CAPÍTULO 28: tu poesía yo verdades.

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Al gallego no le pasa desapercibido que la catalana sigue mirándole fijamente a los ojos, esperando algún tipo de reacción por su parte, se mete el cigarrillo que ha sacado hace dos segundos de nuevo en el bolsillo con la mayor discreción posible, para que la persona que tiene delante de él lo vea cuanto menos mejor.

Pero para cuando él ya ha metido ese pequeño objeto en su bolsillo, la chica del flequillo perfectamente peinado sigue andando en dirección a su coche, si él no va a decirle nada ella no va a ser quien de el paso, y si además puede aprovechar el tiempo que le queda antes del viaje que le han propuesto, mejor que mejor.

Claro que la persona que le está siguiendo ahora mismo no se va a dar por vencido tan rápido.

Cepeda corre detrás de ella, necesita que le deje explicarse y aunque haya sido él quien lo haya echo mal, no puede estar ni un segundo más sin estar con ella. Siente una pequeña decepción cuando la ve entrar de nuevo en el centro para bajar al parking donde recogerá su coche, pero se siente peor todavía cuando la chica coge el ascensor y baja hasta la planta donde se encuentra su medio de transporte particular y le cierra las puertas del ascensor en las narices.

Se cree un actor de cualquier película romántica cuando baja a toda prisa las escaleras en busca de su novia, pero en medio de esos pensamientos se da cuenta que no sabe en qué planta se encuentra la catalana.

Decide llamarla por teléfono, y se sorprende cuando escucha ruido al otro lado de la línea, pues se pensaba que iba a hacer caso omiso a su llamada y se montaría en el coche en dirección a casa de su amiga, donde sabe que ha pasado la noche. Pero se sorprende aún más cuando no escucha nada más que la respiración de la chica al otro lado de la línea.

- Aiti, por favor vamos a hablar. Dime en qué planta estás.

Sigue sin escuchar ninguna respuesta por parte de ella, y como si fuera por arte de magia, oye como el ascensor donde ella está montada anuncia que ha llegado a la planta -2. Rápidamente y sin soltar el teléfono, convence a su novia de que le espere en el parking para poder hablar las cosas con más calma y como personas adultas que son, aún habiéndose comportado como lo han echo.

La encuentra dentro de su pequeño coche, lo suficientemente pequeño como para poder aparcarlo cómodamente en el centro de Madrid pero lo suficientemente grande como para que quepan cinco personas dentro del vehículo y vayan cómodos, golpea insistentemente el cristal hasta que la catalana levanta la vista de su móvil, después de desbloquear el coche y ver como su pareja se sienta a su lado en el asiento del copiloto sigue guardando silencio, puede que Aitana no sea muchas cosas, puede que sepa empatizar muy bien o que le cueste dar su brazo a torcer, pero cabezona es un rato y sigue sumergida en su ley del silencio.

Luis, cansado de esa estúpida ley en la que su novia, o lo que sea que sean ahora se ha sumergido, decide empezar a hablar él.

Tiene tantas cosas que decirle que no sabe por dónde empezar, y esa sensación le está causando un dolor en el pecho insoportable y sabe que solo se le va a quitar si deja que las cosas fluyan. Pero joder, lleva todo el camino de su casa hasta el hospital ensayando todas las cosas que quiere decirle como para que ahora en un momento de timidez, deje que el gato le coma la lengua y se le escape de nuevo esa chiquilla que le tiene enamorado hasta el último pelo de la cabeza.

No puede.

Bueno, directamente no quiere.

Y es que se ha perdido demasiados acontecimiento de la vida de esta chica como para perderse del mapa otros tres años más. Por eso, decide no darle más vueltas al asunto y decide hablar de una vez por todas y explicarle a ella lo tremendamente imbécil que has sido. Y es que si no fuera por ella ahora mismo estaría en su piso buscando las llaves que él se dejó puestas en el buzón.

Soñemos juntos = AITEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora