¡Ahora!" Los jóvenes escucharon gritar a los guerreros. Las gemas quemaron sus manos, pero aun así lograron separarlas del pedestal. La luz mermó, dejando entrever imágenes en su superficie. Los ocho se quedaron ensimismados durante unos minutos, observando lo que la esfera les enseñaba; sin embargo, era evidente que no observaban lo mismo. Los ojos del primer grupo se llenaron de lágrimas de tristeza, mientras que los rostros de los otros cuatro mostraba horror y preocupación.

Casi instantáneamente comenzó la batalla. Cuatro de ellos habían comenzado el ataque sin aviso previo. El primero en caer fue Sur, que daba la espalda a sus atacantes. Su cuerpo cayó como un fardo ante los aterrorizados ojos de sus compañeros. "¡Dadme la joya!" exigió el que empuñaba la espada, aun manchada de sangre, "No nos obliguéis a seguir.". Los aludidos taparon la esfera, protegiéndola de sus antiguos compañeros. "¡No!" respondió Este, "Debemos dejarlo en su lugar y abandonar el palacio.". Se miraron a los ojos discutiendo casi con la mirada. "Lo siento" murmuró Este, casi para sí misma.

Con un grito lanzo una bola de fuego que atravesó el vientre de su contrincante. El hombre salió despedido hacia atrás y se estrelló contra la pared. Manaba sangre se su boca, sin embargo, su vientre había sido inmediatamente cauterizado por el mismo ataque que había provocado la herida. Su destino estaba sellado, ni la magia más poderosa podría salvarlo ahora, sin embargo, antes de exhalar su último aliento recito una maldición sobre el palacio y sus habitantes. "Aquí con mi sangre sello." dijo con voz débil "Que nadie volverá a pisar esta tierra. Nadie acudirá al llamado de auxilio del demonio que aquí se cobija. Que quede ella sola abandonada por sus hijos." Sus últimas palabras fueron la señal de salida. Se atacaron los unos a los otros, los ataques eran desesperados, si perdían su arma o caían al suelo atacaban con los puños, las uñas e incluso los dientes. Era horrible ver una lucha como aquella, más todavía sabiendo que ambos lados de la pelea habían sido hermanos de armas. Los guardianes habían descrito aquella escena como sangrienta y dolorosa; pero aquello no lograba describir la atrocidad de aquella batalla.

Finalmente, los que querían huir con las gemas acabaron con sus contrincantes, sin embargo, otro más sucumbió al poder de sus antiguos compañeros. Los dos sobrevivientes cogieron la gema que faltaba de las manos inertes de su compañera y huyeron sin mirar atrás. Dejando los cuerpos de sus seis camaradas abandonados en aquel lugar.

La escena cambio de nuevo. Uno de los guerreros llevaba al otro en brazos. Dejaban la Ciénaga de los Sueños, pero el bosque no había crecido todavía. No logró avanzar más que unos metros antes de tropezar y caer junto con su compañero al suelo. Se giro sobre sí mismo, empujando al otro guerrero hacia un lado. Kyros se acercó a los heridos. Uno de ellos estaba inconsciente, le faltaba un brazo y respiraba con dificultad, posiblemente estaba enfermo; además, una de sus orejas tenía gangrena, posiblemente por congelación. El alado trato saliva pensando en que habría pasado si no hubiesen pasado por los túneles. Estuvieron a punto de morir de hambre, pero eso parecía mejor destino que la hipotermia. El otro guerrero estaba consiente, pero su condición no era mejor. Había perdido la nariz, dos dedos de su mano derecha y tres de la izquierda. También parecía enfermo y manaba sangre de una alargada herida que recorría su antebrazo. No parecía que se hubiesen topado con el monstruo de la ciénaga, pero, aun así, sus posibilidades de sobrevivir eran casi nulas. "Lo siento..." dijo el que estaba consciente. " Tengo que sacarlo de aquí". Luego se levantó y continuo su camino solo.

El paisaje cambio una tercera vez. Esta vez estaban en la linde del Bosque Maldito; el guerrero que había quedado atrás caminaba, apoyándose en los troncos de los árboles. Gruesas raíces salían de sus brazos y piernas y de su piel cristales verdosos. Cada tronco que tocaba se cubría con musgo y allí donde pisaba nacían flores de sol. Nora contuvo el aire al reconocer el tatuaje que tenía en el pecho. Aquel hombre era el mismo que Sur custodiaba. El creador del bosque. Justo en la linde se podía ver a la Gran Doncella. Intentaba cruzar el bosque, pero no podía. Por mucho que lo intentase no lograba cruzar. Una pequeña risa salió del bosque. "No lograras seguirlos. Y jamás lograrás destruir me. Seré los barrotes de tu celda." dijo el guerrero mientras se transformaba totalmente en cristal.

No llegaron a ver como el rostro de aquel hombre se convertía en piedra, habían vuelto de nuevo a la sala blanca del principio. Los cuerpos sin vida de los cinco guerreros todavía adornaban el suelo. Era extraño ver los cadáveres de Sur y Este. Ellos estaban vivos, en aquel momento. Pero también estaban muertos. La doncella se arrodillaba entre ellos con lágrimas en los ojos, llorando, no por las gemas que habían sido robadas, sino por las vidas que se habían perdido en su nombre.

" Incluso sin saber vuestro futuro." dijo con aquella voz hipnótica que tenía. "Defendisteis mi pasado. Que vuestra alma vuelva, mis guardianes. Os ruego que me ayudéis una vez más. Hija mía, vida y muerte, ten piedad de sus almas, utiliza mi energía y dales la vida de vuelta."

Tres de los cadáveres en el suelo respiraron de repente. Tosían y convulsionaban por culpa de la abrasión de sus pulmones. Inmediatamente tres grupos de sirvientas, algunas con trajes negros, irrumpieron en la habitación y se llevaron a los revividos.

La Gran Doncella se levantó, miró con cierto desprecio los dos cadáveres que quedaban y salió a la sala del trono. Se coloco enfrente del trono, pero sin tocarlo, y miro hacia el frente. La imagen titiló un poco y en cuestión de segundos aparecieron de nuevo los tres guerreros que había reanimado. Estaban temblando de miedo, asimilando lo que acababa de sucederles; pero un brillo de determinación lucia en sus ojos. Se arrodillaron ante la mujer que les había vuelto a la vida.

"Varias maldiciones han sido lanzadas sobre mis territorios." dijo. "Impidiéndome salir del palacio. Vosotros seréis mis ojos más allá del muro que me mantiene encerrada. Tenemos que recuperar Las Joyas del Tiempo a toda costa. Ya que absorbisteis parte de mi poder, no podréis ir más allá del bosque, pero podréis proteger a cualquiera que entre en él. Seréis los guardianes que protejan el palacio, pero también los que envíen guerreros en esta dirección; guerreros que nos ayuden a recuperar lo que fue robado. Vuestra vida anterior acabo en aquella sala, empezad ahora una nueva, una interminable. Norte, Sur, Este... "

No llegaron a escuchar la última parte, estaban de vuelta en el presente.

Los fragmentos del tiempo: El Palacio de Cristal [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora