CAPÍTULO 42

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Jackson

Observo a mi objetivo desde lejos, cerca, pero lejos al mismo tiempo. Siempre vigilando desde la oscuridad.

Mi pequeño león...

¿Qué debo hacer para que cedas?

La observo; su piel blanca y tersa resplandece ante la luz del sol, su cabello largo y castaño se ve igual de suave y rebelde que siempre... Mhm... Imagino lo bien que se sentiría hundir la cabeza en el hueco de su cuello, aspirar su aroma a inocencia y dulzura mientras se retuerce debajo de mí, clamando piedad.

Recuerdo lo bien que se sintió aquella noche, en aquella suite... Su vulnerable cuerpo en medio de las sábanas blancas, sus jadeos de confusión, su peso retorciéndose de bajo de mí mientras pedía clemencia... Se me acaba la paciencia y mi silencio es una prueba de ello. Despierto cada día a la espera de su caída final; esa en la que se entrega a mí al ser incapaz de afrontar las consecuencias de sus actos. Pero no. Eso no va a pasar. No hasta que halle algo con lo que pueda herirla hasta lo más profundo de su alma y... Creo que ya lo hallé. Su compañía. Ese hombre de ojos azules que se denomina como su «superior» y al que sigue a todos sitios.

¿Quién diría que la grata y bella Eveline Morrison no sería más que una puta que se mete entre las sábanas de William Haste cada que puede?

La rabia me puede al imaginar sus manos en su piel, en ese cuerpo que me pertenece desde el día que le hice un hijo. Al imaginar a esa boca sobre la suya, besándola, follándola como si fuera suya.

Está equivocado.

Ella es mía. Completamente mía.

Y el que crea que no podré demostrar aquello está completamente equivocado.

Eveline

Estoy hasta la médula de su puto carácter. No lo soporto desde que osó investigarme para apaciguar sus dudas y, en vez de razonar consigo mismo, enojarse conmigo, ¡como si yo tuviera la culpa de su indecencia! ¿Quién se cree que es?

Acabamos de aterrizar en Bronx y la limusina nos lleva de camino al hotel. Me cruzo de brazos sobre mi lugar, resignada. Ninguno de los dos ha pronunciado ni una sola palabra desde que peleamos la semana pasada en su despacho a los gritos. Pero no pienso retractarme, no esta vez. No cuando tengo la razón.

—Ese enojo de capricho no te servirá de nada —dice William en un bufido—. Actúas al igual que una niña pequeña.

«Mira quien lo dice».

Me callo. No le doy el gusto de responderle en la primera vez que me dirige la palabra desde que llegamos aquí. Ni siquiera puedo verlo a los ojos. Creo que me siento más humillada que otra cosa.

La limusina se detiene y nos abren las puertas. Frente a mí se cierne un lujoso hotel que por supuesto reconozco ya que yo misma hice la reserva.

«The Ritz-Carlton».

Un clásico en el distrito; rodeado de lujos y gente de poder adquisitivo. Con una entrada de puertas giratorias, suites privadas, presidenciales y enormes fuentes de agua en su recepción. El diseño de este hotel es simplemente fascinante.

Ni siquiera debemos registrarnos en la recepción, ya que una mujer nos guía hacia nuestras suites y los hombres de William cargan con nuestro equipaje.

William ni siquiera me dirige la mirada antes de encerrarse en su suite y ruedo los ojos al meterme en la mía. Es cómoda; con una espléndida cama, un enorme ventanal con grandes vistas al distrito de Bronx, una pequeña alfombra roja de felpa en la entrada, paredes blancas y suelo amaderado. El sitio desprende un aroma delicioso; como la mezcla de una esencia dulzona y supersticiosa junto con un aroma fuerte y ambrosial.

Todo Por Mi HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora