El sexo es grandioso pero la despedida es fatal, Adrián y Ana tienen que irse, son estudiantes de intercambio de León, vuelven a casa para las festividades navideñas, nos prometemos escribirnos y quizá hasta mandarnos videos de nosotros masturbándonos, pero eso no ocurre, nunca llaman ni escriben, ni contestan mis mensajes e innumerables llamadas, siento como me pierdo de nuevo, el aire frío de invierno golpea mi corazón, me recuerda que yo no tendré un abrazo caliente para esta navidad tampoco pero no importa, no lo necesito, no lo he necesitado desde hace tres años ya, un cuerpo caliente se disfruta más, se siente más real, más activo.
Estoy de vuelta al ruedo, con Adrián y Ana ya se estaba poniendo aburrido, todo era igual siempre, íbamos al departamento de alguno de sus amigos o ellos venían a mi suite. Era mejor que se hubieran ido, ya me estaba saliendo caro eso de las orgías, el gerente del hotel pedía dinero extra por meter a tantas personas, sabía lo que hacíamos ahí dentro y yo necesitaba que guardara silencio, el dinero ya me estaba escaseando, pero no demasiado, todavía tenía unos $50,000 pesos escondidos en el estuche de mi piano eléctrico, no tenía de qué preocuparme.
Salgo a las calles, creo que mis ojos ven mejor en la oscuridad que de día, en esta ocasión visito cualquier lugar, brinco de antro a cantina, dejo que las mujeres broten sus pechos en mi cara, que besen mis labios mientras mis dedos juegan con sus vaginas, he superado aquella etiqueta que debía ser, para ser yo mismo, al menos mi abuela Imelda tenía razón en algo, las mujeres no estaban nada mal. El precio por las putas aumentaba en relación a mis exigencias, si quería golpearlas, venirme dentro o proponía cualquier juego que incluyera sadismo tenía que pagar un extra, no importaba, les daba lo que pedían y ellas a cambio me dejaban satisfacer mis necesidades.
Con los hombres era la misma técnica, usualmente eran hombres mayores, estaba harto de la ternura de los adolescentes, lo intenté con otros pero ninguno podía darme la violencia en el sexo como la que me daba Adrián, era casi como un don que le pertenecía a él, en cambio los hombres mostraban más poderío, al menos a estos no tenía que pagarles y a veces hasta ellos me regalaban cosas, era irónico, pagaba a putas para coger mientras que al otro día cogía con hombres que me pagaban como si fuera una puta, era una cadena extraña y deliciosa que me encantaba. Esto sí era vida, y pensar que por muchos años creí que vivir era compartir momentos con Cuauhtémoc.
Temo.
Su recuerdo me acosaba ciertas noches, ya casi no pensaba en él, mientras estuve con Adrián nunca pensé en él. Había superado mi barrera como asexual, siempre supe que no lo era pero la idea de estar con alguien que no fuera Temo me resultaba imposible. Con él había sido mi primer beso, mi primera cita, mi primer novio, mi primera vez, fue paciente y cálido, los dos éramos primerizos, coordinamos nuestra respiración, recordaba sus delicadas manos en mi pecho mientras sus glúteos saltaban en mi sexo, se sentía tan bien, luego él introdujo su pene en mí, colocó bastante lubricante encima del condón y lo combinó con su saliva, fue atento. Dolió al inicio pero no dejaba de besarme, me concentré en sus labios, en mirarlo a los ojos, ver ese brillo, sabía que él estaba experimentado lo mismo que yo hace unos momentos y eso me tranquilizaba, lo estábamos haciendo bien o al menos a nuestra forma. Aquella noche fuimos capaces de hacer cosas que no pensábamos pudiéramos hacer. Si pudiera recordar ese momento siempre que me voy a dormir, no hubiera hecho lo que hice.
Comenzó con un dolor de cabeza, las piernas me dolían una mañana, por la tarde la espalda y otras partes del cuerpo, mis huesos calaban, dejé de concurrir los bares, me sentía muy cansado, prefería quedarme en casa a descansar pero no podía dormirme, el insomnio llegaba con sus dedos afilados, me picaba los ojos e introducía sus malditas pesadillas en mí, esos horribles sueños, los repetía noche tras noche.

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La Promesa
FanfictionLa historia de Cuauhtémoc López y su novio, Aristóteles Córcega, terminó en Huautulco, cuando Aristóteles cerró con un beso la decisión de seguir a Cuauhtémoc hasta la Ciudad de México. ¿Pero qué pasó después? ¿Qué sigue en la historia de ARISTEMO...