capítulo 4

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[Fraternidad DK's, Habitación de Adam y Shang]

Shang después de merendar se fue a su habitación, la misma que compartía con Adam.

Él tomó una fuerte bocanada de aire antes de marcar el número de su casa en el móvil, esperó un par de segundos hasta que el timbre de llamada dejó de sonar, significando nada más y nada menos que su llamada había sido tomada.

—Billy, hola —habló, una vez que escuchó la tan conocida voz de uno de los hombres que trabajaba en su casa.

—Joven Li, ¿cómo se encuentra? —habló el hombre, con un tanto de alegría.

—Estoy bien, gracias. Billy, me preguntaba si papá, ya sabes... ¿Ha llamado? —preguntó Shang, ahora saliendo al pequeño balcón al cual tenía acceso en su habitación.

—Algo mucho mejor, joven —dijo el hombre, para luego hacer una mínima pausa que por alguna razón hizo a su corazón comenzar a latir con fuerza y alegría—. El señor Li está en casa.

Una pequeña sonrisa se formó en sus labios sin siquiera pensarlo.

—¿En serio? —dijo con alegría—. ¿Puedo...? ¿Puedo hablar con él?

—Ya lo comunico, joven —dijo el hombre—. Tenga una linda noche.

—Gracias, Billy. Igualmente —se despidió esperando ahora tan sólo escuchar la voz de su padre.

Pasaron un par de segundos mientras la alegría seguía recorriendo cada parte de su cuerpo, sabía que eran pocas las veces que podía hablar con su padre, sin contar que los momentos que podía verlo eran casi contados. El señor Li trabajaba demasiado, y jamás había sido diferente. Shang desde pequeño lo recordaba como un hombre demasiado ocupado, pero aún así lo amaba, él era lo único que tenía en el mundo después de todo. Así que cuando había una pizca de posible comunicación con su padre, era casi como un preciado regalo que debía aprovechar hasta el último instante.

Y fue entonces cuando escuchó su voz.

—¿Shang?

—Papá... —respondió de inmediato—. ¿Cómo...? ¿Cómo estás? ¿A qué hora llegaste? ¿Por qué no me avisaste que llegaste? Te habría ido a recoger al aeropuerto, o tal vez hubiera llegado a casa a cenar contigo... —habló tan rápido que ni siquiera sabía si su padre había entendido bien cada palabra.

—Estoy cansado, pero bien. ¿Y a ti cómo te va en la universidad? —preguntó, con tono pacífico.

—¡Muy bien, papá! En un par de días comenzamos las prácticas para los nuevos integrantes del equipo de artes marciales.

—Eso es bueno —habló él, sin mostrar alguna gota de otra expresión o sentimiento en el tono de su voz.

—Mañana voy a pedir permiso para ir a casa a verte, así podríamos hablar más cómodamente y...

—No hace falta —su padre lo interrumpió.

El aire fresco de la noche le acariciaba la piel, y de pronto sintió como la desilusión lo golpeó con la inmensa fuerza de un vendaval.

—¿A qué te refieres? —Shang cambió el tono de su voz a uno completamente diferente, uno casi brusco.

—Sólo regresé a recoger unos documentos.

Sí, su padre había roto su corazón una vez más de tantas. Y aunque para ese momento ya debía de haberse acostumbrado, no pudo evitar pensar en que los únicos culpables de haberse permitido que él lo afectara de nuevo, era él mismo y la fe que lo mantenía inútilmente esperanzado.

—Tengo que volver a irme en una hora. Lo siento.

Fue entonces cuando sintió la rabia y el dolor apoderarse de su cuerpo, y sin pensar en nada más, apretó el móvil en su mano.

—Pero si acabas de llegar, ¿y ya te vas?

—Conoces mi trabajo, Shang.

«La misma maldita excusa de siempre», pensó, frunciendo el ceño con dureza.

Él ya no pudo soportarlo. Ya no era un niño.

—¡Desde hace años que dices lo mismo! ¡Ya ni siquiera sé lo que es sentarme a conversar cinco minutos con mi padre! ¡Y créeme, papá! ¡No es mi culpa!

Aunque quiso evitarlo, lanzó las palabras con el tono fuerte y brusco, dejándose llevar completamente por el dolor en su corazón.

—Sólo son dos meses más. Pronto tendré un par de semanas de descanso, y te prometo que... —él había comenzado a explicar, pero Shang lo interrumpió de inmediato.

—¡No prometas! ¡Tú nunca cumples tus promesas! —gritó esta vez, dejando salir toda la ira que había ocasionado aquella conversación—. Ya no soy un niño al que convences con lo mismo día con día. Espero que algún día te des cuenta de eso.

—Shang... —su padre intentó retomar la palabra, mas él no se lo permitió.

—Haz lo que quieras, papá.

—No me hables así, Shang. No tienes que hacer las cosas más difíciles —se excusó, intentando escucharse firme.

—No. Tú eres quién lo hace, no soy yo —estaba más que molesto, y su padre lo sabía.

—Shang...

—Buenas noches, papá. Y buen viaje —habló con la voz ronca, y muy en el fondo, herida.

—Shang, no...

Colgó la llamada sin importarle lo que él diría, y es que seguramente sería un: "no cuelgues", seguido de alguna otra de las excusas que él siempre decía. Lo conocía demasiado bien, para su desgracia.

¿Debía llorar de enojo? ¿Debía de volver a llamar, disculparse, y entenderlo todo? No. Y no hizo nada de eso, sólo apretó fuerte el móvil en sus manos, tan fuerte como si quisiera romperlo. Shang cerró los ojos, intentando que a su mente llegara algún buen recuerdo de él y su padre, pero por el momento no había nada, tan sólo rabia, excusas, y decepción.

Escuchó unos pasos acercándose a él.

—¿Estás bien? —preguntó Adam—. Te escuché gritar.

Shang negó con la cabeza intentando no mirarlo.

—Lo mismo de siempre. No te preocupes.

Sabía que no tenía que fingir frente a Adam, pero tampoco era así de sencillo.

—Eres mi mejor amigo.

Esas palabras lo ayudaron de momento a estabilizarse.

—¿Cómo no quieres que me preocupe? —el castaño añadió.

—Sólo... A veces me gustaría que fuera diferente —Shang admitió, intentando ocultar el dolor en sus palabras.

—Tal vez algún día.

—No lo creo. Ha sido así desde siempre, pero empeoró cuando mamá... —se detuvo.

No podía pronunciar lo que completaría la frase, era demasiado doloroso aún. Incluso después de trece años, aún dolía.

—Él jamás se repondrá —añadió, después de un instante.

El castaño se acercó a él, ahora poniendo una mano en su hombro.

—Lo siento, hermano.

Shang miró a su amigo.

Adam en verdad era su mejor amigo. Él, a pesar de su frustrado pasado, era la única persona al que le tenía tanto afecto como si fuera alguien de su propia sangre incluso sin serlo, y sobre todo, era la única persona con la que él podría hablar de la situación con su padre, y... su más grande debilidad.

—Él nunca va a cambiar —soltó, sintiendo las lágrimas llegar a sus ojos, lágrimas que sabía que no dejaría salir.

Together & Tangled | Mulán & ShangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora