DIECIOCHO

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—Hola, pareja.
Kyungsoo llegó de pronto y al ver la expresión de angustia en el rostro de Jinyoung, se sentó enseguida, tomándolo de la mano.

—¿Qué le has hecho? —
le dijo entre dientes a Jaebum.

Jin habló antes de que Jaebum pudiera pronunciar una palabra en defensa propia.
—No ha hecho nada — le dijo, tranquilizándolo
—.Estábamos hablando de un tema muy triste, eso es todo.
—¿Seguro? — preguntó Kyungsoo no muy convencido, regañando todavía a Jaebum con la mirada.

—De verdad —dijo Jinyoung.
Kyungsoo se relajó.
—De acuerdo, entonces. —
Soltó la mano de Jinyoung y tomó su  chaqueta.

—JongIn y yo debemos salir temprano mañana, así que mejor ya nos vamos. —
Miró otra vez a Jinyoung, preocupado.
__¿De verdad que estás bien?
—Estoy bien —insistió él.

Kyungsoo se levantó y señaló a Jaebum con un dedo.
—Se supone que debería estar divirtiéndose, no aquí sentado llorando. ¿Crees que podrás solucionarlo?—
Jaebum apretó la mandíbula.
—Lo intentaré.
—Bien. — Kyungsoo se inclinó y besó a Jin en la mejilla.
—.Hasta pronto.

Los ojos de Jaebum volvieron a buscar los de JongIn cuando él y su esposo abandonaron la mesa, pero esta vez el mensaje era distinto: « ¡Dile a tu mujer que no entiendo nada!».

JongIn movió ligeramente la cabeza en sentido afirmativo, comprendiendo el mensaje.

Jaebum volvió a mirar a Jinyoung, que se había girado para buscar a Jisoo que, al parecer, estaba leyéndole la mano a alguno de los chicos.

O, al menos, eso fue lo que Jaebum pensó que estaba haciendo. Tampoco le importaba saber si se trataba de algún ritual exótico de cortejo.

—¿Te divierte? — preguntó cuando Jisoo se dio media vuelta. El asintió.
—Siento haberte hecho llorar — murmuró.
—No, no pasa nada —respondió el, con una despreocupación que a Jaebum le sonó a falso.
—Lo que has dicho es la verdad, y eso lo sabemos todos, las verdades hieren.—

La voz de él fue ronca y persuasiva.
—Deberías hacerlo, Jinyoung. Deberías decidir qué tipo de negocio quieres dirigir e intentarlo. Si no lo haces, acabarás odiándote por ello.

Jin apartó la vista, claramente intranquilo.
—Para ti es fácil decirlo. Eres un líder. Un ganador. El concepto de la falta de confianza te resulta completamente ajeno.
—Sí, pero eso no significa que no pueda comprenderlo. No podría decirte la cantidad de chicos del equipo, chicos que han conseguido la Liga Nacional, que tienen un problema de falta de confianza.

—¿De verdad?
—Claro. Pero sienten ese miedo y siguen adelante de todos modos... con un poco de ayuda por mi parte, por supuesto, y de los entrenadores. Todos trabajamos duro para aumentar su autoestima. Y da resultado. Pero ese primer paso de lanzarte al precipicio tienes que darlo tú. Tienes que tener fe, ¿entiendes lo que quiero decir?

Jinyoung frunció el entrecejo.
—¿Podemos cambiar de tema, por favor? Este discurso alentador empieza a deprimirme.
—Sólo intentaba ayudar. —

Y viendo que había quedado claro que cualquier discusión más sobre el tema estaba prohibida, lo decidió.

—.¿Quieres bailar? —
En la vieja rocola sonaba una melodía lenta de Rhythm & Blues... «¿When a Man Loves a Woman», de Percy Sledge? Era malo para adivinar esos temas antiguos, pero era la excusa perfecta para desviar la conversación.

Jinyoung dudó un instante y rechazó la oferta.
—No, gracias.
Jaebum se sorprendió al verse rechazado.
—Vamos — le dijo —.Son sólo tres minutos de tu vida. Te animará.
—Está bien — se rindió el castaño, no muy seguro aún.

Se encaminaron a la pista de baile, Jaebum plenamente consciente de que sus compañeros de equipo se daban codazos entre ellos y se giraban para ver al Gato bailando con el Ratón.

Dios, la que la que se le iba a venir encima el lunes.

Ya en la pista, él le tendió la mano izquierda, Jin la aceptó y posó su otra mano en el hombro de Jaebum.

No sabía muy bien cómo agarrarlo de la cintura, pero el no se resistió, de modo que dejó la mano allí, en la zona lumbar.

Con cuidado de no chocar con las demás parejas mientras iban dando vueltas por la pista, Jaebum lo atrajo hacia el. Y lentamente empezaron a girar al ritmo de la música.

Estaba asombrado de lo natural que le resultaba abrazarlo de aquella manera, y se preguntó si el sentia lo mismo.

Obtuvo la respuesta cuando Jinyoung se acercó más a él y descansó la cabeza sobre su pecho.

Como un contrapunto al ritmo lento y sensual de la música, oía su corazón retumbando en sus oídos, acelerado e insistente.

¿Lo oiría Jinyoung también?
Respiró despacio, a propósito, intentando superar la sensación de calor que empezaba a apoderarse poco a poco de su cuerpo.

Era perfecto, como un pajarito que necesita protección. Que lo necesita a él.

Como si le hubiera leído los pensamientos, Jin separó la cabeza de su pecho y lo miró a los ojos.

Ninguno de los dos dijo nada. «A lo mejor podría— pensó Jaebum — porque no hay nada que decir».

O a lo mejor porque ninguno de los dos tenía agallas suficientes para hacerlo. Volvió a bajar la cabeza, suspiró y siguieron bailando.

La canción terminó y con ella se rompió el encanto. Por una décima de segundo, ninguno de los dos parecía saber qué hacer o quién debía hacerlo primero.

Se separaron torpemente, Jinyoung sacudiéndose de encima la ensoñación que él juraría haber visto en sus ojos apenas unos momentos antes.

Era como si hubiese vuelto en sí y fuera de nuevo un hombre de negocios.
—Mejor que me lleve a Jisoo a casa —
dijo tembloroso —,antes de que le proponga matrimonio a Bang.

Jaebum asintió, su pulso retornaba lentamente a la normalidad.
—¿Quieres que te lleve? —
preguntó cortésmente, esperando que no fuera muy evidente que esperaba que le respondiera que no.
—Tomaremos un taxi. —

Avanzó hacia la mesa donde estaba Jisoo , pero se volvió de repente, como si se hubiese olvidado algo.
—Gracias por la cerveza —dijo rápidamente—.Y por el baile. Nos vemos el lunes en el entrenamiento.
—Sí —replicó Jaebum, viéndolo avanzar en dirección a su amiga.

Aquella noche habían superado unos límites y ambos lo sabían. Por eso huía de él a toda velocidad. Estaba aterrorizado.

Normalmente, se habría enojado si otra persona se alejara de él como si sufriese una enfermedad contagiosa, pero aquella noche no.

De haber sido por él, habría hecho lo mismo, salir a toda prisa de allí con cualquiera de sus amigos y empujar lo que acababa de suceder entre ellos hasta lo más hondo de sus recuerdos, donde jamás pudiera volver a salir a la final luz.

De hecho, es lo que pensaba hacer de todas maneras.

Regresó a la mesa, apuró lo que le quedaba de cerveza y pidió otra. Luego se unió a algunos de sus compañeros de equipo que estaban sentados en otra mesa y, esforzándose más que nunca en su vida, intentó pasarla bien lo que quedaba de la noche.

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