CAPÍTULO 10

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Su mirada destila felicidad y parte de ella, me la contagia a mí. No se da una idea de lo feliz que me hace cada vez que lo veo sonreír y más cuando es una situación así. Lo echo de menos, extraño tenerlo conmigo en casa y que pasemos mucho más tiempo juntos. Afortunadamente —si todo sale bien—, tendré el dinero pronto.

—¿Podré irme, mami? —indaga Lucas. La emoción tiñe su voz.

Le acaricio el rostro.

—Sí, cariño —sonrío—. Muy pronto.

Observo la hora en el reloj que llevo en mi muñeca y maldigo que el tiempo pase tan rápido.

—Ya tengo que irme, prometo que regresaré mañana por la mañana.

—¿No vendrás por la noche?

Parpadeo para no echarme a llorar.

—No puedo, pero es por una buena causa —Le doy un beso en la mejilla—. Perdoname, te prometo que vendré mañana y también por la noche.

El único inconveniente es lo cansada que estoy cuando vengo a visitarlo por las noches, pero lo soporto por él.

—Está bien —me sonríe.

—Te amo.

—Yo también, mami.

—Lo sé —reparto unos últimos besos en su cuello que nos hacen reír a ambos y luego me pongo de pie—. Te veo mañana, ¿si?

Asiente con la cabeza.

Y finalmente, así es como me retiro del hospital a toda velocidad para emprender viaje hacia el trabajo. Cuando llego a la última planta del edificio, noto lo ajetreado que todo se encuentra, parece ser un día cargado de estrés. Noto un ligero temblor en mis piernas cuando avanzo por el estrecho pasillo en el que se encuentra la puerta de mi oficina y la del señor Haste.

No estoy segura de si debería hablarle ahora de la decisión que tomé o esperar un poco más. Me encuentro muy indecisa y nerviosa con el simple pensamiento de aquella situación que no me siento preparada para afrontar aún, pero que debo hacerlo. Es por Lucas, es por una buena causa. Al fin y al cabo, no tengo otra escapatoria y no voy a conformarme con perder a mi único rayo de luz. Él es mi vida, lo fue desde que nació.

El pensar en perderlo me aterra. Sé que un paso en falso podría acabarlo todo. Debo pensar bien antes de hablar con mi jefe y hablarle acerca de mi decisión. Debo ser cautelosa.

Me encierro en mi oficina, dejo mis pertenencias en el mismo sitio de siempre y tomo asiento. Las horas de trabajo haciendo llamadas, organizando agendas y reuniones se me pasan con una nerviosa lentitud que solo me provoca más temor. Pero no es hasta que salgo de mi oficina y me planto justo frente a su puerta que logro sentir los nervios a flor de mi piel. Respiro hondo. Solo debo afrontarlo.

Doy tres golpecitos en la puerta y su voz me invita a entrar.

Cierro la puerta y alzo la mirada, dando frente a la situación que empieza a convertirse en un instintivo tormento.

—Señorita Morrison —pronuncia.

Sus ojos azules me escrutan y me doy un momento para examinar su porte; se ve bastante relajado, inafectado por todo.

—Señor Haste. —Carraspeo mi garganta—: Yo... —No quiero pedirle disculpas por la forma en la que le grité ayer, pero siento que debo convencerlo—. Primero que nada, sé que mi forma de dirigirme a usted en el día de ayer no fue la correcta y... me disculpo por eso. —Me trago la cólera que siento en la garganta—. Vengo para decirle que acepto su propuesta.

Los zumbidos de mi corazón me llegan a los oídos y me muevo nerviosa, esperando la mínima respuesta de su parte. Una parte de mí desea que se retracte cuando ni oigo más que su silencio, pero...

Todo Por Mi HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora