Capítulo 11- Reflexiones y nuevos problemas

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Se quedó aturdido, descentrado y extremadamente sorprendido. No era posible que lo que estaba leyendo, lo que sostenía entre sus manos, fuera real. No era posible que alguien hubiera escrito tales palabras. No era posible que alguien pudiera estar amenazándola, a ella. No era ni siquiera concebible o creíble. ¿Quién podría pretender hacer daño a una persona cómo Elizabeth? ¿Quién podría querer asustarle a él y hacerle saber de las intenciones que tenía? Alguien les había estado observando, alguien había estado muy cerca de ellos, muy cerca de ella. La sola idea de que algo malo pudiera ocurrirle le enervaba en lo más profundo de su ser, claro era que él no lo permitiría jamás. Nadie, ni siquiera él mismo, la haría sufrir.

Llevaba cerca de siete años estudiando y viviendo en el Castillo de Pierce y conocía a todos los alumnos, algunos eran mejores que los otros pero no creía capaz a ninguno de ellos de hacer tal maldad. Sin embargo, si lo pensaba bien tampoco los conocía en profundidad ni sabía que impulsos o motivaciones podrían empujar a alguien a ser tan mezquino. Cualquiera hubiera podido ser, cualquiera podría querer lastimarla.

Se obligó a sí mismo a alejarse de sus oscuros pensamientos e intentar averiguar algo, lo que fuera.

-¿Sabe quién la ha traído?- le dijo impaciente y considerablemente preocupado al conserje.

-No, no he visto a nadie. La secretaria se ha excusado durante unos minutos y cuando ha llegado me ha dicho que había este sobre cerrado encima el mostrador con tu nombre.- el hombre notó que había decepción y algo de ansiedad en los ojos del muchacho. Se imaginó que dicho papel aguardaba malas noticias pero no se atrevió a preguntar por su contenido.

-¿Cuánto tiempo hace de eso?- se apresuró en reponer con la leve esperanza de oír algo que le pudiese resultar útil.

-Antes de los fuegos artificiales. El turno de la secretaria acaba normalmente a las diez pero hoy con lo de los Fundadores ha acabado media hora antes de que empezara todo el espectáculo. Hará una hora aproximadamente que se lo encontró.

Una hora era el tiempo justo que había pasado desde que Elizabeth y Edward habían estado a punto de besarse. Todo encajaba, todo era cierto. El autor de la carta habría estado muy próximo a ellos, oculto entre la oscuridad del lugar, escuchando cada palabra, contemplando cada movimiento y reacción.

Se culpó por no haberse dado cuenta, por no haber estado más atento y sobre todo por dejar que alguien pudiera intimidarle tanto. Porque a decir verdad Edward estaba completa y exageradamente intimidado, el solo hecho de pensar que alguien tuviera el poder de hacer y decir que ya no solo miraría sino que también intervendría en sus vidas era alarmante y desquiciante a su vez. Aunque lo peor era no poder hacer nada para evitarlo, no poder hacer nada por descubrir y desenmascarar a ese retorcido y espeluznante estudiante.

-Está bien, gracias de todos modos.- sin decir nada más se dio la vuelta y subió las escaleras azules que le llegaban a su residencia.

Tenía la nota sujeta con toda la fuerza que podía, una extraña sensación le decía que si la dejaba algo la haría desaparecer y no poder hacer nada para recuperarla. Aunque no tendría demasiada importancia no volverla a leer; Edward había memorizado todas y cada una de las palabras, las llevaba pegadas a fuego en su interior y ya nada haría que las olvidara.

Estaba perdido, era la primera vez que no tenía la menor idea de cómo actuar, qué decisión tomar o con quién hablar. Llegó a su residencia e ignoró todos los saludos, palabras o acciones de sus compañeros en el Centro. En cuanto cruzó la puerta su cuarto se descalzó y se tiró sobre la cama. Era la una y cuarto de la madrugada y aún había alboroto por todos los rincones del Castillo, podía escuchar las voces que venían de los Jardines desde su ventana.

ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora