DIEZ

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Mientras se encaminaba al vestuario se sentía muy seguro. Quería enfrentar a Jaebum, conseguir que acabara suplicándole piedad a gritos.
Pero esa estrategia no era la más acertada.

Intentaría mostrarse cordial. Dulce y agradable. Le ofrecería una solución de compromiso que beneficiara a los dos.

Se llevó por un instante la mano al estómago para acallar las mariposas que allí dentro luchaban por cobrar vida, y entonces entró.

«Eres una piraña, eres una piraña, eres una piraña...».

Algunos de los chicos lo recibieron con una sonrisa; otros apartaron expresamente la vista. Uno o dos de ellos murmuraron «Hola, Jin», lo que le produjo satisfacción; parecía un gesto amistoso y le dio esperanzas.

Antes de ir a por Im, daría una vuelta por el vestuario y reiteraría a los jugadores, lo más amablemente posible, que si no se anotaban para un mínimo de tres actos benéficos, se vería obligado a anotarlos el.

Nadie dio el paso, aunque creyó detectar cierta ambivalencia en Oh Sehun, uno de los jóvenes jugadores solteros que Wang le había mencionado el día anterior.

Parecía intrigarle la idea de tomar parte de una subasta de solteros, pero al final se cortó y le dijo a Jinyoung que lo pensaría un poco más.

Sabía lo que eso significaba: tenía que ir a ver si Dios, o mejor dicho, el capitán Im, le daba su aprobación.
Borregos.

Jinyoung se preguntó si también le pedirían permiso para ir al baño.

Encontró a Jaebum en el pequeño vestíbulo que había junto al vestuario, apoyado en una de las paredes de cemento, mirando el canal de deportes en una gran pantalla de televisión y bebiéndose un gran vaso de gatorade, que había agarrado de la mesita con snacks y demás cosas que había en una esquina.

La mesa, con café, pastas, jugos y fruta, hizo retumbar el estómago vacío de Jinyoung.

¿O serían los nervios?

Los demás jugadores que había en el vestíbulo desaparecieron en el instante en que lo vieron, esperando, evidentemente, que sucedería alguna cosa de la que no querían ser testigos.

Jaebum, mientras, seguía con los ojos clavados en la pantalla de televisión... intencionadamente, pensó Jin.

Aquello no era buena señal.
—¿Jaebum?
—Señor Park. Qué sorpresa.

Cuando se volvió lentamente hacia el, el corazón de Jinyoung empezó a doblar su ritmo.

Estaba ansioso, sí. Pero se dio cuenta de que era más que eso: vestido con pantalones deportivos, estaba desnudo de cintura para arriba y llevaba una toalla blanca colgada en torno al cuello, los cuadraditos perfectos de sus abdominales resplandecientes por el sudor del entrenamiento.

Excitó en el un deseo que sólo podía calificarse como primitivo.
Jamás había experimentado algo tan elemental y fuerte.

Y que la visión de aquel hombre pudiera generar aquellas sensaciones no hacía más que empeorar las cosas.

Era como ser un tímido adolescente y sentirse atraído por el tonto chico popular de la escuela que siempre se burla de todos a la hora del almuerzo.

Su cuerpo estaba traicionándolo. Cerró los ojos un instante.
«¡Piensa como una piraña!».

—Mira —empezó con arrepentimiento
—, quiero disculparme por mi comportamiento de ayer. Temo que me pasé un poco intentando transmitirte las expectativas de FBR. Lo siento.

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