Llevo un mes como casado, la euforia de la boda, la fiesta y la luna de miel ya han pasado pero yo sigo sin querer a Ricardo. Me había dicho a mí mismo que lograría quererlo, quizá nunca sentiría lo mismo que él por mí pero podríamos llegar a ser buenos compañeros y ese era el problema, veía mi matrimonio como un cuarto de fraternidad, un lugar donde debía convivir con un desconocido, adaptarme a sus manías, reclamar por otras y equilibrar las tereas, nos veía como dos personas que tenían que aprender a convivir bajo un mismo techo pero éramos sólo eso, dos personas y era ahí donde yo me estaba equivocando. Ricardo no era cualquier chico de cuarto, era mi esposo.
Como esposo cumplía ciertas funciones que en un compañero de cuarto no serían regulares, el primero era el sexo. Ricardo era un hombre bastante activo con un cuerpo bien trabajado, eso era algo que no podía negarle, no era malo en el sexo tampoco pero comenzó a adoptar ciertas manías que no me gustaban del todo, ahora cuando lo hacíamos me susurraba al oído que me amaba, que lo hacía feliz, que yo era el hombre más guapo, que era especial, me molestaba mucho cuando decía esas cosas porque entonces me obligaba a repetirlas, le devolvía las mismas palabras, si acababa de ver una película romántica entonces me robaba algunas frases de ahí y me odiaba por eso, porque nada de lo que le dijera podía venir del corazón, imitaba su comportamiento, imitaba su amor. El sexo dejó de ser placentero, ya no era rudo ni pasional sino más bien delicado y lleno de poemas, me aburría.
Creo que el momento más feliz que recuerdo de mi matrimonio fue nuestra luna de miel, viajamos a París, quedé encantado por el paisaje urbano del siglo XIX, sus bulevares, el río Sena, qué decir de la Torre Eiffel, su cultura del café, había muchas cosas que apreciar allá, parisinos incluidos —honestamente me sentía mal por no haber dedicado una noche aunque fuera a uno—, las capillas eran hermosas e imponentes, la vida despedía un tono más llevadero allá.
Ricardo era una persona muy organizada y limpia, acomodaba los libros por orden alfabético o color, todas las mañanas se levantaba muy temprano para hacer el aseo de la casa, lo hacía por las noches antes de dormir también, todas las mañanas cocinó mi desayuno, preparó mi almuerzo, nos turnábamos la cena, a veces ganaba la pizza. Él era arquitecto y tenía un trabajo fijo en la construcción de un nuevo centro comercial en Polanco, a veces venía a la oficina, saludaba a todo mundo, en general a toda la gente, cualquiera que se cruzara en frente, a los albañiles, a la amargada cajera de la cafetería, a mis compañeros, a los vecinos. Otra conducta que me molestaba en él era la facilidad con la que derrochaba dinero, prefería ingeniármelas para evadir a un indigente o Ricardo le daría una buena propina, odiaba a los vagabundos, era gente sana que prefería vivir en la mugre. Si querían dinero podían trabajar el suyo, hay trabajos para todos, los pobres eran pobres sólo por su gusto de serlo. Otra forma era a la hora de darme obsequios, todos los días tenía algo para mí, una caja de chocolates, un libro, una camisa, un accesorio, es cierto que gozábamos de una alta estabilidad económica, no teníamos deudas pero esos gestos me parecían innecesarios, sentía que buscaba comprar mi cariño, mi amor, ya no éramos novios, estábamos casados, él había ganado, ¿qué trataba de demostrar?
Otra debilidad en el carácter de Ricardo, era su falta de autoridad, se jactaba de una persona amable, de voz suave, el padre en el trabajo y una madre en casa, en lugar de concentrarse en ser un hombre. Si salíamos al cine, al supermercado o dar la vuelta, miraba a otros chicos a sabiendas que él me veía pero su única acción era sonreírme y darme un abrazo, me pegaba a su cuerpo, me daba un beso en la frente y me repetía por veinteava vez en el día lo mucho que me amaba. Él ordenaba todo en casa mientras yo desordenaba pero en lugar de confrontarme para hablar del tema volvía a sonreír y ordenaba mi desastre, a veces desordenaba las cosas a conciencia por el mero gusto de que un día me lo reclamara pero tal día nunca llegó. Siempre discutíamos por nuestras ideas o bueno, yo discutía, le reclamaba su altruismo, su falta de autoridad, que no se diera a respetar, que no viera mis mismos programas, que rezara antes de comer, que leyera estúpidas novelas románticas, que prefiriera el cine de ciencia ficción en lugar del cine de arte, pero su maldita respuesta siempre era: «estoy de acuerdo, amor». Era una tortura. Me había casado con un perdedor por el que no sentía nada.
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La Promesa
FanficLa historia de Cuauhtémoc López y su novio, Aristóteles Córcega, terminó en Huautulco, cuando Aristóteles cerró con un beso la decisión de seguir a Cuauhtémoc hasta la Ciudad de México. ¿Pero qué pasó después? ¿Qué sigue en la historia de ARISTEMO...