CAPÍTULO 6

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Ahora tenía veinticuatro años, trabaja medio turno en la empresa de mi padre y vivía en mi propio departamento en la Ciudad de México en la zona de Polanco. Visitaba a mis padres en todas las fechas importantes, incluso veía a Diego en algunos viajes, él estaba saliendo con un tipo moreno, Marcos, se veían felices juntos. Nunca volvimos a hablar de aquella noche en que lo hicimos.

      Me dolía estar lejos de casa pero habían pasado tantas cosas que un cambio era necesario, regresé a esta ciudad esperando poder conectar con los recuerdos de Aristóteles, hice nuevos amigos aquí, ya no jugaba videojuegos ni escribía canciones, también había dejado el piano, la música en general, porque después de Aristóteles nunca volví a cantar. Tampoco tuve una relación después de él —de quien ni yo o el mundo volvió a saber nada—. Hubo algunos chicos pero todos fueron citas breves y de una vez, al poco tiempo dejé de intentarlo para hacerlo diferente, cambié las cenas y cumplidos ingenuos por sexo y sudor, me movía con la noche, de bar en bar, cama en cama. A veces en una fiesta, en un baño, en un cuarto oscuro. Arrastraba cuerpos distintos, jóvenes en su mayoría, las pieles morenas y sus cabellos largos, después comencé a pagar por ello, besaba sus espaldas y pies, la condición en esos casos era un nombre; todos eran Aristóteles. Ocultaba todo esto a mi familia, no me avergonzaba de mi vida sexual pero no encontraba mayor necesidad en contarlo a mi padre y mis hermanos. Pero todo cambio cuando conocí a Ricardo.

Es el cumpleaños de mi amiga Andy, asisto a la fiesta sólo porque sé que Diego no podrá venir, he estado intentando evadirlo, sé que sólo quiere ayudar y ninguno ha mencionado lo de aquella noche pero aun así no me siento bien con él, lo usé como tapadera para no tener que mostrar lo dolido que me sentía con la partida de Aristóteles, no se lo merecía. Después de que se diera la noticia del extravío de Aristóteles, regresó para ayudarme pero no quería su pena, no quería el pésame de nadie, quería de regreso a Ari. Diego se merecía un mejor amigo que yo.

      Me encuentro con rostros familiares y nuevos, casi todos llevan pareja, ya sean quedantes, amigos o hasta esposos, nunca entenderé la infinita necesidad del matrimonio a temprana edad, lanzarse a vivir con tu pareja en apenas meses de conocerse, pero me recuerdo que en otro tiempo yo compartía las mismas aspiraciones, Ari y yo fantaseábamos con la idea de vivir juntos, en nuestra casa se darían las mejores fiestas, todo el mundo escucharía nuestra música, bailarían con ella, cantarían con él, sería una velada de bohemias.

      Mi amiga está muy ocupada en su papel de anfitriona, pasa a saludar a todos mientras que yo prefiero guardar distancia, sentándome en el sillón de la sala con una copa de vino en mano, ahora que lo pienso mejor preferiría estar en casa, solicitando a uno de esos chicos, la verdad es que en los últimos días he descubierto que mi mejor amigo es el sexo, es el único que siempre está ahí, no tienes que hablar mucho con él, ni dedicarle mucho tiempo, sólo tienes que estimular los genitales, coger un rato, eyacular y listo, una orden de felicidad instantánea servida. Mi mente divaga sobre las diferentes posturas que me gustan en el sexo, cuando otro chico llega a sentarse en el sillón de enfrente.

      —Ten cuidado con eso o podrías sacarle el ojo a alguien —dice apuntando a mi pene.

      Miro mi pantalón, me ha dado una erección, mis manos me cubren con urgencia, trato de ocultar mi vergüenza pero siento calientes las orejas.

      —Hola —me saluda el chico entre risas.

      —Hola —respondo, cubriéndome la cara roja de vergüenza.

      Me tomo un tiempo para mirarlo bien, el chico es moreno, de ojos oscuros, lleva un corte militar y tiene una sonrisa que me resulta sincera, no sé porqué pero le sonrío de vuelta, tiene la barbilla afilada y una barba al ras, la nariz respingada, sus labios son carnosos, también tiene algo en la mirada que me hace no querer verlo mucho.

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