CAPÍTULO 2

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Mi relación con Aristóteles floreció en Oaxaca, cuando llegué a vivir al mismo edificio que él, en cuanto lo vi aquella primera torpe vez, me sentí seguro, sabía a quien quería y como lo quería. Pero no todos estaban preparados para aceptar nuestro amor; aun así lo conseguimos. Aristóteles y yo contra el mundo, fue mágico y nos duró. Ari cumplió su sueño a los dieciocho, cuando captó la atención de un productor que armo un disco completo, al fin lo había conseguido, mí Ari.

      La respuesta del público le fue favorable pero eso también nos distanció, cada vez pasábamos menos tiempo juntos, él tenía presentaciones, entrevistas, sesiones fotográficas, pero yo podía con eso; me convencía a mí mismo. En algún punto los encuentros se volvieron más mágicos, la excitación aumentaba cuando teníamos que rasgar los minutos, me besaba con más fuerza, mis manos arrancaban sus ropas, lo hacíamos en cualquier parte donde tuviéramos privacidad, luego se despedía con un beso tierno hasta nuestro próximo encuentro.

      Ari nunca perdió el romanticismo, hablábamos todas las noches y podía sentir su voz en mi corazón, no importaba dónde estuviera. Día a día seguía las noticias para verle, la gente gritaba su nombre, él sonreía al final de cada presentación, las chicas lo perseguían a montón y yo no podía evitar sentir una punzada de celos pero sabía que no había nada ahí, confiábamos el uno al otro. Él era lo mejor que le había pasado a mi vida, cuando por fin volvía a casa, se sentaba a mis pies para tocarme sus canciones mientras yo lo admiraba, en los días lluviosos pasaba mis dedos por sus chinos y pensaba en lo ridículo que se volvería mi vida sin Aristóteles.

      Pero era mi TAHI, un apodo que nos habíamos puesto años atrás, abreviaba la oración "Te Amo Hasta el Infinito", se me ocurrió durante nuestra cita al bosque en Oaxaca. Siempre que estaba con él todo era muy cursi, me gustaba ser cursi con Aristóteles, me gustaba decir ésas cosas, eran ciertas, Ari significaba mucho para mí.

      Tenía mucho tiempo libre sin Ari en la ciudad, así que compré un piano de cola y contraté a un maestro particular que me enseñaba por las tardes en casa. Tenía la ilusión de un día ser tan bueno como Ari para así tocarle las más ridículas canciones de amor, pero cuando llegaba en la noche ya no había tiempo, me arrojaba a sus brazos fuertes y lo besaba; lo besaba con miedo a perderlo, lo sujetaba con más fuerza cada día, juro que me daban ganas de morderlo.

Hacía tres meses que Ari estaba fuera por su primera gira nacional, recorrería los estados más importantes, CDMX, Cancún, Morelia, Guadalajara, Monterrey, más de quince estados y cerraría en Oaxaca. Asistí a todos los conciertos que pude, mi padre no me dejó ir a todos para que no descuidara la escuela, no podía perder las clases por ir a ver a mi novio triunfar en el escenario, le daba tirria a mi padre con ese tema pero al final del día siempre pedía disculpas, estaba creciendo y sabía que las intenciones de mi padre no eran malas, no importaba que nuestra familia contara con un capital más alto que el de cualquiera de mi escuela, estudiar era mi prioridad y después buscar un empleo que me permitiera ayudar, mi pasión era la política, alcanzar la igualdad, comprometerme con las personas necesitadas. Pero de momento mi vida giraba en torno a Ari, verlo feliz, cumpliendo su mayor sueño, besar cada centímetro de su piel.

      Pero ahora Ari por fin estaba libre y era sólo para mí, cuando llegó a casa corrí a abrazarlo, besé su cabello, su nariz, toda su cara, no quería apartarme de él, no quería que volviera a irse.

      Después del acto me quedaba mirándole para contemplarlo, sus chinos rebeldes siempre le caían en la frente y me encantaba revolotearle el cabello.

      —¿Qué tanto miras, Cuauhtémoc? —dice entre jadeos.

      Nos sonreímos.

      —Sólo te contemplo.

      Se da la vuelta, de manera que quedamos frente a frente.

      —Dicen que después del sexo es cuando luces más radiante.

      —Eso dicen —le digo, poniendo mis manos sobre su espalda—. Pero no hay un sólo momento del día que no me parezcas radiante, Aristóteles.

      Él entorna los ojos con una media sonrisa, sus labios están a pulgadas de los míos y me apresuro a besarlo. Repetimos el sexo.

      Ari era el amor de mi vida y habíamos jurado ser nosotros contra todo. Hasta esa noche.

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