4. Jefe

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Lyla.

Llegar anoche fue realmente un reto. Por un momento creí que no llegaría al edificio y que tendría que dormir en la calle, por fortuna, el taxi que tomé, sí logré que me trajera, y no salió tan mal después de todo, sólo que tuve que compartir el transporte con el dueño del hospital. Al menos no me vio con la horrenda mancha de café gracias al chico que conocí en el ascensor: Kyle.

La mujer que me entregó las llaves terminó reclamándome debido a que llegué algo tarde y para colmo, hizo que le agradeciera por haber esperado tres minutos. Pese a ello, por fin tengo mis llaves y pudo llegar a la hora que quiera sin problema alguno.

Por ahora, debo tomar una ducha y presentarme a mi primer día de residencia, en donde conoceré a la persona que se hará cargo de mí durante toda mi estadía, si es que no deciden posteriormente cambiarlo. Siendo honesta, no tengo idea de si las residencias son iguales en Estados Unidos o cambian.

Son 04:15, así que debo darme prisa para llegar a las seis en punto.

La ducha con agua fría me ayuda a despertar, preparo mi desayuno lo más rápido posible y me marcho del departamento que, gracias al amigo de mi padre, está pagado al menos durante el primer mes, por lo que no debo preocuparme treinta días sobre la renta.

Los taxis pasan pero, ninguno me hace caso. ¿Acaso en esta ciudad todo debe ser con gritos?, y es que anoche así detuve al taxi que me trajo junto al doctor Sangster. Me pregunto... ¿Cómo no se percató del grito?

Intento de nueva cuenta detener uno sin gritar, no obstante, mi misión falla porque ni siquiera voltea a verme; ahora, es momento del plan B: gritar.

—¡TAXI!

Para mi sorpresa, sí, en efecto el maldito taxi se detiene al escuchar el grito de histérica que he dado, y me queda confirmado que de ahora en adelante así tendré que pedir el transporte por aquí.

—Al Memorial Sangster Mayer, por favor.

Durante el camino opto por no mirar a través de la ventana del asiento trasero, y enfocarme en las notas en mi libreta, que en realidad no son más que garabatos hechos en toda la hoja, puesto que me siento nerviosa. ¿Acaso creyeron que soy tan...? No, perfecta no es la palabra y trato que ella no esté en mi vocabulario. Para mí las cosas pueden resultar de ese modo, sólo que no porque lo digas quiere decir que sucederá, más bien es debido a cómo te tomes las cosas. Como aquél día de la entrevista, donde a una linda ave se le ocurrió hacer sus necesidades sobre mí.

Miento, aunque no del todo, ese día sí que odié al maldito pájaro, sin embargo, no todo salió tan mal y ahora heme aquí.

El trayecto termina al cabo de unos minutos y mi mente debe salirse de su ensimismamiento, esa pequeña desconexión de todo a mi alrededor que se crea cuando pienso demasiado.

Cuando he atravesado las puertas del hospital, voy directamente hacia la oficina del doctor Sangster, puesto que dijo el día anterior que él sería el encargado de presentarme a la doctora de la que seré su responsabilidad.

Claro que, no entro directamente en su oficina, más bien aguardo afuera, en una de las sillas que se encuentran cerca de la pared.

Realmente que un hospital siempre está en movimiento. Veo a enfermeras ir de un lado a otro con vendas, instrumentos médicos, buscando desesperadamente a los doctores porque ha llegado un paciente al que ya no pueden hacerles nada ellas solas y necesitan su ayuda.

Al cabo de unos minutos, la recepcionista me llama y me hace saber que el doctor Sangster está en cirugía, por lo que deberé esperar unas cuantas horas en la recepción, a espera del doctor y la doctora que será mi jefa.

Besos Bajo La LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora