DOCE

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Jinyoung aparcaba el auto donde finalizaba el camino particular que daba acceso a la finca de sus padres en las afueras de Goyang.

Visitar a su familia siempre provocaba una sonrisa en su rostro.

Su padre estaba inclinado sobre un parterre de anémonas japonesas, sus flores de color rosa claro temblando levemente a merced de la brisa.

Se enderezó al verlo, sus ojos, hundidos en su cara rojiza y acostumbrada al aire libre, brillantes de satisfacción.

Se despojó de los guantes de jardinero completamente embarrados, los tiró al suelo y corrió a abrazarlo. Jinyoung agradeció el abrazo y aspiró profundamente su olor: una mezcla de suave sudor y jabón, un aroma que lo retornaba directamente a su infancia, a la felicidad del tiempo que había pasado con él.

—¿Cómo van? —preguntó Jin, inspeccionando los parterres.
Todo lo que sabía de jardinería lo había aprendido de su padre. ¿Cuántas horas habrían pasado juntos estudiando con detalle catálogos de semillas, plantando y cavando, desbrozando y regando?

No estaba seguro de cuál había sido su mayor regalo, si su inquebrantable fe en el o el amor por la jardinería que le había transmitido.

Estaba seguro de que nunca habría sobrevivido a la locura de su infancia sin ambas cosas.
—Están creciendo bien —dijo su padre en respuesta a su pregunta
—.Voy a intentar podarlas antes de que no dejen crecer a todo lo demás.

Jin movió afirmativamente la cabeza. Su padre parecía cansado; pero ¿cuándo no lo parecía? Park Bosung era un auténtico «mulo de carga».

Cuando empezó, trabajando en la construcción, era famoso por su increíble fuerza bruta y su terca resistencia. No había trabajo que su cuerpo robusto y cuadrado no pudiera acometer y terminar, y terminar además a la perfección.

Era esa misma determinación la que le había permitido abrirse camino como constructor independiente.

Ahora, treinta años después, estaba al frente de un pequeño imperio de la construcción y la palabra «delegar» no existía en su vocabulario.

Supervisaba todos los detalles de todas las operaciones, de principio a fin. Jinyoung sabía que aquello era más que una simple cuestión de orgullo.

Hacía tiempo que se imaginaba que esa dedicación al trabajo proporcionaba a su padre el respiro necesario para olvidarse de vez en cuando del campo de batalla que era su matrimonio .

Como si le hubiera leído los pensamientos, Jin oyó el tintineo de la risa de su madre a través de la puerta principal de la casa.

Park Sonhye  era la personificación femenina de la revista Town & Country: alta, regia, la típica blanca y protestante.

Nacida en el seno de una familia rica, nunca había llegado a perdonar a su esposo por haberla retirado temporalmente de su ambiente durante los primeros años que estuvieron juntos, pese a que ahora el negocio ingresaba más dinero del que ella podría gastar en toda la vida... y Dios sabía que lo intentaba.

Con cincuenta y cuatro años de edad, tenía el cuerpo de una mujer veinte años más joven y la gente que la veía de lejos quedaba impresionada de entrada por su larga melena de color rubio ceniza, confundiéndola a menudo con su hija mayor, lo que la llenaba de satisfacción.

Jinyoung amaba y odiaba a su madre. La amaba porque los niños no saben hacer otra cosa, y la odiaba porque su madre siempre lo hacía sentirse insuficiente.

Nacido entre su hermana mayor, hyuna, que era alta y una gran deportista, y su hermana menor, Jennie, que era una modelo espectacular, Jinyoung era el chico raro: menudo, normal, el clásico chico de clase media que luchaba por destacar pero que nunca conseguía brillar.

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