CAPÍTULO 55

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William

Amar es para débiles.

Dejar que alguien entre a tu corazón es una chance libre para que los demás conozcan tus vulnerabilidades y te destruyan cuando se les dé la gana. En esta vida no hay espacio para amor y sentimientos, sólo negocios.
Durante toda mi vida he visto a mi padre sufrir por mi madre y viceversa en sus crisis matrimoniales. Sé muy bien que no necesito sentimientos en mi vida. Son inútiles e innecesarios.

Observo a la rubia que está de rodillas y me hace una mamada mientras le doy un sorbo a mi trago de Jack Daniels.

«No necesito a nadie a mi lado».

Pero sus palabras me dan tanta rabia, ¿cómo puede ser tan ciega al creer que alguien como yo es capaz de amar? Le doy otro sorbo a mi trago. Tiene una visión tan errada de mí, sigo sin entender qué le hizo pensar eso.

Amar es una debilidad que no puedo permitirme en mi mundo.

—Fue un placer complacerlo, señor Haste.

Se pone de pie mientras se pasa una mano por los labios. Me cierro la pretina del pantalón y me pongo de pie.

—Puedes irte.

Me mira ofendida, pero se da la vuelta y se va de todas formas. Lo último que veo es su cabellera rubia antes de que cierre la puerta y maldigo mil veces a cierta mujer por creer que está enamorada cuando no es así.

Sigo estando duro y la rubia que ha estado aquí hace unos minutos no ha logrado bajarme la erección, porque sigo pensando en otra.

«Fue más que sexo y tú lo sabes».

La puerta se abre y da paso a Kimberly. Ni siquiera se molesta en tocar y entra con una botella de champán en la mano.

—¿Qué haces aquí? —interrogo.

—Vengo a hacerte compañía. Traje champán rosa.

—Sabes qué no me gusta el champán rosa.

—Da igual.

Se encoge de hombros. Coge dos copas, abre la botella y vierte el contenido en ellas. Me extiende una de ellas.

—Cortesía —dice, sonriendo.

Cojo la copa a las malas y me dejo caer sobre mi asiento.

—¿Nuestro padre está en Nueva York? —interroga—. Hace mucho no lo veo...

—No tengo idea.

Leanne y él a veces se van a dar vueltas por el mundo sin avisar. No me sorprendería que ahora estén en Italia.

—¿Qué te pasa? —Se sienta sobre mi escritorio mientras le da un sorbo a su copa—. Estás de malas.

—No lo estoy.

—Sí, lo estás. Conozco esa cara.

«Fue más que sexo».

No, no lo fue maldita sea.

»¿Y Eveline? Hoy estuvo todo el día encerrada en su oficina.

—¿Siempre haces tantas preguntas, Kimberly?

Se baja del escritorio y me revuelve el cabello como tal niño.

Todo Por Mi HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora