Han pasado cinco años desde aquel día que decidí quedarme en Matanchén con Ulises. El clima de aquí es noble, es una localidad pequeña así que la mayoría de las personas se dedican al comercio con los turistas pero tienen que moverse a las playas de Sayulita o San Blas, otros han levantado sus pequeños negocios, cantinas es la mayoría. Ulises cuidó de mí durante un largo tiempo, hasta que quedé limpio, ahora estoy a unas semanas de cumplir mis treinta años.
Cuando Ulises se aseguró de que estaba limpio me dio el trabajo prometido en la vulcanizadora, hizo de patrón, maestro y amigo, me enseñó acerca de las facturas, organizar la papelería, pero le pedí que no se detuviera ahí, me enseñó todo sobre autos, Ulises me enseñó a cambiar los filtros del motor que evitan que este se contamine, aprendí a cambiar carburadores, cremalleras, los soportes y a lubricar. Tardé casi un año en aprenderlo todo pero al final lo conseguí, mi mente comenzaba a trabajar como antes, aunque el abuso de drogas dejó algunas lesiones, había partes de mi vida que me costaba recordar y otros conocimientos que no lograba retener. Después de aprender todo acerca del negocio, Ulises me dejó conducir su camioneta para cuando tuviera cualquier encargo pendiente, estaba algo oxidado en eso de conducir pero pude recordar con un par de lecciones.
Ya no pasé las festividades solo. En navidad Ulises iba a lo de su tía Consuelo, me llevó a mí también, nunca intentó teorizarme y su tía era atea, yo sólo era el espacio entre ellos. Durante la cena de navidad, su tía encendió una vieja radio, la canción de «Cien Años», interpretada por Pedro Infante llenó el espacio, movió mi corazón y comencé a cantar, no cantaba desde hacía muchos años, mi voz no era la mejor pero sumada a la de la señora Consuelo y Ulises no se escuchó tan mal, los tres habíamos perdido mucho, los tres habíamos estado solos, para más tarde encontrarnos, éramos tan diferentes todos. Canté para ellos, canté para mí.
Al siguiente año de mi estadía, Ulises me sorprendió con un regalo en el día de mí cumpleaños, en mi cama reposaba una guitarra con todo y funda, no era mi viejo piano pero Ulises siempre sabía hacer de todo especial, aprendí de tutoriales en Youtube como con mi piano. Empecé a tocar para él en las noches con nuestras mecedoras apuntando a la playa. Poco a poco, la música volvió a tomar forma en mí, creo que en realidad siempre había estado ahí esperando emerger.
Había algunas malas caras, todo el pueblo sabía que dormía en casa de Ulises pero nadie nunca le echó bronca y no creo que necesitara mi ayuda de ser así, él era bastante capaz de defenderse por sí solo. Ulises y yo nunca fuimos nada, ni tuvimos otras intenciones, al menos no de su parte porque no puedo mentir que había ocasiones en la playa que miraba su formado cuerpo más de la cuenta, por supuesto él lo notaba pero nunca me reclamó por ello, creo que hasta cierto punto le gustaba esa complicidad de tensión sexual entre nosotros. Nunca lo vi con una chica en ese entonces ni ahora pero tampoco se veía ansioso por una, ni por un chico, por nadie en general, en cambio disfrutaba lanzarme sermones, comencé a creerle, él había perdido tanto, encontró un alivio en su Dios, que ese era todo el consuelo que necesitaba, para bien o para mal esa era su vida y no me entrometería en ella.
Cuando perfeccioné mis talentos con la guitarra y pulí mi voz, decidí que era hora de hacer algo más, seguí trabajando en el taller de Ulises pero además empecé a tocar en los bares, fiestas, la plaza y los restaurantes. Hasta que un año más tarde me hice de un buen ahorro, pude conseguir una propia casa en renta, era pequeña pero suficiente para mí solo. Veía a Ulises todos los días, él insistió en que era una tontería que gastara dinero en renta si seguía trabajando para él (también sólo salía con él, era mi único amigo aquí), pero todo era por principios míos.
Necesitaba demostrarme que era capaz de hacer estas cosas, de empezar a valer mi vida, pero sí había una razón más: la vergüenza. Ulises había estado ahí para mí en el momento más decisivo de mi vida pero no podía arreglar mi corazón roto. Yo no podía seguir con esa tensión entre nosotros, no quería que lo nuestro acabara mal, era mi amigo pero él no correspondería mi sentir, no era malo por eso, creo que su molestia fue el tener que volver a vivir solo en esa casa, los dos nos habíamos acostumbrado a una rutina, por eso había noches que seguía durmiendo en su casa.
En el pueblito, más a las afueras hay una galería de arte que por las noches se convierte en un cabaret gay, titulado: "Las Musas". Es una casona de forma rectangular con dos plantas amplias, hecha de madera, las ventanas están cubiertas por cortinas rojas, la luz dorada sale de los varios candelabros que cuelgan de las alturas, te invitan a entrar. Custodiado por "la Chiquis", una mujer transexual que gastó una fortuna por parecerse a su ídolo Natalia Lafourcade, ella se encarga del lugar que entre todos sus servicios ofrece el placer de un cuerpo, hay de todo: jóvenes pescadores, hombres maduros, transexuales y drags, así que pruebo de todo. Comencé a ahorrar para poder pagar mi compañía, a veces la noche era pesada y mi soledad demandaba un amante en cual descargar.
También había una chica.
Una hermosa joven que siempre usaba vestidos color pastel, las zapatillas negras y el sombrero blanco de ala ancha, su nombre era Anastasia, su piel bronceada parecía caramelo, su sonrisa cautivaba hasta el hombre más joven, ella lo sabía. También sabía que era inalcanzable, todos conocían a Anastasia, su apellido la antecede: Macías.
Los Macías son la familia más poderosa en el pueblo, son narcotraficantes, aunque sus negocios para mí nunca han estado claros. Anastasia tiene dos hermanos mayores, Lucio y Arturo, son lo que se le conoce como cuates, o idiotas, ambos miden cerca de los dos metros y son robustos, lo cierto es que podrían asesinar a quién quisieran con un pulgar, son tan brutos que sólo sirven para golpear, todos hijos de un padre viudo: Rogelio. Anastasia está próxima a cumplir la mayoría de edad, todos se enteraban de sus fiestas ya sea por haber recibido una invitación a la Hacienda o por los balazos a media noche con euforia, junto con la música ranchera. Sí, era todo un cliché. Está vez quién recibió una invitación fui yo. Anastasia llegó una tarde al taller de Ulises acompañada por las murallas de sus hermanos, me entregó la invitación doblada acompañada por un beso en la mejilla, sentí la mirada amenazadora de Arturo, luego se fueron.
Ulises rehusaba la idea de que aceptara mezclarme con la familia Macías, me advertía sólo traería problemas. Además no era una invitación cualquiera, se habían enterado de mi talento con la música, así que querían contratarme para dar un pequeño espectáculo en la fiesta de dieciocho años de su hija. Llegado el día y contra toda opinión de Ulises, asistí, lo que me pagarían no estaba mal, así que me vestí con mi mejor ropa y acudí a la Hacienda Macías.
La fiesta era ostentosa, la Hacienda de los Macías era imponente, se conformaba por varias hectáreas, resguardada detrás de un enorme barandal dorado, en el gran jardín se reunía toda la familia y amigos, los arbustos podados decoran con sus flores de colores la fiesta, hay mesas circulares repletas, meseros paseaban de un lado a otro sirviendo tragos. Llega mi turno de subir al escenario montado, toqué por casi más de dos horas, complací las solicitudes de algunos y en ningún momento sentí que Anastasia me quitara los ojos de encima. Al final la familia me obsequia un plato de comida y bebida que acepto, mientras como, Anastasia aparece detrás de mí.
—Hola Guille —me saluda con su voz ruda.
—Feliz cumpleaños Anastasia.
—Bueno, no sé si sean muy felices.
—¿Por qué?
—La fiesta está bien, tú tocaste chingón pero mi padre me obliga a saludar a toda la gente y eso me deja muy cansada. La mitad de esos cabrones ni me agrada.
—Imagino. Podrías ir a descansar a tu cama.
—Podría venir conmigo —dice, mordiéndose el labio inferior.
Pone su mano en mi pierna, presiona, la miro con cautela, ella me regala una media sonrisa, le devuelvo la sonrisa y asiente. No he vuelto a tener sexo con una chica desde hace años, no me siento sentimentalmente atraído por ellas pero Anastasia tiene buen cuerpo, eso lo puedo admitir, además ya era mayor de edad, y el cuerpo es débil.
—Trae tu guitarra, puede que me toques algo.

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La Promesa
Fiksi PenggemarLa historia de Cuauhtémoc López y su novio, Aristóteles Córcega, terminó en Huautulco, cuando Aristóteles cerró con un beso la decisión de seguir a Cuauhtémoc hasta la Ciudad de México. ¿Pero qué pasó después? ¿Qué sigue en la historia de ARISTEMO...