CAPÍTULO 10

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Estoy en cama, es de noche, puedo sentir el helado aire enfriando mi cuerpo, una luz morada inunda la habitación, comienzo a oír unos gemidos de placer, al lado mío hay dos cuerpos que fornican, se besan con fuerza uno sobre el otro, intento moverme pero no puedo, es como si estuviera pegado al colchón, mi piel se restira incapaz de zafarse. Los oigo gozar, no quiero verlos, poco a poco me voy hundiendo en mi propia cama, más y más hondo hasta que el colchón me encierra dentro, dejándome en total oscuridad. Entonces se hace una luz y de ella aparece el rostro de Cuauhtémoc, llora, está muy triste, puedo sentirlo, tiene la cara roja y yo el corazón partido, intento correr a él pero no puedo, en lugar de eso me alejo, no para de llorar, escucho el sonido de un auto.

     Me despierto de golpe al oír los fuertes azotes contra mi puerta. Son las pesadillas de nuevo, he conseguido avanzar en ellas, ya no estoy en el mismo pasillo de siempre viendo la puerta entreabierta, ahora veo esos dos cuerpos ensimismados, rasguñándose, copulando y después Temo, llora mientras se aleja, ¿o soy yo? Tengo que seguir trabajando con las pesadillas.

      Los fuertes azotes continúan, alguien toca de verdad mi puerta o intenta derribarla, me pongo en pie, la puerta sigue azotándose, cruje por la fuerza de los golpes, me detengo en la entrada, no sé quién puede ser pero la abro yo o entrará por la fuerza, al abrir me topo con una nada grata sorpresa; Rogelio Macías está en mi puerta con sus dos hijos y Anastasia por detrás, tiene el cabello alborotado. Abro la mosquitera, antes que diga nada Lucio pone su mano que cubre literalmente toda mi cara y me lanza contra el sofá, luego viene Arturo para asestarme un golpe al estómago, sacándome todo el aire dentro, lanzo un grito ahogado desde aquella noche, que me arrojaron en mitad de la carretera, cuando todavía era un vagabundo y Ulises sanó mis heridas, no había vuelto a recibir un golpe. Caigo al suelo, cubriéndome con un brazo mi estómago, todavía no termino de procesar el salvaje ataque cuando Rogelio saca su pistola y la pone sobre mi frente, Anastasia grita, yo me alejo del arma pero el casquillo me sigue.

      —¿Crees que te puedes burlar de mi familia, malnacido? escupe el señor Macías.

      —Por favor, por favor vuelvo a suplicar, me siento tan pequeño y vulnerable.

      —¿Crees que puedes deshonrar a mi hija así?

      Entonces lo entiendo, ya no importa el cómo se haya enterado, esto sólo tiene un resultado.

      «Temo, yo...»

      El dedo jala el gatillo y la pistola se acciona, arrojando una ráfaga de aire, mi corazón se acelera, todos quedamos mudos, todos menos Rogelio quien no ha dejado de verme con esos ojos de diablo.

      —Debería matarte, desgraciado. Pero eso sería muy bueno para ti, para un muerto de hambre como tú.

      Arturo me jalonea y me pone en pie, derecho, para ellos peso menos que su desayuno, Lucio saca una cinta de medir sastre, empieza a tomar medidas de mi cuerpo.

      —Pero mi hija no se convertirá en una de esas solteronas con escuincle. Tú me vas a responder, primero casándote, después con trabajo. Ya tendré tiempo de pensar en tu muerte.

      Su última amenaza no logro escucharla, mi cerebro se paró en cuánto me dijo que me casaría con su hija, Lucio sigue tomando las medidas, esto está pasando.

      —Pero papá alega Anastasia.

      El señor Macías la manda a callar y la chica obedece, me mira con cierta indiferencia, ni siquiera creo que le haya gustado el sexo, personalmente no fue el mejor pero sé una cosa, ella tampoco quiere casarse conmigo.

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