Ha pasado una semana desde que volví de Toluca, antes de irme mi papá me obligó a visitar junto con él a los padres de Diego para repetirles el pésame. Ellos me agradecen y yo me siento como un idiota, Marcos está con ellos, se llevan bien. Diego me contó que los padres de Marcos eran judíos, no aprobaron su sexualidad y lo echaron de casa a los dieciocho cuando él se los confesó con el que fuera su novio por aquel entonces, emigraron de Veracruz (de donde provenía Marcos) a Toluca, juntos hicieron una vida aquí, se ayudaron el uno al otro, mantuvieron una casa y formaron amigos, es triste que después de dos años terminaron lo suyo, para Marcos no fue fácil pero tampoco tormentoso, ambos se habían dado todo del otro, prefirieron terminarlo cuando aún estaban a tiempo, en lugar de dañarse entre ellos. Yo no hice lo mismo con Ricardo, fui un cabrón, un miserable.
Marcos y yo nos miramos, sé que le agrado, a mí me daba igual su existencia pero ahora, bajo esta casa, viéndolo con esos ojos rojos e hinchados por las lágrimas, ese semblante de infinita tristeza, mi opinión cambió por completo, le compadecí, de verdad desee poder aliviar su pena pero ya no había nada que hacer, se supone que no vale la pena llorar por el pasado, pues eso me parece una idea mediocre ahora. Le di un abrazo de despedida sin decir nada, ambos sabíamos que no nos volveríamos a ver, salí de ahí a toda prisa.
Aún en casa seguía sin sentirme cómodo, todo me parecía gris, el vacío que dejó mi amigo nunca se había sentido más profundo. Yo me alejé de él tiempo atrás, me parecía irónico que ahora que quería su compañía ya no pudiera pedirla, marqué su número a sabiendas que nadie respondería, no lo sé, tal vez buscaba un milagro. Tampoco pude evitar pensar en Aristóteles, su recuerdo me abrumaba, se colaba desde lo más recóndito de mi mente para salir a la luz.
Estoy en cama, desnudo, tengo una sombra encima que me besa el cuello, lambe mi oreja derecha, susurra mi nombre, estoy ahí acostado sintiendo sin poder moverme, revolcándome con mis sombras, luego la puerta se abre, Aristóteles está del otro lado, se mira triste, está llorando, yo también. Mi mente da vueltas, de pronto mi muñeca empieza a incendiarse, intento quitarme el fuego pero es inútil, las llamas suben al techo, lo devoran todo. Cuando despierto tengo ardor en la garganta y lágrimas secas en las mejillas.
He pensado en Aristóteles todo el día, en nuestros primeros besos fallidos, lo seguro que me sentía a su lado pero inseguro de dar un paso físico, recordé nuestra cita en el bosque, tallar nuestro nombre en un árbol, en como cuidé de él cuando se lastimo la pierna.
Hoy por la noche he quedado con unos amigos para salir, necesito relajarme un poco, el alcohol siempre ayuda en estos momentos. Por la noche me arreglo, me doy un buen baño para limpiar bien todo mi cuerpo, concentrando más agua y jabón en mi sexo y ano (nunca se sabe qué se podrá encontrar). Salgo de casa luciendo una playera larga con cuello perkins, pantalones negros y unos sencillos tenis blancos. Alcanzo a mis amigos en el bar, no les he contado sobre Diego, saben quién es, llegaron a verlo un par de veces en persona pero no es importante para ellos, además no estoy de humor para recibir más condolencias, suficiente tengo con mi padre marcando cada hora para saber cómo sigo, esta noche sólo quiero beber y coger con alguien, quiero sentir unas manos desconocidas y probar un cuerpo nuevo, estoy harto de recordar a lo que sabía lo viejo.
Más entrada la noche ligo con un chico que me ha estado mirando toda la noche, ya tengo treinta años y eso parece ser un indicador de atracción para el sexo menor, casi todos los chicos se parecen, es un comportamiento predecible, de entre dieciocho a veintidós, viven con sus padres y creen que llegas en un elegante auto deportivo del año, que has recorrido el mundo, hecho de todo, también suelen creer que ellos al entregarse a ti te volverán loco, enternecerán tú corazón con sus movimientos inexpertos, que al terminar el sexo no querrás que se vayan como seguramente sus padres lo hicieron, así que te harás cargo de ellos, los llenarás de tu sabiduría pero más importante aún de tú dinero, porque ni ellos están seguros de lo que buscan, la madurez en ti, un refugio como padre sustituto o dinero. Pero yo sí sé lo que quiero, lo que busco es sexo.
Llevé al chico a casa, su nombre era Luis, apenas abrí la puerta se abalanzó a besarme, frotó mi miembro elevando la calentura, pasamos a la habitación para entonces ya sólo llevábamos los bóxers, se arrodilló para mamármela, no lo hacía mal, después de un rato me echo a la cama y él se pone encima de mí para que pudiera penetrarlo.
—Ari... —pienso.
—¿Qué? —pregunta el chico.
Le quito importancia y sigo empujando el vientre, pero entonces Aristóteles se asoma detrás de la espalda de Luis.
—Éste se parece más a mí que el último —me dice.
Me quito de encima a Luis pero Aristóteles se ha ido.
—¡¿Y a ti qué diablos te pasa?! —me espeta.
—Tienes que irte.
Se pone la ropa interior mientras me maldice pero dejo de escuchar, todo lo que oigo es un zumbido, el motor de un auto, la soledad venir por mí, mi audición vuelve con el azote de la puerta. Me quedo ahí sentado al filo de la cama, un dolor de estómago me viene y el sabor a tierra me sube por la garganta, me produce arcadas, haciéndome levantar e ir al escusado para vomitar. Siento punzadas en el pecho y pesado el corazón, estoy sentado en el sillón de la estancia a oscuras, mirando el viejo piano —lo tenía desde que salía con Ari, decidí conservarlo aunque no volví a tocar—, sintiendo que me incitaba. Fue entonces que lo tuve claro, necesitaba esas vacaciones con urgencia.

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La Promesa
FanfictionLa historia de Cuauhtémoc López y su novio, Aristóteles Córcega, terminó en Huautulco, cuando Aristóteles cerró con un beso la decisión de seguir a Cuauhtémoc hasta la Ciudad de México. ¿Pero qué pasó después? ¿Qué sigue en la historia de ARISTEMO...