CAPÍTULO 67

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Eveline

El día es nublado. Las nubes se encargaron de cubrir el cielo de Manhattan esta mañana.

Observo a William hablando con un par de custodios y me muevo, impaciente. Estamos aquí. Voy a ver a Jackson. Nos están custodiando desde que entramos a la prisión de más seguridad de todo Manhattan. Es custodiada por cerca de más de cien oficiales experimentados.

El ambiente aquí tiene una vibra baja; las luces son tenues y desde que llegamos me siento algo nauseabunda. Aun no me acostumbro a esto. Voy a ver al causante de todas mis pesadillas cara a cara, la diferencia es que él ahora está tras las rejas.

William se acerca a mí junto con el grupo de oficiales, me guían hacia otra sala y paso saliva al ver la vidriera que refleja una habitación. Dentro hay una mesa y dos sillas. ¿Es aquí donde voy a verlo? Una mujer uniformada se acerca a mí. Tiene un porte muy serio.

—Señorita —me saluda mientras se coloca un par de guantes—. Tengo que requisarla antes de entrar.

Comparto una mirada con William antes de asentir con la cabeza y dejar que requise mi cuerpo con sus manos por protocolo. Me siento algo incomoda, pero el momento no dura más de un minuto y me instan a pararme frente a la puerta.

—El prisionero está encadenado —le oigo decir a una de los oficiales que nos acompañan.

Entonces, me abren la puerta e ingreso a la habitación. El silencio prevalece, mis tacones resuenan contra el suelo cuando avanzo hacia la mesa y allí lo veo; sentado. Tiene las manos encadenadas y en la otra puerta hay un oficial armado.

Respiro hondo antes de sentarme frente a él. Me cuesta mirarlo verlo a los ojos, pero lo hago. Son aquellos ojos que me hicieron sufrir como nunca nadie lo había hecho.

—Bella Eveline —pronuncia, recalcando su acento ruso—. Nos vemos cara a cara de nuevo.

Su voz me repugna y trato de obviar el temblor en mis manos al colocarlas sobre mi regazo. No quiero que me vea temblar frente a él.

—Jackson.

Cierra los ojos durante un momento.

—Ya te lo dije, pero mi nombre en tu boca es una tentación andante.

—Púdrete.

Me mira, mostrándose falsamente sorprendido por mi insulto.

—Veo que sigues enojada... Aún tengo que educar a esa boca insolente.

—Debiste morir en el momento que esa bala atravesó tu pecho.

—Se necesita más que una simple bala para matarme.

Me guiña un ojo.

»Dime Eveline, ¿qué es lo que te trae por aquí? ¿Querías visitar a tu marido?

Está en prisión, pero se muestra tan tranquilo y relajado después de haber arrebatado cientos de vidas. Es un psicópata en su máximo resplandor. No hay arrepentimiento en su mirada o en su actitud. Él está sereno.

—Quería ver cómo te pudres en esta prisión. Es lo menos que te mereces después de todo lo que hiciste.

Una sonrisa curva sus labios.

—Yo no hice nada malo, bella. Tú me juraste lealtad y yo simplemente procedí con el aborto. No podías casarte conmigo teniendo a un Haste en tu vientre —dice—. Dime, ¿le contaste a William que te entregaste a mí? ¿Cómo gemiste mi nombre aquella noche y te conformaste estando entre mis brazos? Lo disfrutaste.

Las náuseas suben por mi garganta e inevitablemente, mi cabeza evoca aquel momento en el que tuve sexo con él.

—Ambos sabemos muy bien que lo hice para sobrevivir.

Todo Por Mi HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora