Capítulo 17- Decepciones y misterios

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-Pero Edward si esto es muy fácil, lo entiendo hasta yo que voy a sexto.- Elizabeth se apoyó en el respaldo de la silla exasperada, colocó una mano en el hombro de Edward que seguía pegado al papel intentado sacar la traducción adelante.- No te ofusques, estás bloqueado. Tienes que aprender a relajarte y luego concentrarte.

Le hizo un muy breve masaje en la espalda y agarrándole la barbilla para obligarle a que la mirara. Le besó en la mejilla, en el cuello, en la mano y finalmente se regodeó en los labios. Elizabeth era pura felicidad y desprendía vitalidad, Elizabeth estaba enamorada, Elizabeth quería a Edward.

-¿Cómo quieres que me concentre contigo pegada a mí cara?-ella intentó separarse pero Edward fue más rápido y la obligó a quedarse cerca rodeándole la cintura.- Voy a suspender si sigues tan cerca de mí.

-Tienes razón.- contestó muy bajito arrepentida pero robándole un último beso antes de desaparecer por las estanterías y pasillos de esa grandiosa biblioteca.

Edward la siguió y en pocos segundos la alcanzó. La arrastró hasta una pared y él se puso enfrente, colocando ambos manos entre su rostro. Se miraron y les era imposible no sonreír, no derretirse con cada roce, respiración o palabra. Les era imposible fingir que no estaban sintiendo esa electricidad por sus cuerpos, ese calor por su piel, esos ataques en el corazón.

-Prefiero suspender a que te alejes de mí.- le puso delicadamente un mechón rebelde detrás de la oreja y le susurró.- No sabes recogerte el pelo, siempre se te escapan todos pero me encanta. Me encanta.

-Si te ofreces como peluquero yo no me negaré.- contestó mientras se deshacía la coleta que siempre se llevaba cuando estudiaba.-Siempre y cuando tengas cuidado y no me des tirones.

Edward complacido y a su vez sorprendido se frotó las manos y subió las mangas de la camiseta. Elizabeth se giró y le entregó la goma de pelo. Él cuidadosamente, sin querer hacerle daño, le acarició el pelo antes de cogerlo con una mano y con la otra aplanar las partes de arriba para que quedara mediantemente decente. Aunque se preguntara una y otra vez cómo Elizabeth conseguía que el pelo le oliera tan bien, cómo conseguía esa frescura, esa dulzura, esa naturalidad. Con mucho esfuerzo y todo el cariño del mundo la terminó.

-Ahora está perfecta, el problema es que no podré cogerte los mechones.- frunció los labios pensativo, intentando solventar la situación.

-Eres muy ambicioso, lo quieres tener y controlar todo.- recriminó tomando su mano y con la libre deshaciéndose un poco la coleta para que volviera a  estar como antes. Él no dudó en volver a ponérselo detrás de la oreja, verles juntos era ver el Amor. Verles juntos era algo inexplicable.

-Nos parecemos mucho, somos iguales. Orgullosos y testarudos, pero también somos tontos, muy tontos por no haber estado así desde el primer día.- Edward desde que estaba con ella parecía distinto, parecía alegre y eso le gustaba.

-Te estás volviendo muy tierno, nunca lo hubiera imaginado.- respondió desafiante, con ese brillo tan característico suyo en los ojos.

Volvieron a estudiar y se pusieron enserio, adelantaron varios trabajos y acabaron algunas de sus lecturas pendientes. Esa sensación de intranquilidad y nerviosismo parecía estar desapareciendo a medida que las manillas del reloj avanzaban.

Cuando ya solamente quedaban quince minutos para el toque de queda y era los únicos que ocupaban la estancia se apresuraron en volver a sus habitaciones. Estaban cansados y medio dormidos así que no tardaron en decirse adiós y murmurar unas cortas palabras.

Al abrir la puerta de su habitación se encontró a Gale echado en la alfombra combatiendo el aburrimiento y esforzándose por prestar la máxima atención posible al libro que sostenía. Levantó la mirada ilusionado por poder distraerse y charlar un rato con su mejor amigo, que no tenía mucho mejor aspecto.

ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora