CAPÍTULO 9

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Durante el transcurso de mi vida, siempre he recibido distintos tipos de humillaciones. Primero era mi madre, diciéndome que cuando creciera mi única labor sería prepararle la cena a mi marido y darle todo los hijos que él desease, luego, era mi padre con sus pensamientos machistas y retrógrados; siempre diciéndome que me cubriera a menos que me quisiera asimilar a una "cualquiera". Más tarde, fue Jackson, cuando me violó, se aprovechó de mi estado y me trató como a una basura. Luego, fueron los insultos de mi hermana, gritándome que era prostituta, que merecía que me violaran y me muriera por haberme "acostado" con su prometido, mi madre diciéndome que era una decepción y mi padre dándome la espalda y tachandome de «zorra». Siempre he sido humillada, incluso por mi propia familia.

Y ahora...

Esto es otra humillación, porque en sus palabras no hay resentimiento, no hay miedo ni vergüenza. No le pesa decirme esto; no le pesa tratarme como un objeto al cual puede comprar con dinero a cambio de poseer.

—Disculpe... —Las palabras se atoran en mi garganta. Todo da vueltas—. ¿Usted insinúa que yo...?

—¿Es muy difícil comprenderlo para una persona como usted?

Mi respiración se acelera.

—¡Nunca! —grito—. ¡Y mucho menos crea que puede tratarme como a una prostituta, que puede comprarme con algo tan bajo como esto! ¡¿Por quién me toma?!

—Por mi secretaria.

—No, usted no me ve como su secretaria porque de ser así... no estaría pidiéndome esto. ¿Por qué me pone en esta posición? ¿Por qué...?

—Porque puedo y tengo el poder para hacerlo. De todas formas, siéntase libre de rechazarlo, no la estoy obligando a nada.

El descaro está presente en cada una de sus palabras.

—Váyase a la mierda.

—¿Eso es todo? —interroga.

Las lágrimas se agolpan en mi mirada.

—Sí, eso es todo.

Me doy la vuelta y salgo de la oficina como un torbellino, dando un portazo y pasándome por el culo a su estúpida autorización para poder retirarme. Cuando me encierro en mi oficina, me es inevitable no romper en llanto. Solo me queda abrazarme a mí misma cuando me deslizo por la puerta hasta sentarme en el suelo y llevarme las rodillas contra mi pecho.

Me siento destrozada y humillada.

¿Por qué no pudo decir «no» como lo haría cualquier persona normal? ¿Por qué tiene que ser tan cruel? ¿Por qué debe pedírmelo a mí sí debe tener a un centenar de mujeres a su disposición dispuestas a satisfacerlo? ¿Por qué a mí? ¿Por qué? Las lágrimas se deslizan por mis mejillas y me pregunto qué fue lo que hice tan mal como para merecerme esto. Me pregunto cómo puede ser posible tener una vida tan arreglada y que de un día para otro, te la arruinen y te lo quiten todo. Me pregunto por qué las cosas son tan difíciles para mí.

Me pongo de pie y con lágrimas en los ojos, me convenzo de que debo enfocarme en trabajar. Más tarde, cuando mi jornada laboral es finalizada, me meto dentro de mi coche. Al arrancar el motor del coche, sus palabras regresan a mi mente.

"Usted pasa una noche conmigo y yo le doy el dinero que tanto desea".

Cojo mi teléfono y observo la fecha del día de hoy; me queda poco tiempo. Necesito el dinero. Ideo alguna otra forma de conseguir el dinero, pero nada me resulta factible. Solo hay una que logra ponerme de los nervios. Una parte de mí me pide a gritos que no lo haga, que solo seré humillada de nuevo, pero otra, me dice que al menos tengo que intentarlo, tengo que ver si se atreverían a ser tan crueles. Lucas no tuvo nada que ver en mis problemas, él es inocente.

Todo Por Mi HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora