V. Las Sonrisas Rotas

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La veía cada semana caminando sin rumbo por el parque de la esquina; Siempre con su semblante serio, su pelo moreno muy bien alisado y sus preciosos ojos enormes a punto de echarse a llover.

Nunca iba acompañada y siempre se sentaba a los pies de un gran roble de ruda corteza gris bastante estropeado por el paso del tiempo.

No podía faltar su diario, que era pequeño y de brillante cuero marrón, y su bolígrafo medio gastado.

Varias veces había intentado hablar con ella pero, cuando la miraba, dispuesto a todo, siempre acababa dándome media vuelta. No sabía bien por qué. Tal vez me diera miedo que ella pensara que me había acercado a molestarla o con intenciones de hacer algo más que hablar, pues la vi rechazar de una manera tremendamente grotesta y con suma facilidad a más de un par de posibles desesperados. Y no quería que también lo hiciera conmigo.

Pero, una de esas tardes me armé de valor y, cuando quise darme cuenta, sus curiosos ojos grises me impedían volverme a girar una vez más sobre mis talones.

-Hola. - Le dije.

Ella me miró y me escudriñó el rostro por unos instantes, seria y sin decir nada. Parecía estar leyéndome las intenciones a través de mis ojos. Pensé que tal vez no había sido una buena idea el atreverme a acercarme a ella.

Pero, entonces, sonrió.

Y yo me quedé petrificado en el sitio, sin saber qué decir ni mucho menos qué hacer, pues su sonrisa estaba increíblemente rota;

Pero aún así estaba preciosa.

Lo Que Casi Sin Querer SangroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora