CAPÍTULO 1

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«La rompe corazones», pues así es como me llamaban desde la secundaria, la verdad ni me interesaba tener ese apodo, solo hago lo que me plazca y con quién me plazca, porque el amor siempre me ha parecido aburrido. Y no es porque nunca lo haya tenido, lo tuve y solo me dañó, me engañó con un par de chicas, y una vez que logré olvidarlo volvió a mí. Por circunstancias de la vida sigue siendo mi pareja, no lo quiero, él me adora, pero sacó mi ventaja.

El que mis padres supieran que lo había dejado con él, sería un disgusto para su idea de casarme con un chico culto y formado, pues mi pareja, Alexander, es 2 años mayor que yo y con solo sus 20 años ya está trabajando como profesor de pruebas en una universidad privada.

Sus influencias familiares fueron las causantes de que acelerase todo el proceso, aunque solía venir a mi instituto para hacer prácticas como profesor; le entusiasmaba la idea de tenerme como alumna.

A pesar de haber repetido un par de cursos, la ventaja de que tu novio trabajé como tu profesor es que podría ascenderme más fácil, digámosle como un enchufe.

Igualmente mis padres tenían más ocupaciones como para pensar en los estudios de su hija, por lo que dejaban todo en manos de tener algo con una persona con futuro, no estaba de acuerdo, pero tampoco me quejaba.

¿Qué le fui fiel a pesar de no quererle? No, y lo sabe perfectamente, pero se hace el idiota ya que no quiere perderme, ni mis padres saben de ello ya que a los 16 se marcharon a Canadá por asuntos de trabajo.

Al principio me quedé sola con mi hermano mayor, él cuál sabía con cuántos estaba metida, pero siempre ha sido cómo un mejor amigo por lo que no sería capaz de delatarme con nuestros padres. Al cumplir los 17, mi hermano se fue a trabajar a la misma empresa que mis padres, con el consiguiente de que tuve que apañármelas sola.

Aunque no duré mucho sin contratar a alguien que me cocinará, odiaba con mi alma estar en la cocina y por más que lo intentará no era mi mejor don.

Después pensé dejar el instituto y ponerme a trabajar en algo, pero mis padres se negaron rotundamente con el resultado de que me dejé llevar hasta no hacer nada. No me interesaba por nada y por lo que aún sigo es por Alexander, más puntos que se llevó con mis padres.

A cada mes me llevó una suma de dinero para pagar la casa y todos mis gastos, pues querían seguir manteniéndome a pesar de la distancia.

Samantha

Sonó el timbre varias veces y me apresuré a la puerta; Era Julieth.

Abrí dejándola pasar para luego conducirla hasta mi cuarto, donde íbamos a pasar el rato.

«Julieth» Aquella amiga que sabía que podría confiar siempre en ella, desde enanas hasta ancianas, ese era nuestro lema.

Ella era una chica totalmente ajena a los problemas sentimentales, enamorada de lo simple y lo cotidiano, pensando en casarse pero sin dramas, soñando con un príncipe azul, pero sin forma alguna de encontrarlo.

Después de estar toda la tarde conversando, aquella morena se me quedó mirando, sopesando la pregunta que me iba a decir.

—Sam ¿Cómo sería tu chico ideal? —hizo un gesto facial extraño.

Reí en un suspiro.

—¿La verdad? —asintió a sabiendas de lo que le iba a responder.

—No me lo he planteado, pero mientras esté bueno y lo sepa hacer bien —sonríe aprovechando para lanzarme la almohada.

—Hombre perfecto no existe, polvo perfecto sí —añadí por su reacción.

—Tú siempre pensando en eso —volteó los ojos.

—Eres tú la que me ha preguntado poniéndome cara de pervertida. ¿Qué esperabas?

—No es cara de pervertida, es cara de intrigada.

—Desde luego —dije sarcásticamente.

—Me esperaba tal vez... —hace una pausa—. Un caballero muy interesante, que te traiga rosas y cada día te diga lo mucho que te ama.

—¿Disney? Se les perdió la princesa, devuélvanla al cuento —bromeé cogiendo el móvil como si estuviera hablando por llamada.

—No seas boba, no todos piensan en tener relaciones, hay románticos.

—Cuando lo encuentres, avísame, de mientras confórmate asfixiando un príncipe, sí tanto buscas el azul —bromee.

—No tienes remedio.

—Deberías de saberlo ya.

—Hasta que lo encuentres.

Seguimos hablando de diversos temas en particular, hasta que anocheció.

—Me debo de ir ya, es tarde y me tengo que poner a terminar tareas del instituto.

La acompañé a la puerta y antes de marcharse me despedí.

—Adiós Blancanieves —me burlé.

Me hizo un gesto con su dedo del medio, sacándome una carcajada para luego cerrar la puerta y subir a mi habitación para tumbarme sobre la cama. 

«Hasta que lo encuentres»

Me debería de bastar con Alexander, pero no es suficiente, y no es lo que quiero. ¿Y qué me espera? ¿Enamorarme como las típicas películas del friki de mi clase? La mala y el bueno, el Yin y el Yang, pero no, eso no me interesa.

Y menos enamorarme, palabra y concepto complicado, está muy lejos de estar en mi diccionario sentimental.

El teléfono comenzó a sonar y en la pantalla parpadeó una luz.

Un mensaje de Alexander, cómo no, mi príncipe... rojo.

A[No sabes las ganas que tengo de verte.]

Enviado, le mandé un corazón y volví a apagar el teléfono, sus sentimentalismos me dormían.

Desearé con ansias el día de acabar con esta farsa.

Amar hasta quemarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora