Capítulo 16

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James había comenzado con una extraña vida nocturna. Tras la muerte de Dave, se negaba a socializar con sus padres, se encerraba en su cuarto a dormir todo el día, vivía medicado/drogado y cuando no lo estaba, en sus pequeños momentos de lucidez, planeaba detalladamente su suicidio, algunas veces planeaba ahorcarse, otras morir ahogado o desangrado en la bañera o por alguna sobredosis de algo, inyectarse aire en las venas. Ingeniaba miles de cosas en su mente, planeaba detalladamente cada forma de hacerlo. Y cuando podía, se echaba a llorar, arrepintiéndose completamente de su decisión. Pensaba que tal vez no necesitaba el suicidio como tal, sino, recurrir constantemente a él, creando un bucle en su mente y una sensación de sosiego, de saber que no es lo que necesita, sino, alguna especie de Superman.

Y esa especie de Superman, afortunadamente la encontró. Aunque era un Superman mucho más gordo que cualquier superhéroe, hablando figurativamente. Drogadicto, autodestructivo y aún más hundido en la mierda que él. Pero que, buscó la forma de salir de aquel círculo infinito de autodestrucción y drogadicción.

Su Superman era una chica bellísima, James se enamoró en cuanto vio sus ojos azules y su cabello rubio. Comenzaron con una relación clandestina, tóxica, unieron su autodestrucción y faltaron segundos para que en algún momento de su relación llegaran a golpearse.

La chica se prostituía esporádicamente, robaba otras veces y vendía drogas para subsistir. Se acostaba con el casero para tener un lugar donde dormir, y el poco dinero que lograba reunir semanalmente lo gastaba en comida o en drogas. Siempre tenía ropa decente ya que su casero le permitía entrar a los otros departamentos a robar esporádicamente si el polvo estaba muy bueno. Por suerte, su cuerpo estaba limpio de alguna enfermedad venérea, y, al ser pública la atención médica, podía estar al pendiente de su salud.

Tenía casi veintiún años, pero su familia la echó de casa al enterarse que estaba embarazada cuando ella tenía apenas dieciséis. Abortó a los días después, ya planeaba hacerlo, sólo que un descuido hizo que toda su familia se enterara.

Desde ese momento que dedicó su vida a las calles, y aunque en un principio despreció a James por desperdiciar lo que tenía en su hogar, al pasar del tiempo empatizó un poco más con él, aunque seguía molesta por esa actitud tan inmadura.

En un principio, la relación de ambos se veía acortada por algunas juntas que hacían cerca de las doce de la noche en un estacionamiento que quedaba bastante alejado de la casa del rubio. Era un punto de encuentro para comprar, vender y consumir droga. Al tiempo comenzaron a irse juntos al departamento de Franchesca, drogados tenían sexo hasta quedarse dormidos o hasta que uno de los dos terminaba desmayado en el piso.

Intentaban cuidarse mutuamente, pero apenas podían protegerse a sí mismos, intentaban no ahogarse a bordo del Titanic. Estaban ahí dentro, con el agua congelada subir por su cuello, pero ambos pretendían que nada pasaba. Que el cuerpo no les dolía ni un poco. Intentaban no ahogarse a bordo del barco que se estaba hundiendo.

James conocía el tipo de vida clandestino que llevaba Franchesca, y aunque le doliese verla así, tenía que aceptar que esa era su vida desde mucho antes de conocerle, y que no podía corregirlo.

Franchesca odiaba su vida, se arrepentía, muchísimas veces de haberse embarazado, aunque bien sabía que la culpa no era suya, el condón se había roto, y al mes después se enteró que estaba esperando algo dentro suyo. No se arrepentía de abortar, sabía que no podía darle una vida digna a ese algo.

Observaba muchas veces a su pareja dormir a su lado, observaba los detalles de su nariz gruesa y de sus pestañas increíblemente rubias, de sus labios delgados y su mentón fino. Estaba enamorada, pero no romantizaba ese sentimiento. Se sentía bien, teniendo ese cuerpo sobre ella. Abrazándole, se sentía bien consigo misma. Aunque su relación –en un principio– no haya sido de las mejores, sentía que ese colchón todo polvoriento y con grandes rastros de semen, sangre, sudor y mucho, muchísimo dolor, podía llamarle nido de amor siempre y cuando el james estuviera ahí para ella.

James cumplió los dieciocho y esa misma tarde Franchesca se paseó nerviosa en el departamento con un pequeño pastelito que había comprado con el vuelto de la farmacia. Esperó a que su amado llegara, se sentaron a comer del pequeño pastel y el rubio le ofreció un porro que le habían regalado por su cumpleaños, pero nerviosa lo rechazó.

–James –se dio una pausa entre que él guardaba la marihuana –necesito hablar contigo –el rubio ladeó la cabeza algo desconcertado,

–¿Ocurre algo malo? –preguntó directamente.

–Sí, puede ser.

Hubo un momento de silencio.

–Estoy embarazada

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