CAPÍTULO 2

369 33 0
                                    

Ese fue el final de Aristóteles Córcega. No lo tenía pensado de esa manera, sólo quería estar solo, pensé que si podía aclarar mis pensamientos podría entender porqué estaba destruyendo todo lo que me había costado tanto construir. Compré la gorra de aquel sujeto en el baño y salí por la puerta trasera, no fue muy difícil esquivar a José y mi madre, todos los periodistas junto con los fans estaban concentrados al frente por lo que tampoco tuve problemas con ellos.

      Salí sin saber a dónde ir, necesitaba estar solo, necesitaba pensar qué pasaría conmigo ahora. Algunas personas me miraban pero nadie se me acercó, dudaban de si era el verdadero Aristóteles o no —si supieran que la misma duda me embargaba—. Todavía cargaba con algo de dinero así que paré en una tienda cualquiera para comprar un suéter guindo con capucha, lo conseguí en rebaja, después de todo era temporada de primavera.

      Me concentré en caminar, nada más, el estómago me rugía con fuerza pero no quería detenerme a comer, seguía sintiendo las miradas de todos sobre mí, temía que en cualquier momento alguien me detuviera y armara un escándalo. Obviamente mi madre y José ya estaban enterados de que había desaparecido, «tendré que pedir muchas disculpas después de esto» pienso, pero ellos no lo entendían. La presión de los últimos dos meses había sido muy fuerte, tenía mucho trabajo, había muchas emociones que no conocía dentro de mí, no sabía cómo hacerlas callar, en su lugar permití que me dominaran, que tomaran control de mí, eso sentenció mi carrera. Actué como un idiota frente a todas las cámaras, parloteando sobre mi talento, enalteciéndome de mi fama, bebiendo hasta caer inconsciente y cuando todo me estalló en la cara, no lo quise aceptar, respondí con ofensas, alegatos de ira, ellos tampoco lo estaban entendiendo, nadie me estaba entendiendo. Cuando me paré en ese escenario con la cabeza dándome vueltas y las luces cegando mis ojos, frente a todo ese público que gritaba mi nombre a coro, pensando que las paredes se caerían ante el grito de las masas, ahí estaba yo, frente a todo ése bullicio y aún así; nunca me sentí tan solo.

      Seguí caminando con mil ideas en mi mente, hasta que oscureció, estaba perdido en una ciudad tan grande, no tenía amigos aquí a los que acudir, tenía mi celular pero lo mantuve apagado, no quería recibir llamadas de nadie. Llegué hasta una placita rodeada por puesteros ambulantes, sentía que de esperar un momento más mis tripas acabarían por comerse entre ellas, matándome en el acto, tenía demasiada hambre por lo que decidí parar en el puesto menos frecuentado y pedí una orden de tacos, al principio el hombre me vio inseguro, mi actitud era sospechosa, no lo culpaba por eso, escondía mi rostro tras una gorra negra y llevaba un suéter cuando estábamos a 26 grados, aún así me atendió. El taquero tenía la radio encendida, escuché con suma sorpresa mi nombre en la estación, ligado a una breve nota sobre mi desaparición, alguien debió comentarlo a alguno de los periodistas hasta que el rumor se extendió lo suficiente para declarar que ya no me encontraba en el hospital, aunque era muy temprano para hacer conjeturas, todos fuera del hospital quedaron desconcertados por mi presunta huida, y quién sabe, ¿secuestro? La situación me da algo de risa, es como una broma legendaria, rápido dejo de sonreír, no sería divertida para mi familia.

      Comencé a sentir de nuevo las miradas, estaba un día más en el foco de la prensa y no quería que nadie me reconociera, así que como rápido, pago y me alejó de ahí. Vuelvo sobre mis pasos, hacia la plaza que rodea a los comerciantes, me adentro en ella, aún hay un par de personas que hacen ejercicio nocturno corriendo por la pista del parque, a las orillas cuento a los vagabundos que hay, tres, me alejo lo más posible de ellos, me recuesto en una banca libre, quiero quitarme el suéter, me estoy asando dentro de él pero veo en el suelo las cucarachas pasearse, me da asco pensar que se posaran en mí así que lo conservo puesto.

      El sueño me llega de golpe, siento mi cuerpo demasiado pesado como para moverlo y los ojos se me cierran sin protestar, por un momento la cabeza deja de dolerme. Recuerdo los labios húmedos de Temo besando mi frente cuando estuve en el hospital por haberme roto la pierna, él cuidaba de mí cuando me resfriaba, con sus dedos jugaba con mi pelo para darme ánimos cuando me quedaba en cama, Temo siempre estaba ahí, hasta hoy. Hacía dos meses que no estaba ya, cuando lo saqué de mi vida, el corazón se me arruga al pensar en él, por eso trato de no pensarme las cosas demasiado, diría que estoy improvisando «y que bien te ha salido Aristóteles», digo para mis adentros.

      Nunca había terminado de asimilar mi ruptura con Cuauhtémoc, ¡nos habíamos hecho el mismo maldito tatuaje! ¿Qué se supone que haría ahora? ¿Debía buscarlo? ¿Debía pedirle perdón yo o él? En el pasado tuvimos varios obstáculos, mi familia fue el mayor impedimento, mi padre y mi abuela Imelda estaban jurados contra el amor que sentía por Temo, por ser "anormal" a los ojos de su Dios. Yo nunca quise tener su misma visión, esa de un ser celestial que castiga al amor, que te condena por ser tú mismo y te hará arder por besarte con quien tú más quieres, ésa no era la forma en que yo lo veía, aunque después de mi ruptura con Temo ya no supe qué pensar. Quizá sí era culpa mía, quizá dos hombres no podían amarse, quizá mi historia con Cuauhtémoc estaba destinada a nunca ser y haberla forzado nos había llevado hasta este catastrófico declive.

      Nunca fui muy religioso, pero aquí, en esta banca, en mitad de esta eterna oscuridad, con mi corazón solitario, recé porque el Todopoderoso me ayudara a aliviar mi dolor, a sentir calor en mi pecho frío, a no pensar en Cuauhtémoc, dejarlo atrás. Por lo menos consigo enfocar mis pensamientos en otro problema, uno que me concierne en este presente, pienso en José, la prensa, el regaño que me llevare cuando regrese a casa.

      —¿Regresaré?

La PromesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora