El clima comenzaba a tornarse frío en aquél pueblito, dejando atrás el calor y la molesta humedad de las mañanas. Al fin podrían sacar los abrigos que tanto les gustaban, las gabardinas, los suéteres y las chaquetas; las calcetas largas, las medias hermosas con lindo decorado y bordado; las bufandas, los guantes, las orejeras, los gorros y boinas de lana; los adornos navideños, el pino, el recetario donde estaban las instrucciones y los ingredientes para rellenar el pavo.
Era un viernes por la tarde a finales de noviembre, Leah se estaba debatiendo entre ir a una reunión con sus antiguos compañeros o con Amy y Osvaldo (un chico que, con el tiempo, se hizo un amigo cercano a la antes mencionada.) Había llorado de desesperación en aquél momento, sin saber si ir con sus viejos amigos o con los nuevos; ir con aquellos que sentía no encajaba ya o ir con los que habían estado con ella apenas unos meses.
—No seas chiflada. Escoge uno y ya —había dicho su madre. Ella ya la había visto lloriquear varias veces por no sentirse parte ya del grupo de María José y Atenas; le alentaba a seguir siendo amiga de sus nuevos compañeros.
Decidió ir con Amy y Osvaldo al cine esa tarde y fue una muy buena elección: Amy lucía hermosa con el conjunto tan sencillo que llevaba. Si no hubiera ido se hubiese perdido la mejor escena que pudo haber vivido en el cine junto a su amiga: a causa del susto que le provocó en algún momento la película, ella golpeó a Osvaldo mientras Leah reía; no entendía cómo le daban miedo esa clase de situaciones. Lo único que no le gustó en absoluto fue el cómo un vendedor confundió a sus compañeros como pareja; en ese momento no entendía la sensación de presión que tuvo en su pecho. Los celos que nacieron en ella, pese a estar riendo.
Leah llegó a casa temprano, lanzando su pequeño bolso a la cama y saltando hacia ella después. Estaba dispuesta a dormir cuando su IPod comenzó a emitir sonidos de mensajes nuevos, uno tras otro. Con pesadez, echó un vistazo: eran sus amigos, preguntando a través del chat que tenían todos si iría o no. Eran de diferentes horas.
Atenas: ¿No vendrás?
María José: ¡Te estamos esperando! Ojalá vengas.
Alex: Oye, ¿vendrás? Según vives cerca de la casa de Paco, ¿no?
La chica únicamente releía los mensajes, mordiendo su labio inferior con nerviosismo. Hacía mucho no iba con ellos a algún lugar y la última vez que estuvo a su lado terminó llorando por sentirse tan alejada y no comprender de lo que hablaban. Aun así, se sentía culpable por no haberles avisado; por haber ido con gente "nueva" y dejar a los que la apoyaron durante primaria.
Una oportunidad más no hacía daño.
—Mamá, ¿puedo ir? —Quiso saber, girándose a su madre que descansaba en la cama de al lado—. Al menos un rato, anda.
—Solo dos horas. Ya saliste hace rato y tampoco es como si fueras la más educada conmigo y tu abuela. —Cosas de adolescentes.
Su abuelo fue quien la llevó a casa en que se encontraban todos. No había faltado nadie, solo ella. María José, Atenas, Edgar, Paco, Sergio, Ismael, Alex... Al verlos todos se le encogió el corazón. Estaban todos, como antes.
—Oye, ¿por qué no respondías los mensajes? ¡Hasta que llegas! —Se quejaron las niñas. Con una sonrisa triste las miró y luego echó un vistazo a los chicos; sí, ellos estaban jugando algún videojuego, como siempre. Ellas se pudieron aburrir con facilidad, siendo solo dos.
—Yo ya casi me voy —replicó Atenas, sentándose en el sofá junto al resto.
—Lo siento. Al menos ya llegué —tras saludar a todos, Leah se sentó junto a sus amigas. Pese a estar viciados en la televisión, los niños siempre fueron atentos con ellas; era algo que siempre les agradeció internamente. Pocos eran así.
—Tiraron a Paco a la piscina y te lo perdiste. —María José contó, tendiéndole una laptop encendida. Ella miró la página que estaba abierta: Club Penguin.
—Oh, maldición. Olvidé mi cuenta.
—Usa la mía.
Tonto, sí. Pero hizo que la esperanza de ser de nuevo tan cercanas volviera. Ese juego online había hecho que se acercaran un poco María José y ella; el pensar en que, quizá, era su forma de pedir disculpas y recordar los buenos tiempos, le hizo feliz.
Un rato después de charlar mientras jugaban, Atenas y María José se marcharon a sus casas, dejando a Leah sola entre todos los niños. Por primera vez no se sentía abrumada al no tener un tema de conversación interesante con ellos.
—¿Cómo te está yendo en la escuela, Leah? ¿Algo interesante? —Edgar había hablado, dejando su control un momento cuando ella se había levantado a curiosear por ahí en la sala—. Gracias por explicarme lo de deportes el otro día.
Sí, la escuela tenía examen escrito para esa materia.
—No. En realidad, no —respondió después de un rato, sentándose nuevamente. Intercambió una sonrisa con el chico y apartó la mirada hacia la partida que llevaban el resto de los niños.
—¿Quieres jugar? No hay suficientes controles, pero...
—No sé cómo se hace, no te preocupes —admitió, negando con la cabeza. No le llamaba la atención ver cómo un par de jugadores solo corrían para matar al agresor.
—¿Cómo te va en tu salón? Ismael nos ha contado un poco, pero no hemos podido hablar contigo ya.
—Pues... —Sus labios se fruncieron en una línea recta, dudando en qué contar—. Hay un par de niños que me caen mal e igual hay un par de chicas, pero no los conozco para criticarlos. ¡Ah! Y la maestra de legalidad me da demasiado sueño. Es con la única que no he sacado diez hasta ahora.
—Felicidades por tu primer lugar. —Con una pequeña sonrisa, Leah volvió a desviar la mirada mientras seguía hablando del tema. Sí, al fin lo había superado en calificaciones; pero fue porque él dejó de esforzarse tanto.
Ella nunca supo por qué él estuvo tan interesado en hacerle plática aquella noche, hablándole incluso mientras jugaba su respectiva partida. Tal vez era por la pequeña falda y botas altas que nunca le vio usar, por curiosear en su vida o, simplemente y con más seguridad, por amistad. Sin embargo sí se había dado cuenta de algo en ese momento: tuvo una verdadera charla con él, sin molestarse, sin sentirse nerviosa. Solo una charla.
Ya no se perdía en lo que decía.
Ya no contaba y volvía a contar los lunares que tenía en su mejilla derecha.
Ya no sentía su cara caliente a causa de la rabia que a veces le hacía sentir.
Ya no sentía nada por él.
Ya no esperaba nada más que una amistad.
La Leah actual cada que recuerda esa noche echa de menos a sus amigos y a sus amigas a veces. Fácil es volver a hablarles, mandarles un mensaje. Pero temas en común ya no tienen y, posiblemente, no tendrán. Gracias a esa reunión supo que, pese haber sido solo unos meses lejos de ellos, había crecido y madurado; ahora tenía espacio para alguien más en su corazón, al fin. Alguien mucho mejor.
«Empiezo a pensar en nosotros sin razón.
Los días en los que nos divertíamos y nos reíamos,
Los recuerdos valiosos me llenan aunque no quiera.Siempre me había aferrado a ustedes,
Pero tengo que dejarlos marchar.
No puedo hacer nada por ustedes,
Pero solo serán felices si yo no estoy.
Los dejo marchar, les estoy dejando marchar.Porque sé que aferrarme tanto
No es lo mejor para nosotros.
Me estoy obligando a dejarlos.
El tiempo que pasamos juntos, nuestros recuerdos.
Los dejo marchar, les estoy dejando marchar.
Así podremos sonreír algún día.Letting Go
-Day6 (modificada.)»
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ENTRE SECRETOS Y ANHELOS
JugendliteraturSiendo compañeras desde el jardín de niños y separando sus caminos en primaria, Amy había llegado a la vida de Leah sin siquiera una complicación. Únicamente se veían en encuentros casuales en aquel pueblo aburrido. Un día, cuando todo iba prácticam...