Capítulo 19

100 20 22
                                    

Franchesca se despertó luego de dos horas, con el frío metiéndose entre su carne y la sensación de desolación. No vio a James a su lado y comprendió que algo malo estaba ocurriendo. Revisó el cuarto de baño y la cocina-comedor-sala de estar, y no lo encontró por ningún lado.

–A la mierda –exclamó decepcionada –hijo de puta, no puedes ser más cobarde, bastardo de mierda, te odio, te odio. Que estúpida, estúpida fui, sabía que esto pasaría

Revolvió el departamento en busca de las llaves, su identificación falsa, se cambió de ropa y caminó por el departamento agarrándose los cabellos, enfurecida consigo misma. Estaba harta de dejar que su vida se fuera a la mierda. Decidió tomar al toro por los cuernos, ya no dejaría que otro imbécil se enrollara con ella nuevamente en la cama. Su trabajo sería su trabajo, nada más.

Abrió la puerta, dispuesta a ir a la clínica que ya conocía, la cabeza le iba a explotar en cólera.

Pero se encontró el cuerpo de James, sentado al lado de la puerta, con un cigarro en la mano, consumiéndose por cuenta propia, el rostro del rubio empapado en lágrimas y el rostro hinchado, la nariz roja, estaba cansado, y adolorido.

–No puedo dejarte –fue lo único que se le escuchó murmurar

Franchesca oprimió con fuerza el pomo de la puerta. Arrugó los labios, un sentimiento de tristeza le estaba invadiendo por dentro. No estaba para juegos infantiles. Observó como el cigarro acababa de consumirse, la boca seca de James, los ojos hinchados. Se se sentó a su lado. Tomó su mano con fuerza y le dijo:

–No volverás a fumar estando yo presente

James se despertó a eso de las doce de la noche con un dolor punzante en el estómago y unas náuseas recorrerle de arriba abajo, incitándole a vomitar. Se volteó hacia un lado y decidió salir a la calle a tomar un poco de aire fresco.

Colocó un cigarrillo entre sus dedos y dudó bastante en si encenderlo, decidió que se despediría del tabaco con ese último, pero no traía encima un encededor y desistió de la idea. Se le asomaba un largo y arduo trabajo por delante.


Por otro lado, el castaño de ojos verdes, yacía encerrado en su cuarto hacía un par de años. Había dejado de ser un miembro integro de la sociedad y se había sumado a ese grupo indeseado que se ocultaba  en su hogar, se alimentaba de sus padres y no le era permitido salir a la calle.

Se paseaba descalzo por su hogar cuando nadie estaba en casa, mientras que cuando estaban sus padres, se encerraba en su habitación, intentando aprender a sobrellevar el pánico que le producía la presencia de aquellas larvas, a veces quedaba sin aire, otras se desmayaba, otras se llevaba horas intentando descansar su espalda curvada encima de su cama que no había tocado hace muchísimo tiempo, se golpeaba los brazos, piernas y cabello, otras gritaba por ayuda.

Su vida y su cuerpo comenzó a deformarse de una forma horrible, la enfermedad había cobrado terreno con rapidez, los padres de Lars decidieron no tratarlo, preferían ocultarlo de la sociedad antes que todos se enteraran que tenían un hijo medio loco. Le daban de comer, le intentaban seguir la rutina de aseo, "Lars, lava tus dientes", "Limpia bien detrás de tus orejas". Pero sin duda, se hacía cada vez más difícil para todos el seguir con la pesada rutina, y eventualmente, comenzaron a despreocuparse cada vez más de su hijo. Sabían que Lars tenía ataques psicóticos, no era el único en la familia. Más o menos conocían como funcionaba la esquizofrenia, pero preferían tratarlo desde casa (o más bien, ocultarlo en casa). 

Lars no volvió a salir de casa, aunque era algo que deseaba con su vida, quería alejarse del lugar en el que estaba, esa rutina asesina. Estaba frustrado, cansado de su vida. Aun así, le parecía más interesante la idea de vivir un bucle infinito que quitarse la vida. No se imaginaba tener la misma suerte que Kirk... Kirk... hacía tanto que no pensaba en él.

No quería quedarse sin amigos, aún tenía amigos ¿verdad?

Se pasaba la tarde pensando en sus días de escuela, ¿cuánto tiempo había pasado ya?, extrañaba a sus amigos, y se preguntaba qué sería de ellos, vivían en la misma calle, pero no sabía nada de nadie, le habría gustado salir a saludarlos, un partido de fútbol callejero.

Extrañaba los viejos tiempos, a sus amigos, extrañaba la tranquilidad, el mundo pasar frente a sus ojos y observarlo como si quisieras que se alejara lo más posible. Pero ahora observaba el mundo desde las pequeñas ranuras de su ventana, esperando a que se acercara a él, hablar con alguien, la ansiedad le mataba, añoraba un poco de contacto humano que no fuera su estresada madre, o su estresado padre.

Así se le pasaba la vida, las semanas le olían a eternidad, y rápidamente comenzó a perder el gusto por vivir, extrañaba a sus amigos, a Kirk, especialmente al Kirk, extrañaba su vida.

Y solía llorar cada vez que recordaba el incidente de Dave, abrazado a sí mismo, lloraba con el dolor punzante en su pecho, una angustia que muchas veces le quitaba el aire, el hambre, y muchas veces, las ganas de vivir.

VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora