Capítulo 22: Madrid

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—Madrid es hermoso. – Comento estirando mis brazos mientras caminamos por Puerta del Sol. —Nunca lo había paseado.

—¿Es la primera vez que viene? – Me tiende una bebida fría. Que acepto rozando sus dedos. –

—Solo para transbordo. – Respondo. —¿Cuál será el plan de trabajo? – Cuestiono, desgraciadamente no vinimos a vacacionar nada más. –

—A partir de mañana, usted entrenará al personal con su forma de trabajo. Cerrarán el restaurante durante la semana, inspeccionará el lugar y nos dirá en la última reunión que es lo que necesita y los cambios que desea hacer. – Explica. —Obviamente, tendrá un traductor. No sé qué tan bien tenga el inglés.

—Deja bastante que desear, sinceramente. – Murmuro apenado. –

—No se preocupe, mi inglés tampoco es tan bueno. – Deja golpecitos en mi cabeza. No soy un perro, pero por ti baby, sería Batman.

       Demonios, las películas animadas me trastornan. Pero me encantan.

—Yo, por otro lado, estaré en aburridas juntas pesadas, cenas de negocios, ahg. – Se queja. –

—Todo un hombre de negocios. – JODER. ¿Lo dije en voz alta? No, no, no, no lo hice. –

—Así que le gustan los hombres de negocios. – Susurra coqueto y se apega a mí, dándome una nalgada. En plena vía pública. –

       Miro a todos lados, nadie nos observa. Nadie nos lanza miradas escandalizadas.

—¡Mean! – Exclamo avergonzado. –

—Estamos en España, socio. Aquí no es como en Asia. – Me rodea la cadera. –

—Igual, ¡atrevido! – Quito su brazo con rudeza. Para nada porque igualmente me vuelve a abrazar. –

        Y aquí nos tienen, él abrazándome, yo alejando su brazo, sin parar de caminar. Puedo escuchar las risitas de algunas personas. ¿Pensarán que somos raros? Otra vez pareciendo niños.

         Llegamos al hotel a pie, nos apetecía caminar. Obviamente con el San Google Maps activo. Entramos y como no, somos recibidos como celebridades, siendo despojados rápidamente de nuestro equipaje por el personal.

—Bienvenido, joven Attachitsataporn. – Nos saluda la recepcionista en inglés y pronuncia su apellido cómicamente. ¿Tan raros son nuestros apellidos? —Bienvenido señor... - Mira un pequeño papel. —Kijworalak. – A su pronunciación le doy un tres. A su intento un 10. –

         Sonrío con gracia. Pobre. Ambos hacemos una reverencia y soy arrastrado, nuevamente, de la cadera por mi socio hasta el ascensor.

—¿Por qué a mí me dicen señor y a usted joven? ¿A caso no se nota que usted es mayor? – Refunfuño molesto. –

—Debe ser porque me conocen desde que soy niño. – Se encoje de hombros. –

—No me parece. Yo también soy joven. – Quito su mano de mi cadera. –

—¿Le han dicho que es muy dramático? – Pregunta de repente. –

—A diario, realmente. ¡Pero no es así! – Exclamo. –

—Claro...

—Le declaro la ley del Hielo. – Miro fijamente la puerta abriéndose. –

        Empiezo a ignorar sus llamados, morisquetas, sus dedos picando mi rostro. Estoy indignado.

        Salimos del elevador ¿Dormiremos juntos?

Amor de Aeropuerto - MeanPlan/2wishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora