Capítulo 2- Llegada a un nuevo lugar

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Después de tres horas y media de viaje, el tren llego a la estación de Pierce. Todos los alumnos salieron cansados del tren y se pararon en el andén. Elizabeth se sintió algo mareda y agradeció el poder respirar aire fresco de nuevo. Era ya de noche y la estación estaba prácticamente oscura. Cuando Elizabeth, Robert y Theo bajaron esperaron con el resto de sus compañeros.

-¿Porqué estamos todos aquí parados? Se supone que debemos ir al Castillo.- dijo Elizabeth fregándose los brazos con las manos, hacía más frío de lo que imaginaba.

-Estamos esperando a los encargados de cada color. A pesar de ser mayores de edad no nos permiten ir solos después de la siete y media. ¿No te parece un atentado a la confianza e independencia de los estudiantes?- resopló dramáticamente- Nos vamos por grupos al Castillo. Tu irás con el resto de los alumnos nuevos y un profesor que os llevara al departamento de residencias, allí te adjudicarán una.

-Aunque no es una imposición muchos se conforman porque no conocen a nadie. Tu caso es diferente, así que déjales claro que ya conoces a los líderes natos del Castillo y quieres unirte - dijo Theo.- Esta noche se celebra la cena de inauguración, todos los alumnos, profesores y empleados deben asistir al Comedor Blanco. El director da un discurso y la bienvenida al nuevo año escolar. Cuando se acaba la cena significa que de una manera simbólica el curso ha empezado.

Elizabeth iba a preguntar acerca del Comedor Blanco y las residencias cuando una voz muy ronca interrumpió sus pensamientos.

-¡Alumnos nuevos y de primer curso seguidme! 

-Ese es tu grupo, debes ir con ellos. Nos vemos en la cena.- Robert le guiño un ojo y con una sonrisa se despidió de ella.

Elizabeth miró en dirección a la voz que hablaba y después de unos segundos localizó a un hombre corpulento, con una chaqueta y bufanda blanca y un megáfono en la mano. Estaba a unos veinte metros de ella y para llegar hasta él tuvo que hacerse paso entre los alumnos mediante empujones. En uno de estos un chica de unos doce años, que también se hacía paso entre la gente, la pisó y Elizabeth perdió momentáneamente el equilibrio pero gracias a que alguien la sujetó por la cintura con fuerza no se dio de bruces en el suelo.

-Gracias.- murmuró ella un tanto ruborizada, no estaba acostumbrada a que la tocasen y no se sentía cómoda con el contacto de alguien desconocido. Cuando se giró para ver la cara de la persona soltó involuntariamente un ligero gemido y se quedó con la boca abierta.

-¡Vaya! Otra vez tú chica Roja. ¿Eres propensa a las caídas, cierto?- Edward aún la tenía cogida sin ademán de soltarla y aunque supiera mantenerse tranquilo estaba igual de sorprendido que Elizabeth. Al ver que ella no le contestaba pero seguía mirándole decidió volver a probar.- ¿Te encuentras bien? Los de primero van como cohetes y con tanta gente deberías tener más cuidado.

-Estoy bien, gracias.- después de un par de segundos incómodos Elizabeth cogió aire.- Puedes dejarme ya. 

Dicho esto intentó otra vez hacerse paso entre la gente, no había recorrido ni un metro cuando su voz le susurró en la oreja.

-Vamos a evitar que te caigas otra vez Roja.- su voz sonaba divertida y ella no supo averiguar si se reía de ella directamente.

Edward se puso delante y por algún extraño motivo todos los jóvenes se apartaron y les dejaron pasar. Él caminaba con paso decidido y los mismos aires de arrogancia que en su primer encuentro; ella, en cambio, caminaba con los ojos fijos en el suelo muerta de vergüenza sin querer llamar mucho la atención ni encontrarse con la mirada de nadie. Cuando hubieron llegado donde el señor de la chaqueta blanca les esperaba, Edward le dedicó media sonrisa y caminó otra vez hacia el andén desapareciendo entre la multitud. 

-Muy bien, creo que estamos todos. Podemos irnos. Andando.- el señor miró a los jóvenes que tenía delante con cierto agrado y emprendió la marcha hacia un camino rodeado de arboles.-Soy el señor. Pierre, profesor de cultura clásica y filosofía en el Castillo,  sin embargo  esta noche soy el encargado de llevaros hasta el Castillo e informaros mínimamente sobre vuestra nueva vida aquí, en Pierce. 

Elizabeth se percató de que eran cerca de unos setenta alumnos los que le seguían a ese corpulento hombre, aunque la mayoría empezarían primero puesto que no parecían tener más de once o doce años. Entonces se pregunto qué curso empezaría Edward y si llevaba muchos años estudiando en Pierce. Recordó que una de las conversaciones con Robert y Theo en el tren fue sobre la rivalidad de los colores, al parecer el enemigo más directo de los Rojos eran los Azules. 

Gracias a las exhaustivas explicaciones de Theo no andaba tan perdida como creía al principio y pudo entender mucho mejor todo lo que se requería de un alumno y por qué. El concepto de dividir el alumnado en colores tenía origen en la misma fundación del centro, pues los hermanos Pierce en la Edad Media lo construyeron en base a cinco valores inquebrantables y todos lo que vivían en él debían respetarlos como norma más sagrada. Estos valores eran la base del Castillo de Pierce y para asegurar su cumplimiento sin irregularidades se decidió que grupos separados defenderían uno de ellos y ejercerían de influencia y modelo al resto. La división se reconocía porque sus integrantes llevaban siempre una prenda de un color característica y de este modo también se les reconocía al acto.

Para Elizabeth poder estar allí y disfrutar aquellas maravillas era un sueño. Un sueño que recién había empezado.

ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora