CAPÍTULO 14

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Desde que Lucas despertó esta mañana todo parece estar en orden. Aún así, debe permanecer en observación para que los especialistas puedan comprobar que es así. No puedo esperar a que vuelva a casa.

Doy tres golpecitos sobre la puerta que se sitúa frente a mí.

—Adelante.

Abro la puerta que cierro detrás de mí y me muevo con cuidado, como si temiera romper algo. El aromatizante es su fragancia masculina ya que esta vuela por el aire de la habitación.

—Señor Haste, ya tengo los informes que me pidió, al igual que su calendario del día de hoy.

—¿Qué hay del señor Spencer?

Harry Spencer, un empresario que también está involucrado en arquitectura, especialmente en obras y construcciones.

—Canceló su cita debido a que le surgió un inconveniente a último minuto.

—Entonces dile que no hay trato. Nadie me hará esperar como un imbécil.

—Pero yo...

—No hay trato —repite.

Asiento con la cabeza.

—Bueno, si me disculpa yo...

Parece entender lo que quiero decir y me doy la vuelta para irme. Tomo el picaporte de la puerta entre mis manos y de un segundo a otro, lo veo a mi lado.

—Señor Haste —doy un respingo—. Me asustó... ¿necesita algo más?

Me quedo quieta, detallando sus ojos azules y su aspecto. Su cabello castaño tiene matices demasiado oscuros, al punto que parece negro en vez de castaño.

—¿No abrirá la puerta? Tenemos una reunión que está anotada en la misma agenda que usted misma programó. ¿Acaso se le olvidó? —interroga.

El sarcasmo predomina en su tono de voz y aparto la mirada durante una milésima de segundos, sonrojándome como una adolescente.

—No, yo... No importa —niego con la cabeza y abro la puerta.

Por Dios, qué vergüenza.

Salimos de la oficina y lo sigo hacia la sala de reuniones. Me siento patética, ¿cómo pude quedarme mirándolo de esa forma?, es lastimoso y ni siquiera medí la noción del tiempo. Llegamos a la sala, saludamos a los presentes con un apretón de manos y tomo asiento sobre mi respectivo lugar. El señor Haste empieza a hablar y trato de poner atención aunque el cansancio se cierna sobre mí. Después de atormentarme por horas con la inesperada reaparición de Jackson, no logré conciliar el sueño muy bien, tuve que levantarme y dirigirme a la cocina para beber un vaso de agua a medianoche por un mal sueño.

Hago un intento por concentrarme y poner atención en lo que hablan.

—Señorita Morrison —la voz del señor Haste me asusta y por inercia, traslado mi mirada hacia él—. Los papeles —pide.

Deslizo los papeles que llevo entre mis manos sobre la mesa y mi jefe los toma. Hablan un poco de las cláusulas para lo que parece ser un contrato y luego llega el tema del proyecto.

—Opino que una altura máxima o media no vendría nada mal. Podemos sacar provecho del enorme terreno que tenemos en nuestras manos —atina el señor Johnson.

—Para nada —el señor Davis se opone—. El terreno es muy espacioso, sí, pero también podríamos enfocarnos en la altura, quizá unos 87 metros no estarían nada mal.

Al oír aquel comentario, traslado mi mirada hacia el señor Haste. Me parece que la opinión de Davis no está siendo tan estratégica y él parece pensar lo mismo que yo.

—¿87 metros? —habla el señor Haste, alzando una ceja—. No sería lo ideal, así como ustedes dijeron, es un terreno espacioso y grande. Y si vamos a enfocarnos en la altura, podríamos sacar más provecho. Está ubicado en una nueva zona, ¿no es así? ¿Entonces por qué no tomar provecho y coger una altura de 443,2 metros o inclusive, una altura de azotea de 381 metros? O también, podríamos seleccionar una altura de 373,1 metros.

—Señor Haste, eso es imposi...

El señor Johson intenta oponerse, pero el señor Haste lo interrumpe.

—Nada es imposible bajo mi mando.

Todos en la sala se quedan en silencio. Mis latidos se disparan cuando su mirada me repasa y se fija en mis ojos.

—¿Qué opina usted, señorita Morrison? —sus ojos azules me escrutan—. Quiero oír su opinión.

—No creo que sea...

—¿Por qué no? —me interrumpe. La diversión está clara en sus ojos, como si quisiera declararme una guerra—. Hable, no tengo todo el día.

Tengo conocimiento del asunto y sí, tengo mis opiniones, pero jamás creí que las expondría ante tanta gente. Me siento intimidada al sentir todas las miradas sobre mí.

—Bueno... —Me aclaro la garganta—. Desde mi posición, estoy completamente de acuerdo con usted, señor. Las alturas que usted propone me parecen acertadas. Se tiene bien sabido que es un terreno grande y espacioso, no veo por qué habría que desaprovecharlo. —Traslado mi mirada hacia los planos arquitectónicos—. Los planos no tienen ningún error, pero me parece que sí. —Alzo la mirada—. Se podría tomar provecho para coger más altura y precisión. Aunque, si prefiere mi opinión personal, creo que una altura máxima de 541,3 metros tampoco estaría mal si tenemos que tomar más altura y tomar provecho del espacio. La altura de la azotea podría ocupar un poco más de lo mismo, quizá unos 50 metros o 400, pero es solo una sugerencia. La altura máxima de la planta puede ser de unos 386,5 metros también, considerando el terreno y los planos, no estaría nada mal. Al estar hablando de estas alturas tan grandes, podemos tomar como ejemplos a otros edificios.

—¿Cómo cuál?, ¿qué ejemplo sugiere? —El señor Haste se inclina sobre su lugar—. ¿Sabe qué ejemplos podríamos tomar si nos estamos refiriendo a un edificio de estas alturas?

¿Qué se supone que es esto? ¿Un exámen? Detesto su tranquilidad y facilidad a la hora de hablar. Yo apenas logro que no me tiemble la voz.

—Sí —afirmo—. El edificio Chrysler podría servir como referencia. Su altura arquitectónica quizá no coincide mucho con lo que buscamos, pero podríamos tomar algunos de sus ejemplos que no están para nada mal porque, sí, tenemos un terreno espacioso pero eso no quita que podamos utilizar medio terreno y el espacio que quede libre ocuparlo para otra cosa.

—¿O el Empire State, quizá? Coincide con las medidas de las que se hablaron. Tampoco estaría mal, ¿no es así?

¿Por qué tiene que ser tan desafiante? Parece que trata de joderme o algo por el estilo.

—Sí —asiento—. No estaría para nada mal, esas medidas coinciden.

Su mirada sigue sobre la mía y no me queda más que sostener el contacto visual. Sin embargo, todo mi sistema se estremece al ver la discreta sonrisa que estira sus labios. ¿Acaso le resulta gracioso? Empiezo a pensar que la sonrisa le va a durar un poco más, pero no es así, ya que él endurece su expresión de nuevo antes de dirigirse a los hombres que también se encuentran en la sala.

—Eso es todo por hoy, retírense.

Hago lo mismo que el resto y me retiro de la sala.

Todo Por Mi HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora