CAPÍTULO 3

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Tras mi ruptura con Aristóteles, todo se sentía diferente, como nuevo pero sin sabor, los días transcurrían lentos y el hambre me llegaba a ratos largos, me quedaba esperando una llamada, un mensaje, que tirara la puerta y me salvara de estas sombras negras que me ataban al suelo. Pero nada de eso pasó y entendí que no pasaría, fue entonces que algo se rompió dentro de mí y aquella parte de mi corazón que bombeaba emoción y amor se drenó.

      Pasó un mes, casi no salía de casa. Diego vino a verme, pasó dos semanas en Oaxaca conmigo, jugamos videojuegos, vimos series, incluso me convenció de ir al cine pero al final del día quería llegar a casa a contarle todo a Ari y la realidad volvía a golpearme en la cara, lo había perdido para siempre. Diego me consolaba día y noche, no sentí que fuera justo para él, después de todo, Aristóteles nunca fue su mejor amigo, además Diego había sentido algo muy fuerte por mí tiempo atrás. La última noche que se quedo en mi casa, estuvimos jugando videojuegos como los otros días, últimamente me encantaba Battlefront de Star Wars, la cantidad de acción, las explosiones, las batallas, creo que no es algo desconocido las ganas de ver destrucción tras una ruptura.

      —Voy al baño —dice Diego, poniendo en pausa su jugador.

      Asiento, se levanta y sale del cuarto. Le he dado muchas vueltas a esto, estos últimos días me he sentido muy mal por Diego, por forzarlo a escuchar todo lo que tenga que decir de Aristóteles, debí haberme quedado con él, todo habría sido distinto pero fui ciego e idiota, me convencí de algo que siempre estuvo destinado al fracaso, así que estoy seguro de cómo recompensare la lealtad de Diego. Abre la puerta de nuevo, veo su silueta dibujada en el marco de la puerta, se queda ahí parado, he dejado el cuarto a oscuras.

      —¿Qué pasa? —pregunta él.

      —Ven —digo con voz baja.

      —¿Temo? ¿Estás jugando?

      —Ven —repito.

      Diego camina hasta la cama, tantea con sus manos el colchón, buscándome, yo lo tomo de las manos y lo recuesto a mi lado, sin soltarlo paseo sus dedos por mi pecho descubierto, no lo ve, pero estoy desnudo, estoy entero para él, pongo su mano en mi sexo, él la quita de inmediato.

      —Temo...

      Lo atraigo hacia mi boca, le robo un beso, bajo por su barbilla, levanto su camisa, muerdo uno de sus pezones, lo quiero, necesito esto, necesito sentirme querido, necesito llenar este vacío. Necesito enseñarle una lección a Aristóteles, quiero que sufra.

      «Quiero que vuelva».

      —Temo, ¿estás seguro?

      —No lo pienses tanto Diego.

      Lo desvisto, él me devuelve los besos, masturba mi sexo, se entrega a mí con la misma fuerza que yo, paso mis dedos por su pelo, no es rizo como el de Aris, no tiene sus ojos, ni su nariz, no tiene su olor pero la imaginación es vasta y me sirve en esta ocasión porque imagino que estoy encima de Aristóteles y no de Diego. Lo hacemos toda la noche, es sólo sexo, no hay afecto, no hay amor, sólo mis ganas por nutrir mi baja autoestima.

Una tarde, después de que Diego volviera a Toluca —no había hablado con él desde aquella noche, me sentía muy avergonzado, no quería confundirlo, que pensara que pudiera interesarme—, me senté en el sillón de la estancia para ver la televisión, no estaba buscando nada en especial, cambiaba cada minuto el canal aunque era muy obvio porque miraba los canales de noticieros, lo que estaba buscando era alguna señal de Aristóteles, de saber qué estaba haciendo, de su carrera, lo seguía por sus otras redes sociales, incluso tenía activadas sus notificaciones pero me mantenía como un fantasma, intenté mandarle mensajes pero tenía mi número bloqueado, no contestaba mis llamadas.

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