CAPÍTULO 49: Cuando nadie ve.

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Está sonriéndole desde un pintalabios rojo y le observa a través de su máscara de pestañas, y él la mira de reojo mientras cambia la posición de su mano, de la palanca de cambios, a su rodilla donde se encuentra también con la de ella y la acaricia unos segundos antes de necesitarla para cambiar de marcha.

Es extraño el ambiente, ellos lo notan extraño y lo único que hacen es poner la lista de los cuarenta que Tony Aguilar sigue presentando a día de hoy. No sabe porqué pero tiene la sensación de que en parte él tiene la culpa que justifica las voces en su cabeza y que le avisan de que algo ocurre con la chica. Pero no puede evitar sentirse imbécil por no ser capaz de averiguar más y estar quedándose en la epidermis del tema.

Pero es mucho más complejo que eso, tanto, que ella está poniendo todo su empeño y todas sus ganas para averiguar porqué está comportándose así. Simplemente lo que necesita es desaparecer, puede que desaparecer para dejar el efímero rastro de quién es recordado.

Desaparecer para saber que volverá a encontrarse después de deshacerse de esa presión que le nubla la vista y le agua los ojos.

Quizás necesita desaparecer para darse cuenta de que sí que hay algo, que es cierto eso que dicen de que tiene algo que atrapa y por eso el chico la acompaña ahora a su lado, de camino a Barcelona.

Puede que, quizás y sólo quizás, se haya replanteado varias veces en la vida el desaparecer definitivamente, para no dejar huella, para no volver.

Para no seguir aguantando el peso de mil piedras que la golpean una y otra vez, el mismo día. Siempre el mismo día.

23 de mayo.

Pero después gira su cabeza, achina los ojos justo cuando nota la tensión de la mejilla al sonreír cuando observa cómo el gallego sigue concentrado intentando recordar esa letra en inglés con la que le dejó hace minutos para meterse en sus pensamientos.

Y sonríe cuando recuerda cómo él se plantó ahí. En algún punto de su corazón para no salir nunca más de él.
Se plantó ahí, le puso dueña al hueco de su pecho, a sus brazos.

Tatuó su nombre en el lado izquierdo de su cama si así juraban quedarse hasta el cielo y desde la almohada.
Si así jugarán partidas eternas, donde ellos sean los que decidan las reglas.
Que tras un beso se cuenta veinte y, si puede, dejar que se los lleve la corriente. Que tras cuatro casas puede comprar un hotel en la avenida veintisiete, o quizás saque doble y rompa el tablero de ajedrez.
Que ese juego suyo es la mezcla de muchos y que nada importa si se enrosca en sus pies.
Y que sí que puede conquistar América, aunque después se equivoque porque en realidad sea ella a quien quiera recorrerla.

Puede que haya pensado desaparecer, pero después lo mira con los ojos de una chica de veintiséis años, lo mira con los ojos de una chica de veintiséis años a la que prácticamente la lanzaron hacia al estrellato, lo mira con ojos de una chica de veintiséis años pero más experiencia que el doble de la suma de su edad, lo mira desde los ojos de un "te quiero más que a mí vida" sincero y de un "estoy aquí pase lo que pase". De un "estoy bien pero estoy mal" y "puede que necesite un abrazo" y desde un "te quiero" con todas las letras que suena más a promesa que a declaración.

(***)

Se miran con ojos de "todo va a ir bien" cuando visualizan el cartel que les comunica que apenas faltan un par de kilómetros para llegar a Barcelona y una hora después ya están descargando el equipaje del coche.

Necesita agarrarse a la mano de Luis cuando un leve mareo junto con alguna que otra náusea la sacude y la deja momentáneamente aturdida. Es cuando deja de sentir esa sensación cuando por fin pueden terminar de bajar las maletas para llegar a su casa.

Soñemos juntos = AITEDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora