Termino en la capital de Nayarit, Tepic.
Solo y sin casi nada de dinero, aquí no he venido a turistear como en mis pasados destinos, no tengo tiempo de probar gastronomía, visitar parroquias ni de ver bares, el primer día duermo en la banca de un parque (esto se está volviendo un hábito) con un kilo de heroína encima. No puedo rentar un cuarto, no tengo documentos, ni avales pero aún más importante no tengo dinero, mi poca reserva la guardo para comprar alimentos y jeringas para seguir inyectándome. Decido que dormir en parques es incomodo pero al menos es gratis. Los días pasan demasiado rápido, casi no me muevo de este lugar, estoy en la misma banca, inyectándome a escondidas, de pronto un curioso me descubre, debo moverme de parque antes de que llame a la policía para que me lleve detenido, ando sin rumbo, me muevo de un lugar a otro, hasta que pierdo la cuenta con el tercer mes. Estoy sucio, la mugre se apelmaza a mi cuerpo, mi cabello se hace duro y brilla grasoso, mi boca apesta, no tengo dentífrico ni un baño para lavarme, me vuelvo en un cazador de baños públicos, me enjuago en cualquiera que me permiten entrar. Ya no tengo dinero, hace una semana que empeñé mi celular, no me queda nada.
Una tarde, tirado al lado de un árbol en alguna otra placita, una chica se acerca a mí, me regala un bote con agua y un hot dog, no respondo a su gesto, en parte porque no sé qué decir y porque tengo la cabeza por las nubes, me había inyectado hace poco, al menos la heroína me duraría por mucho más tiempo. Después de ella, otro joven se acercó a darme diez pesos, una señora me dio cinco pesos, las personas pasaban a mi lado a regalarme sus monedas. Recordé una vez cuando descubrí a mi padre trabajar de botarga para un restaurante, en estos momentos su trabajo me parecía mucho más digno que el mío, pero las limosnas de todos fueron bien recibidas. La gente aquí no me reconoce, dudo que alguien siga pensando en mí, con el dinero recaudado compro más jeringas, si es un buen día compro algo de comida rápida en los autoservicios, si no, compro galletas o frituras, lo que sea con tal de que me entre comida a la boca, noto también que cada vez batallo más en recordar algunas cosas o concentrarme, siento que estoy perdiendo la memoria y la poca inteligencia que tenía.
Una noche me inyecto una dosis más alta de heroína, cada día mi cerebro pide más, se ha vuelto más que necesaria, la dopamina se dispara como siempre, me pongo en pie y salgo a indagar en el corazón joven de la ciudad. Los bares lucen a rebozar, los chicos me miran despectivamente, huyen de mí mientras yo me les acerco, necesito un cuerpo caliente pero ya nadie quiere estar cerca del mío. Mi cuerpo ha cambiado, mi panza se ha inflado, mis brazos ya no son fuertes, hay un tic que se ha hecho más frecuente en mis piernas, en ocasiones pierdo el control, debo estar alerta para meter las manos y no caer al suelo.
Veo a tres chicas salir de un bar, se ven muy guapas, luciendo sus pequeños vestidos floreados, sus cabelleras largas y sedosas, tacones altos, las sigo por la calle, huelen a comida y jabón, su aroma me atrapa, quiero acariciarlas, que ellas me acaricien a mí, quiero una compañía y tres son mejor que una. Noto que se percatan de que las voy siguiendo porque apresuran el paso, hago lo mismo, casi estoy trotando cuando una de las chicas se gira hacia mí.
—¡Déjanos en paz, vago! —ladra para mí.
Me detengo al oír su grito pero no quiero lastimarlas, sólo pido un cuerpo para esta noche. Ellas corren, tengo demasiada adrenalina en el cerebro así que comienzo a correr detrás de ellas.
—¡Ayuda! —aúllan.
Estoy muy cerca de alcanzarlas, de decirles que lo siento, que con una de ellas que quiera pasar la noche conmigo es suficiente, que olviden mi aspecto desalineado, mi mala figura y mi olor, que me permita, ¿cantarle? ¿Yo canto?

ESTÁS LEYENDO
La Promesa
FanfictionLa historia de Cuauhtémoc López y su novio, Aristóteles Córcega, terminó en Huautulco, cuando Aristóteles cerró con un beso la decisión de seguir a Cuauhtémoc hasta la Ciudad de México. ¿Pero qué pasó después? ¿Qué sigue en la historia de ARISTEMO...