Capítulo 10- La noche de los Fundadores

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Se alejaron de David y de toda la gente que había en los Jardines. Pese a estar ya lejos de la entrada al bosquecillo y saber que nadie les seguía o veía Edward aún tenía a Elizabeth rodeada por la espalda y la incitaba a caminar más y más rápido.

-¿Estás bien?- le preguntó él cuando se pararon en una zona no iluminada a unos ciento metros de las carpas.

-Ya te he dicho que sí, no ha pasado nada. Tranquilízate por favor.- pese a saber que estaba a salvo y que nada grave hubiera ocurrido, Elizabeth aún temblaba y respiraba ruidosamente, nerviosa.

Edward empezó a caminar de un lado a otro, obviamente consciente de que ella no estaba del todo bien y seguía atemorizada.

-Debería volver allí y darle una paliza. Si te hubiera tocado yo no...-no acabó la frase y se quedó mirando a Elizabeth con la ilusión de que no se hubiera dado cuenta de cuan desesperado y preocupado estaba.- ¿Seguro que estás bien? 

 Elizabeth le sonrió y dio unos pasos hacia él, pese a no verle la cara, se acercó a su rostro y asintió poniéndole una mano en el pecho.

Ese rápido movimiento de Elizabeth hizo que el que ahora temblara fuera Edward. Estuvieron uno frente al otro hablándose con la mirada y diciéndose todo aquello que con palabras no podían.

-Ha sido una estupidez por tu parte quedarte sola de noche en un lugar sin gente y con la única compañía de un adolescente bebido.

Elizabeth le sonrió y sin moverse contestó muy elocuentemente.

-Debería irme de aquí púes.- una breve pausa para pensar que sería lo próximo que le diría y dejarle tan desconcertado como de costumbre.- ¿Cual es la diferencia entre tú y David? Para mi eres un desconocido y estamos en un lugar solitario sin apenas vernos.

-La diferencia es, Elizabeth, que yo jamás te haría daño o te obligaría a hacer algo que no quisieras.- contestó arrastrando muy lentamente todas las palabras. Al oír eso soltó un leve gemido y sonriendo ampliamente Edward rozó sus labios con su oreja para murmurarle.- Jamás, no lo olvides.

Sus caras estaban tocándose y a Elizabeth le volvió ese hormigueo dulce e intenso en la piel pero mucho más amplificado esta vez. Ambos jóvenes suplicaron que el otro no se moviera y con los ojos cerrados disfrutaron de ese efímero e inolvidable placer.

-Bueno, David tampoco lo haría es solo que no estaba en sus cávales. Él es una bellísima persona, te lo aseguro.- dijo al fin Elizabeth poniendo unos pocos centímetros de distancia con Edward.

-¿Le estas defendiendo?- su voz sonó más dura pero perpleja a la vez.

-No, solo digo que sé que él no querría hacer lo que estaba a punto de hacer. Solo fue un beso y por la pinta que tenía hubiera jurado que si no le hubieras empujado estaría desmayado igualmente.

-¡Esto es increíble! Un tío intenta forzarte y aprovecharse de ti y a cambio recibe tu compasión. ¿No te das cuenta  de que es un gilipollas? Me da absolutamente igual que se arrepienta o no, no tenía ningún derecho a hacer lo que hizo y ya no hay marcha atrás.

-Entonces eso mismo puedo decir de ti.- le espetó ella llevándose ambas manos a la cabeza.

Otra vez ya estaban discutiendo. Edward se quedó inmóvil ante su argumento y se dio cuenta de que era muy cierto lo que decía; él no podía pretender dar lecciones a Elizabeth cuando se había comportado tan deshonrosa y groseramente con ella. Además sabía que no  le ganaría una pelea  a ella, quién siempre quería tener la razón y la última palabra. En realidad, no eran tan diferentes.

-Está bien, tienes razón. Yo he sido el primero que lo he hecho todo mal contigo. Perdóname.- volvió a recuperar la proximidad que ella había roto y otra vez en un susurro casi inaudible le dijo:- Prométeme que no volverás ponerte en peligro, o al menos prométeme que lo intentarás.

ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora