Capítulo 21

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Por fin encontraron un buen lugar donde vivir.

Hicieron maletas, recorrieron el hogar de pies a cabeza, cada uno se llevó una taza y un plato, unos cubiertos, sus productos de aseo personal, la marqueza de la cama, un colchón, su ropa y su dinero.

No habían llevado demasiado, se sentían un poco extraños, habían llegado a un pequeño departamento de dos dormitorios, una pequeña cocina-comedor, un baño y un reducido patio. El alquiler si era bastante elevado, pero rápidamente podrían postular para una residencia fija, y comenzarían con su vida como correspondía.

Aunque Corinne se sentía bastante cómoda, Cliff no podía parar de pensar en su amigo de la infancia, y realmente no podía parar de pensar en ninguno de ellos. Extrañaba a Lars, Kirk, Dave y a James. Y al pensar en ellos, le venía esa extraña sensación de asco que le subía cuando vio el cuerpo de Dave salir de su casa. Fue la última vez que habló cara a cara con James. 

Había planeado ir a visitar a Lars. Pensaba que él, al tener un carácter bastante más manso, le aceptaría de brazos abiertos. Pero se llevó una gran sorpresa cuando los padres le dijeron que ya no vivían con él, que había decidido irse a vivir con unos familiares a la capital. Cliff pensó que estaban bromeando, ¿Lars irse a vivir a una ciudad tan congestionada como lo era Santiago?, imposible. Sin embargo, prefirió ignorar el tema, de seguro habría decidido irse debido a la angustia producida por vivir en la misma casa que su amigo años atrás se...

No quería pensar en ello.

Vagó por la vieja cancha del barrio. La habían arreglado, ahora tenía pasto, muy verde y bien cuidado, no la ocupaban mucho y eso le producía cierto sentimiento de nostalgia. Ya no estaba la tierra seca y muerta. Tampoco estaba esa roca en la cual solían sentarse, o ese arco desgastado, las cosas habían cambiado.


Estaba sentado en la silla de la sala de espera. Piernas y brazos cruzados, acomodado, muriendo de frío y sueño. La medicación había cambiado drásticamente, ahora los medicamentos le daban un fuerte dolor de cabeza y estómago, mal aliento y náuseas. Estaba harto de tomar siempre pastillas. Se ahogaba constantemente y le quedaba esa indeseada sensación en la garganta, ni siquiera tenían buen sabor. A veces se les deshacía las pastillas en la boca, por lo que pasaba horas con ese sabor en su lengua.

Finalmente abrieron la puerta, él observó de reojo, se levantó y caminó atontado, se sentía muy mareado y dolorido. Entró a la pequeña sala, odiaba esa sala, sabía que lo que pasaba ahí adentro era el infierno en carne viva. La tortura lo estaba matando. Se sentía más cansado y enfermo que cuando entró, se sentía muchísimo peor cada vez que le tocaba esperar en esa sala.

Le hicieron desvestirse y le vistieron con calcetines y una bata del mismo color. Le sentaron en una camilla y pusieron una manta sobre el pecho de Jason. Le han pedido que abra sus ojos y siga la luz de la linterna de uno de los doctores, han corroborado que todo está en orden y han empezado con el procedimiento.

–Bueno, Jason –habló uno de los doctores –¿cómo te has sentido últimamente?

–Bien –respondió a secas

–Bueno, ya sabes lo que se viene, abre grande por favor –Jason abrió con lentitud su boca. Estaba seca, sus labios partidos y tenía la saliva bastante espesa

Le puso un protector en su boca, observó a sus colegas y rápidamente trajeron los electrodos, los llenaron de gel y el doctor los posicionó en ambas sienes del muchacho, Jason ni siquiera había comenzado a sentir dolor, pero rápidamente tensó la mandíbula, mordiendo fuertemente el protector de látex que cubría sus dientes.

–Jason, mírame –dijo el doctor –no va a ser tan doloroso esta vez

Y sin oportunidad a que el doctor terminase de hablar, la corriente pasó por el cuerpo de Jason, tensándole la mandíbula, y los músculos de su rostro. Era horroroso, sentía como se le acalambraba la mitad de su cara, su cuerpo se tensaba, sus pies se doblaban y contraían. Eran los peores treinta segundos de su vida. Para cuando el tratamiento acababa, le daban agua, unos pequeños masajes (que por cierto odiaba) en la cabeza y le hacían retirarse a otra habitación en la cuál se vestiría. Posterior a esto entraba en la sala del psiquiatra y hablaban durante media hora. Le hacían preguntas sobre su estado, "¿Qué tal te sientes?", "¿Te duele algo?", "¿Cómo te has sentido respecto a la medicación?"

Jason aún no se encontraba del todo bien, tenía el cuerpo cansado y adolorido, respondía dificultosamente, mentía en casi todas las preguntas. Ya sabía que habían cosas que no debía responder bajo ninguna circunstancia. "Sí, aún deseo hacerle daño a las personas que me rodeaban", "Sí, aún me excita imaginarme la carne abierta y el rostro degollado de mi madre"

Sabía como debía actuar, y se esforzaba en ello lo que más podía. Quería salir de ese lugar lo antes posible.

Los doctores sabían que los medicamentos le destruían en gran parte las neuronas y estructura cerebral. Les provocaban problemas intestinales, dolores, malestares, pero sabían también, que la mitad de los enfermos psiquiátricos estaban destinados a morir en ese mismo lugar. Tenían pacientes que habían estado por más de treinta años, y solo la mitad había logrado una pequeña mejora. Una muy pequeña, muchos ni siquiera les hacía bien estar ahí, y la mayoría empeoraba conforme pasaba el tiempo. Se alegraban de cierta manera, todos ellos aún conservaban su trabajo y podían llenarle la boca de pan a sus hijos y familia, así que el estado depresivo de los enfermos les importaba muy poco. Después de todo, muchos de ellos ni siquiera debieron ser parte de la sociedad, eran peligrosos, tanto para sí mismos como para su círculo social en el que vivieron y en el que ahora se encontraban.

Luego de esas terapias, Jason era llevado en silla de ruedas a su habitación, el cuerpo le pesaba tanto que apenas lograba mantenerse de pie. Él prefería guardar energías para parecer cuerdo antes que cualquier otra cosa.

Le dejaban dormir un par de horas antes de ir a despertarlo.

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