EPÍLOGO ARISTEMO

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Estoy debajo de un arco de girasoles y rosas, llevo un traje celeste con moño rojo, mis manos sudan, siento que el aire no refresca, tengo miedo que se formen manchas debajo de mis axilas, siento un apretón en el hombro, me giro, es mi hermano Arquímedes, quien también va vestido de traje, me sonríe apaciguando mi nerviosismo. Detrás de él también se suma la sonrisa de Ulises, que además extiende dos pulgares arriba, rió para mis adentros. Toda mi familia está aquí, mezclada con los López.

      He soñado tantas veces este momento, lo he revivido en mi cabeza una y otra vez, la orquesta suena, ahora todos lo verán, admirarán a mi prometido Cuauhtémoc López.

Trago saliva, llevo puesto un traje blanco con moño rojo, el cabello de lado, mi padre espera afuera. He revivido este momento un montón de veces desde mis quince años (y no es mi primera vez), pero me siento más nervioso que nunca, con miedo a que algo salga mal, rápido alejo los pensamientos negativos de mi mente, este es mi día, nuestro día.

      Después de que Ari viniera a buscarme a CDMX, un día antes de mi partida, decidí que no había dejado de amarlo. El inconveniente era que ya había comprado mi vuelo y era al día siguiente, al final decidí pagar un boleto extra para irnos juntos. Ari y yo en unas merecidas vacaciones a Sudáfrica, así fue como salimos de México por tres semanas, no sabíamos lo que pasaría o lo que seguía para nosotros pero sabíamos que queríamos estar juntos y alimentaríamos nuestro amor.

      Cuando volvimos no sé bien en qué momento los medios se enteraron del regreso de Aristóteles, lo que volvió a ponerlo en el ojo del huracán, algunos estaban alegres, mientras otros desaprobaban su supuesta "estrategia" de marketing, como sea está vez me tenía a mí para apoyarlo.

      Al final sí me fui de la capital. Volvimos a Oaxaca, a la vieja casa de mi madrastra Susana, teníamos historia en sus paredes. Me tomó un año para estar seguro de mi siguiente movida, los viejos fantasmas de ambos nos acosaban algunas noches pero no lo dejaría y sabía que él a mí tampoco, así que fui a comprar una sortija y en la cena de nuestro aniversario le propuse matrimonio.

      Ahora estábamos aquí. Juntos. Daniela entra aprisa, ha conservado el trabajo de Gabriel como planificadora de bodas, nos ha dado el honor de organizarlo todo como lo hizo con mi padre. Me avisa que ya es hora, salgo a reunirme con mi padre, me toma por el brazo y caminamos afuera, en dirección al sonar del mar, estamos en Huatulco, supongo que uno siempre vuelve a dónde comienza la magia. La orquesta suena, la atención está al frente, todos observan a mi prometido, Aristóteles Córcega. Nos sonreímos desde extremos opuestos, camino hacia él, el camino siempre ha sido él.

El sol se está ocultando por el oeste, siento que estoy en el cielo, pero no es así, es cierto, somos Temo y yo, aquí y ahora. Lo tomo por las manos, sus labios se abren en una sonrisa, siempre sonríe cuando lo toco, le suelto una mano para sacar un papel que llevo doblado en el pantalón, mi memoria a veces se nubla, me sigue costando retener la información, es un costo por el exceso de droga que consumí en su tiempo.

      —Sabes que sigo siendo malo en esto me excuso, aclaro mi garganta antes de empezar a leer. Hoy aquí, Cuauhtémoc López y después de muchos años, decido ser valiente contigo. Desde el primer día sentí un choque de emociones raras que no supe descifrar en su momento, me llevó tiempo y a ti te costó paciencia. Pero sin importar el tiempo, nunca dejé de amarte, de pensar en ti. Y hoy, frente a todos, pero aún más importante, frente a ti, prometo respetarte, cuidarte, amarte hasta el día de mi muerte, porque es lo que me enseñaste, contigo aprendí a amar y saber que el corazón nunca se equivoca.

Me enjugo los ojos sin soltar la mano de Ari, no quiero soltarlo nunca más y no tengo que hacerlo. El sol ya se ha metido del todo, la lumbre nos da calor y luz, los ojos de Ari brillan con la intensidad de las antorchas que nos rodean, en esta oscuridad me encuentro en el reflejo de sus ojos, donde siempre he pertenecido, él está en los míos, tomo su otra mano.

      —No somos perfectos. Nuestros errores han sido varios, pero el mayor acierto que he hecho es haberte elegido a ti, Aristóteles Córcega. Cuidaré de ti, voy a respetarte y amarte, porque es algo que me juré desde el primer día que te conocí, cuando abrí esa puerta, sin saber que del otro lado, el amor de mi vida me entregaría un pastel hecho con los mejores recuerdos de mi vida. Querías cambiar el mundo y lo conseguiste, cambiaste mundo. Te prometí un día que brillaríamos. Esta noche, nuestra noche, bajo este cielo estrellado, nosotros brillamos más.

      Y con un beso, con su beso, la física y la cuántica, el hambre y el insomnio, la filosofía y la teología, todo cobra sentido. Aristóteles Córcega, te amaré hasta el infinito.

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