CAPÍTULO 61

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William

Han pasado dos semanas.

«Dos putas semanas».

Me paso una mano por la cara y observo a la pelirroja que yace sentada sobre el sofá de mi oficina. La furia es lo único que aún se apodera de sus ojos y la oigo soltar un suspiro antes de hablar.

—Escucha, sé que no nos conocemos del todo, pero te digo la verdad y te aseguro que Eveline no es ninguna traidora como crees.

Me quedo en silencio.

»Necesito tu respuesta, porque la policía no va a hacer nada y ya han pasado dos semanas...

Me permito cerrar los ojos durante un momento.

—Sé que dices la verdad —suelto—. Y por eso no tienes de qué preocuparte, tengo a un operativo militar trabajando en el caso.

Se pone de pie abruptamente.

—¿Lo dices en serio...?

Asiento, con la vista en un punto fijo.

—Puedes irte —le indico.

Necesito que se vaya y así parece hacerlo cuando avanza hacia la salida, pero se detiene a medio camino.

—Hay algo más que deberías saber...

Se voltea sobre sus talones y me paso una mano por el rostro. Ya no sé cómo reaccionar y quiero estar solo.

—¿Qué?

—Bueno, yo... Sé qué tal vez no sea mi deber decirte algo esto, pero Eveline no pudo hacerlo y a mi parecer, tienes el derecho a saber la verdad.

Se queda en silencio y lo único que consigue es impacientarme.

—¿Saber qué? 

—Ella está embarazada.

El silencio vuelve a sumergirse en la estancia, sus ojos me buscan en busca de una respuesta que no va a hallar.

—Lo siento. —Se aclara la garganta—. No fue mi intención que te pusieras así y...

—Me dijiste todo lo que tenías por decir —la interrumpo mientras la migraña entra por la puerta—. Ya puedes irte.

Se sale de la oficina y me llevo las manos al cabello, casi tirando de él.

Se me revuelven las entrañas, las ganas de destruir todo a mi paso son cada vez más grandes y las aversiones reaparecen evocando los cuerpos de las víctimas de los Bogdánov. «Cuerpos calcinados, torturas inhumanas, abortos forzados y clandestinos».

Embarazada. La palabra se me reitera por sí sola una y otra vez en mi cabeza. ¡Maldita sea! Me peino el cabello con los dedos una vez más. ¿Por qué dejé que se marchara? Debí exigirle que se quedara, aunque fuera para torturarla con palabras crueles, porque de haber sido así, ella me habría dicho la verdad y las cosas serían distintas.

No pude oírla, no quise hacerlo. La rabia me cegó otra vez. Joder. Me equivoqué, lo admito por primera vez y ahora cargo con ese peso.

Me pongo de pie, salgo de Haste Corporation y conduzco hasta mi penthouse. Una vez ahí, las puertas del ascensor se abren.

—Señor —me saluda la empleada al verme, lista para irse.

No digo nada y termina por marcharse. Me sirvo un trago para matar a la sobrecarga de mi propia consciencia y le doy un largo sorbo al trago de whisky.

«Embarazada». Se sigue repitiendo en mi cabeza y la rabia se me incrusta en el pecho. Aprieto el vaso con fuerza, conteniendo las ganas de estrellarlo contra la pared.

Todo Por Mi HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora