XVIII. Besarte Las Inseguridades

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Cuando dormía, sus demonios dormían con ella.
Verla dormida era lo mejor del día; se le veía tan tranquila, tan en paz, tan inofensiva...

El problema era cuando despertaba, porque con ella también lo hacían esos malditos demonios.

Y entonces yo la miraba directamente a los ojos, y me daba un miedo de vértigo, pues eran un tremendo vacío glacial lleno de decepciones.

Pero le acariciaba la piel dulcemente, de arriba abajo, repetidas veces. Me acercaba a su oreja y le susurraba:

-Hueles a inseguridades. Déjame que te las bese.

La sonrisa que se le formaba al escucharme decir aquello no tenía precio.

Lo Que Casi Sin Querer SangroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora